En la España actual es perfectamente factible que una persona totalmente mediocre alcance altas cotas de poder y permanezca allí por largo tiempo. Debe, simplemente, no hacer nada y parecer, al mismo tiempo, que lo hace. Absteniéndose de decisiones y declaraciones comprometidas, evita las meteduras de pata, principal peligro de los políticos de este tipo.

Evidentemente, tampoco puede dar la sensación de pasar de todo (aunque lo haga). Tiene que recibir a todo el mundo, fingir que escucha sus problemas mientras piensa en otra cosa y luego tranquilizarlos con buenas palabras y seguridades ficticias, evitando absolutamente concretar plazos u acciones inmediatas. Haciéndolo bien, es muy probable que le vuelvan a votar dos o tres veces antes de darse cuanta de que les ha estado tomando el pelo.

Claro que hay problemas en los que, por su gravedad y/o por venir arrastrándose largo tiempo, las buenas palabras no consiguen calmar a los votantes. Entonces se impone bucear en la sabiduría de los grandes estadistas de antaño y recordar aquella celebre frase de Napoleón: “Si quieres que algo se haga, hazlo tu mismo; si quieres que no se haga, encárgaselo a un comité”.

Así, al principio de la legislatura, se crea un “comité de expertos” o un “grupo de trabajo”, llamados así irónicamente porque ni los unos son expertos en otra cosa que no sea cazar subvenciones y buscar chollos ni los otros han vertido una gota de sudor trabajando en toda su vida. Con estos mimbres se hacen unos maniegos grandes y carísimos, que luego se llenan de humo para vender.

El proceso de creación del humo es también curioso. Primero, unos meses antes de las elecciones, se fabrica una neblina dispersa a base de “recortas y pegas” de Internet que se denomina “Estudio de …”. Luego, tras la convocatoria, se le añaden varias perogrulladas y un montón de demagogia y buenas intenciones sin fecha ni presupuesto y se fabrica el humo, también llamado “Plan de Actuación”, que es lo que se vende durante la campaña. Funciona de maravilla.