Escribió Antonio Muñoz Molina, en su ‘Invierno en Lisboa’ que «una ciudad se olvida más rápido que un rostro». Y suele ser verdad en aquellas poblaciones que no están singularizadas por su paisaje urbano, como es el caso de la misma capital de Portugal o de Avilés, donde hay mucho para no olvidar. Por ejemplo la calle Galiana.
Y eso lo testifica gente como Torrente Ballester, Woody Allen o Gonzalo Suárez. Pero los concreto en el entusiasmo de Fernando Fernán Gómez, cuando –en diciembre de 1982– paseábamos por el casco antiguo y descubrió Rivero, pero sobre todo Galiana. Lo fascinó. Aún años después lo oí, en la radio, hablar de la calle Galiana de Avilés.
Armando Palacio Valdés contribuyó a hacer famosa –literariamente– esta espectacular calle porticada, levantada en el siglo XVII. En ‘La novela de un novelista’, le dedica un capítulo específico: ‘La batalla de Galiana’, donde narra las rivalidades entre jóvenes de Sabugo, Rivero y Galiana.
Ya se sabe que lo de Palacio Valdés con Avilés fue un amor a primera vista. Ciudad y autor siempre se agradecieron mutuamente, y una de las concreciones fue Galiana. El nombre de la calle (sinónimo de cañada), oficialmente nunca cambió, excepto entre el 3 de mayo de 1918 y el 19 de julio de 1945, en que llevó el del gran escritor asturiano.
Para generaciones de avilesinos, la zona porticada de la calle, fue camino diario, de su casa al edificio del Instituto de Enseñanza Media, hoy reconvertido en Colegio Público ‘Palacio Valdés’. En fin.
La calle tiene252 metrosde soportales, apoyados en más de un centenar de columnas, con pavimentaciones originales: una empedrada, para animales irracionales (generalmente caballería) y otra con loseta para animales racionales, mayormente así considerados.
Casi empieza en una iglesia (San Nicolás) y por poco no termina en una capilla (conocida como ‘Jesusín’ de Galiana). Y en su mitad está la hornacina de la Virgendel Carmen, colocada en 1812 por José Corominas (‘Pepín el Jardinero’), vecino de la calle, que atribuyó a dicha imagen el salir con vida del incendio de su casa.
La calle se conserva como puede. Por ejemplo, sobran alturas de edificios recién restaurados y también unas horribles barandillas metálicas en las escalerillas de accesos a soportales, algunos de los cuales (entre los números 40 y 44) todavía exhiben astutas trampillas –originales del siglo XVII– que comunican piso con soportal.
El encanto, a Galiana, le viene por la variedad del conjunto porticado, por el mágico juego de la luz solar en según que horas y estaciones, y por la curva, la traza sinuosa de los soportales en su ascenso hacia la zona alta de Avilés.
Vista desde su inicio, asemeja un maravilloso laberinto. Y desde un lateral, un estuche de piedra que, milagrosamente, contiene una calle.
Eso es Galiana. Nada menos.