En el Avilés primitivo la zona más habitada estaba formada por cuatro calles. Dos parejas paralelas entre si, por un lado La Ferrería y La Fruta y por el otro, y también paralelas ambas y perpendiculares a las anteriores: El Sol y San Bernardo.
La Del Sol une –y forman entre las tres una H– a las de La Fruta y La Ferrería. Es calle de recorrido corto en metros, pues no llega a los cien, pero de un largo tiro histórico.
También se llamó calle de Azogue, denominación que remite a mercado. Pues tanto aquí como en el resto de las calles del casco histórico citadas, se celebraba el ‘mercado de los lunes’, privilegio concedido por los Reyes a Católicos a Avilés en el siglo XV, para paliar el desastre que supuso un incendio que destruyó las tres cuartas partes de la villa. El mercado se fue especializando por calles y –así como otra se llamó La Fruta– ésta pasó a ser calle de La Pescadería.
A finales del siglo XIX el mercado se centralizó en su actual plaza. Fue por entonces, concretamente, en 1892, cuando a la calle se le puso el nombre de Pedro Solís, como homenaje al personaje que había financiado a su costa la construcción, en 1515, del Hospital de Peregrinos de Rivero. Finalmente, en 1979, recuperó su denominación tradicional de calle del Sol. Había vuelto a sus orígenes.
Su trazado sigue siendo, milagrosamente, el que ha tenido durante siglos. Apenas ha cambiado, aunque sí lo hiciera alguna de sus calles vecinas.
Las noticias más lejanas nos dicen que El Sol comenzaba en la plaza de la Baragaña, en un lateral del palacio de Valdecarzana, y terminaba en la plaza de la Villa, ya desaparecida.
Por cierto y en cuanto a la denominación Baragaña –como también nombran algunos al palacio de Valdecarzana– escribió Justo Ureña: «Baragaña significa en bable, puerta, entrada o pequeña antojana, dando este nombre a la que tenía delantela Casade Valdecarzana, de donde algunos bautizaron así el edificio. Pero no tiene sentido el plural: Las Baragañas».
Como decía anteriormente, la calle del Sol desembocó hasta el siglo XVII, en la plaza de la Villa, que se encontraba en la actual calle de La Fruta. Allí estaban las llamadas ‘Casas del Ayuntamiento’, dedicadas al suministro de productos alimenticios (pan, grano, carnes y vino). Y bajo estos edificios municipales –donde también se custodiaban documentos y el imprescincible patrón de pesas y medidas– estaba la arqueta que distribuía el agua potable que –procedente de Valparaíso– llegaba al centro de Avilés. Pero las casas desaparecieron en el incendio de 1621. Con ellas también se esfumó, y nunca mejor dicho, aquella plaza de la Villa.
Hoy, a la calle del Sol, da gusto verla.
Primero por el palacio de Valdecarzana, que ha sido rehabilitado y recuperado por el Ayuntamiento a finales del siglo XX, y ejerce, tanto de cofre del tesoro de la morrocotuda documentación histórica de Avilés, como de centrocampista de actividades culturales varias.
También ocurre que la calle está llena de vida y que hasta le ha nacido una plaza anexa: la de Alfonso VI. Y así de ser calle de paso, ha pasado a ser pasada de calle, con parada y fonda hostelera de terrazas sin terrazo, sino asentadas en firme medieval de piedra y losa. De forma que en esta rúa, tan pequeñina como galana, y tan galana como guerrera, puedes beber la historia en vaso de sidra.
Y es que aquí, como nunca se estiró más el brazo que la manga, jamás entró el cemento de la tontería.
La calle del Sol es tan auténtica y natural, como un viejo y hermoso tigre en reposo.
Y a un tigre, por viejo que sea, nunca se le caen las rayas.
(Reedición del episodio publicado el 9 de septiembre de 2012)