Cuando la Historia juzgue la “posmodernidad” probablemente considerará que su peor crimen fue el asesinato de la lógica, aunque era algo casi inevitable, dado que ambas no pueden coexistir en el mismo universo. Un sistema basado en premisas falsas cuidadosamente elegidas puede resistir un análisis lógico; uno basado en consignas, proclamas y soflamas mutuamente excluyentes, no. Y, por desdicha, estos sistemas absurdos han proliferado tanto que se han convertido en norma y los que los discuten, en herejes. Dado que el tiempo está frío, me arriesgaré alegremente a la hoguera analizando someramente uno.
Hablaré, como ejemplo, de esos “animalistas-veganos” que ahora proliferan. Pero no me detendré en los casos esperpénticos que tanto les gusta sacar a los medios. Es la teoría básica la que me preocupa. Porque es sencillo despertar la indignación en la mayoría de nosotros con imágenes de un perrito maltratado. Pero, cuando dejamos aparte el sentimentalismo y empezamos a aplicar la lógica, las cosas se complican. ¿Deberíamos dar clases de “Educación para la Ciudadanía” a los gatos para que no “jueguen” con los ratones? ¿Deberíamos avergonzarnos de gasear a ese maldito mosquito que nos martiriza por la noche, que, al fin y al cabo, es también un “inocente” animalillo? ¿Dónde ponemos los límites de nuestra empatía?
Lo mismo sucede con las consignas veganas. A muchos nos convendría una dieta con más verdura, pero eso no quiere decir que convertirla en alimento exclusivo sea más saludable. Nuestro organismo necesita numerosos aportes de elementos y compuestos procedentes de las más diversas fuentes y cuya carencia causa, a corto o a largo plazo, graves enfermedades. Por eso los expertos en nutrición de verdad recomiendan una dieta variada que incluya todo tipo de alimentos, incluida la carne.
Por supuesto, hay muchísimos veganos involuntarios en el tercer mundo a los que encantaría ser carnívoros, pero no pueden. Nuestros veganos voluntarios, en cambio, siempre han tenido comida de sobra. Podríamos probar a hacer un intercambio temporal para comprobar si sus convicciones sobreviven a unos cuantos meses de hambre.