Una tarde de un día otoñal, de 1913, se recibió en la redacción del ‘Diario Español’ deLa Habana–donde trabajaba el avilesino Constantino Suárez Fernández– una carta furibunda, donde se ponía de chupa de dómine a España. Estaba firmada con el pseudónimo de ‘Cubanito’.
Cuba, había sido provincia española de ultramar, hasta que en 1898 se independizó. Y como poco antes lo habían hecho Filipinas y Puerto Rico, aquel año marcó a la sociedad española y ‘el98’pasó a ser, en España, sinónimo de crisis social, política y cultural. Año gafe, pero también regeneracionista. Este fue el caso de la generación literaria del 98, que remite directamente a la luna en verso y prosa, de Antonio Machado, Valle-Inclán o Pío Baroja.
El primero de ellos, es autor del famoso verso, publicado en 1912 en su libro ‘Cantares de Castilla’: «Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón».
Con toda probabilidad el avilesino Constantino Suárez, un joven escritor de –entonces– 22 años de edad, ávido lector, estaría influenciado lógicamente por todos estos acontecimientos, cuando siguiendo la orden del director del ‘Diario Español’, rebatió brillantemente los argumentos de la carta antiespañola, que remitida por ‘Cubanito’ había llegado al periódico.
Lo firmó como ‘Españolito’, un pseudónimo que jamás abandonaría.
Había nacido en Avilés (Miracielo la llamaba él), trabajó en Cuba y en España, escribió a todo trapo y fue a morir en Madrid en 1941. Corta vida, enorme legado.
‘Españolito’ (o sea Constantino Suárez) tiene publicadas novelas, ensayos, artículos de prensa, etc… Pero todo ello vive a la sombra de su magistral enciclopedia, ‘Escritores y artistas asturianos. Índice biográfico-bibliográfico’.
El mérito de tan colosal, ilustre e ilustrada obra, se me antoja impagable por la utilidad de conocimientos, muchos de ellos inéditos, hasta el momento de su publicación, en la historia de Asturias. Y de España.
Era ese tipo de proyectos que no acomete ni Rita la portera, por el enorme trabajo de investigación, aparte de las necesarias dosis de erudición, que llevan aparejado. Y además pensemos que cuando lo acometió, no existían ni bases de datos de Microsoft Office, por ejemplo, ni Google que lo fundó.
Pero el de Miracielo (o sea el de Avilés) tiró para adelante, con aquellas montañas de datos y publicó tres, de los siete tomos de su enciclopedia, en vida. Los cuatro restantes, cuyo texto había dejado mecanografiado y con las ilustraciones preparadas, fueron editados después de su muerte, bajo la dirección (con el consentimiento de la viuda del autor) del –entonces– profesor universitario ovetense José María Martínez Cachero, por el Instituto de Estudios Asturianos (IDEA), actualmente RIDEA.
En esta enciclopedia caben todos: desde el novelista, dramaturgo y poeta hasta el ingeniero, jurista y médico que traten temas de su especial incumbencia. Todos, o casi todos, los asturianos que escribieron sobre cualquier materia. Para el natural de Miracielo, todos merecen la consideración de escritores y por tanto su consiguiente inclusión en la monumental enciclopedia sobre todos los autores asturianos, de cualquier materia.
La vida de Constantino Suárez fue ajetreada. Emigró, a los dieciséis años a Cuba, que era donde muchos avilesinos intentaban ‘hacer las Américas’. Allí residió hasta 1921 trabajando de pinche, dependiente y viajante de un almacén de La Habana. Muy joven comenzó a colaborar en periódicos primero de la capital cubana, y más tarde de Avilés, España y países americanos. Nunca paró de escribir y de hacer política a favor de la instauración de la República, que se realizó en 1931.
«Hizo periodismo, novela, erudición (…) Hombre bueno y generoso, la caridad intelectual constituye una de sus virtudes» afirma el catedrático Martínez Cachero.
Miracielo es, repito, como literariamente bautizó ‘Españolito’, en una de sus novelas, a su ciudad natal de Avilés, donde tiene una calle y una placa dedicadas a su memoria. La plancha de piedra está colocada en la casa de la calle de La Fruta donde nació el escritor el 10 de septiembre de 1890.
Tengo escrito que tan difícil es, encontrar dicha placa –por lo camuflada que está la condenada– que si el lector se toma la molestia de tratar de localizarla y lo consigue, tendrá ganado –ya no voy a decir que el cielo– pero a lo mejor sí Miracielo.