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Alberto del Río Legazpi

Los episodios avilesinos

Aquel convento de La Merced

Ha dejado, por escrito, el segundo marqués de Teverga que «Debíóse el convento de la Merced á la esplendidez de su patrono el Sr. Marqués de Camposagrado para complacer á su piadosa madre Doña Eulalia, último vástago directo de la noble familia de las Alas».

De tal cosa también había dado cuenta Jovellanos, cien años antes, con mágico estilo: «Los Mercedarios (de Raíces) venían a la Villa de Avilés con ocasión de entierros, etc… Una noche se quedaron en una barraca que tenían, donde ahora el convento, y a la mañana siguiente amaneció en ella campana y capilla».

Un texto digno de Gabriel García Márquez, solo que dos siglos y pico antes que lo hiciera el Nóbel colombiano.

Calle 'La Cámara'. Al fondo el convento de La Merced.

Pero costó Dios y ayuda, de trámites engorrosos, conseguir permiso de construcción del nuevo convento –cosa lograda en 1668– y con razón, porque tal parece que a los prohombres de Avilés, de aquel tiempo, les hubiera hecho la boca un fraile.

La Villa tenía alrededor de 3.500 habitantes (la mayoría en el recinto amurallado, aparte de los de Sabugo, el arrabal de Rivero y Miranda), un reducido número de población para tanta práctica de religión,  ya que contaba con dos y considerables conventos (monjes Franciscanos y monjas Bernardas) aparte de las iglesias y del eremitorio de Raíces, donde estuvieron los Mercedarios, a pie de Peñón, hasta su traslado a su nueva residencia de Sabugo.

Las obras fueron peliagudas, ya que el terreno sobre el que se edificó estaba sujeto a las mareas y hablamos de un edificio de 70 metros de largo por 37 de ancho, con patios y claustros interio­res e iglesia adosada, de 37 por 13, más una capilla conocida como de La Soledad.

En el convento, que llegó a contar con 26 religiosos (datos del año 1758), profesaron dos avilesinos que pasaron a la historia como destacados obispos: González Abarca y Valentín Morán.

Cuando en 1876 cierra sus puertas, obligado por la ley desamortizadora de Mendizábal que penaba los ‘bienes eclesiásticos improductivos’,  el edificio pasa a ser regido por el Ayuntamiento, etapa civil que duró 19 años.

Entonces el gigantesco caserón fue reconvertido en lo que hoy llamamos Hotel de Empresas, pero a lo bestia. Porque allí habitó de todo cuando los del hábito mercedario fueron expulsados.

Convirtióse, el antiguo convento, en un abrumador mil usos, en un gigantesco cajón de sastre que alojó: casa-cuartel de la Guardia Civil, oficina de telégrafos, Asilo de Ancianos, mercado de ropa vieja, cuadras de caballería, fábrica de tejidos, picadero (de equitación, se entiende), escuela de náutica, cuadras de bueyes municipales (entiéndase ganado propiedad del Ayuntamiento), oficina de rentas y muchos etcéteras más. Aparte de escuelas infantiles y un par de academias: la Preparatoria de Bachiller, dirigida José Benigno González ( ‘Marcos del Torniello’) y la popular y afamada ‘Cátedra” fundada por los hermanos Domingo y Cástor Álvarez Acebal.

La zona sombreada indica la situación del convento (Infografía: Foto-estudio Angelín)

También fue ‘cercado’ por dos cementerios, uno de ellos clausurado por insalubre, pero el otro aguantó como necrópolis municipal hasta construirse el de La Carriona.

En 1895 derruyeron aquel viejo cascarón –había aguantado en pie 187 años– porque Avilés se modernizaba y en parte del terreno que ocupaba se construyó una iglesia nueva para Sabugo, en la que se utilizó mucha piedra del arruinado edificio conventual.

Del interior, poca cosa, que se fue desperdigando por distintos edificios religiosos, incluido un cementerio (San Cristóbal), como no.

Por lo que, hoy, de aquel convento de La Merced y su variopinto contenido, solo nos queda una vaga estela, digna de ser o filmada por un Visconti o firmada por García Márquez. Le harían una merced.

Los episodios avilesinos es un blog de La Voz de Avilés

Sobre el autor

Espacio dedicado a aspectos históricos, biográficos, costumbristas y artísticos, fundamentalmente de Avilés y su comarca actual, así como a territorios que, a lo largo de los siglos, le fueron afines. Tampoco se excluyen otras zonas del planeta


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