Si la pregunta fuera ¿Quién conoce a Lucuce? La respuesta sería un atronador silencio, con las excepciones de rigor, que confirmarían la regla sobre nuestra ignorancia hacia una de las figuras científicas españolas más descaradamente trascendentales del siglo XVIII: el general Lucuce. En Avilés no lo conoce ni el tato.
En 2008, en una exposición sobre las ciencias, organizada en Oviedo, por el Gobierno del Principado, un panel mostraba a los doce científicos asturianos más importantes de la historia. Estaba encabezada por Pedro Lucuce al que seguían Severo Ochoa, Menéndez Pidal, Grande Covián… Y no sigo, que me da cosa.
Pedro Lucuce Ponce, nació en Avilés, el 21 de noviembre de 1692, y aquí vivió e inició los estudios hasta que su padre –Tomás Lucuce, uno de los dos médicos con que, entonces, contaba la villa– lo envió a la capital asturiana a cursar Teología y Humanidades.
De espíritu aventurero, a Pedro, Oviedo le quedaba pequeño y la salida fue su entrada en el ejército, sentando plaza de soldado raso en un regimiento de caballería, en el que ascendió velozmente, gracias a su formación cultural.
Lucuce, se dedicó intensamente al estudio de las matemáticas y la ingeniería, donde empezó a destacar siendo, en muy poco tiempo, la máxima autoridad española en fortificaciones militares.
Pero su gran pasión y su relumbre histórico se lo debe a las matemáticas, o las matemáticas a él, que los números tienen fama de bailar.
Nuestro hombre las pasaba canutas en una España que por entonces ignoraba la ciencia de forma bochornosa. Y en las matemáticas, particularmente, éramos unos catetos al cuadrado. Lo dejó por escrito el padre Feijoo, en 1730, ‘que la situación de las Ciencias Exactas era particularmente lamentable’.
Que se lo digan a Lucuce, que en 1737 escribió una carta a sus superiores, de la que entresaco este espeluznante párrafo: «Hoy me deben 23 pagas, no tengo ni para comer, ni ropa que vender o empeñar, (…) así que me veré precisado a pedir la dimisión de mi empleo, para tener la libertad de mendigar, pidiendo por Dios una limosna, y será el premio de 27 años de servicios sobre una continuada tarea de dedicación al estudio»
Pero salió del trance, porque en 1739 fue trasladado a Barcelona donde obtuvo el puesto de director de la prestigiosa Real Academia de Matemáticas. En 1756 se trasladó a Madrid, llamado por el conde de Aranda, para poner en marcha una Academia de Matemáticas en la capital del reino, fracasa por politiquerías.
Al poco regresó a Barcelona para volver a dirigir –por unanimidad de los estamentos catalanes– la Academia de Matemáticas, a la que rigió durante 41 (cuarenta y un) años, muriendo en ese empeño a los ochenta y seis años de edad, habiendo alcanzado los máximos grados militares: Mariscal de Campo y, honoríficamente, el de Teniente General.
Viene en los manuales históricos, que Pedro Lucuce impulsó, magistralmente, la Academia de Matemáticas barcelonesa, una institución, que –a su vez– marcó la evolución de la ciencia y la tecnología españolas del siglo XVIII. Ojo al dato.
Publicó abondo libros de ingeniería y matemáticas, destacando su “Tratado de Cosmografía”, aparte de dejar mucha obra inédita sobre matemáticas, óptica, mecánica, geografía y náutica.
En Avilés la medida de su recuerdo está en el callejero, termómetro ideal, para estos casos. Y el general Lucuce, de tener dedicada una de las calles más espectaculares del centro de la ciudad (la actual de San Francisco), pasó en 1938 y hasta1979, adar nombre a una de las pequeñas travesías que unen Rivero con Llano Ponte (conocida hoy como De las Artes). Luego se le trasladó (quitándole el grado militar) a una pequeña calle del extrarradio en el polígono de La Magdalena.
O sea que la memoria del matemático Lucuce se difumina en Avilés, mientras sigue firmemente instalada en la Historia de la Ciencia de España. Merecería que su nombre perdurase en un centro educativo. Creo yo.
Pero dudo de si las cosas son como son o como les parece a los mandatarios que son. Por ejemplo, el Presidente Rajoy es tan gallego que ni siquiera lo parece.
Pueden pensar que me perdí, pero no es así. Solo estoy mostrando y no demostrando, cosa que haría excelentemente un buen matemático. Lucuce lo era. Y de Avilés.
No se si me explico.