En la noche postelectoral, el portavoz del PSOE se estaba mostrando encantado con el resultado hasta que la chica del micro, harta de la perorata, le preguntó directamente si no iba a haber autocrítica. Fue oír el tipo la palabreja y revolverse como si le hubieran mentado sus muertos. Le lanzó a la periodista tal mirada envenenada que no me cupo duda de que, si la pobre trabajaba en una cadena afín, al día siguiente estaría en el paro.

Por eso, estaba seguro de que la reacción ante la sentencia de los EREs andaluces sería del mismo cariz. La corrupción está tan imbricada en la estructura de los grandes partidos que mienten a sabiendas cuando hablan de combatirla. Ningún escándalo de este tipo fue destapado jamás por la gente del propio partido, que sabían perfectamente lo que estaba pasando. Todos cerraron los ojos y pusieron la mano cuando tocaba.

En cambio, sí que han sido implacables con los jueces que intentaron tirar de la manta en vez de mirar para otro lado y cobrar el favor. Que le pregunten a la juez Alaya cuánto la ayudó el PSOE a desenmascarar a los que estaban cubriendo de infamia sus siglas.

Ahora el PP y sus palmeros se lanzan a criticar y a pedir dimisiones, pero es su propia casa la que los españoles estamos esperando que limpien. También ellos tienen en sus vitrinas las cabezas de unos cuantos jueces demasiado curiosos, también ellos han hecho lo posible por tapar la corrupción en vez de combatirla, también ellos consideran que “autocrítica” es una palabra malsonante. En Internet están sus declaraciones sobre los casos que les afectaban antes de que la terca realidad les obligara a desdecirse.

Las autonomías han resultado ser verdaderos nidos de ladrones y dondequiera que se rasca a fondo caen por docenas. Sólo hacen falta jueces valientes y honestos y ciudadanos exigentes que no se dejen engañar y les apoyen. No se si quedará suficiente ni de lo uno ni de lo otro.