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Alberto del Río Legazpi

Los episodios avilesinos

Los reyes majos de Avilés

Hace años, cuando comencé a fisgar por los libros de historia, no le di mayor importancia al hecho de toparme, con más de un rey que, a lo largo de los siglos, y llevando por nombre Alfonso, contribuyera al progreso de Avilés.

Y fue así, con el tiempo y una caña, como pesqué una singularidad avilesina. Otra más. Y es que la mayor parte de los monarcas relacionados con los avances más significativos, o notables, experimentados por Avilés a lo largo de su Historia, responden a ese nombre propio.

La cosa de los reyes ‘alfonsinos’ con Avilés cunde que no veas. Pero veamos:

Sabido es que Avilés care­ce de partidas de nacimiento. La única referencia, y discutida, la tenemos en el testa­mento del rey de Asturias, Alfonso III llamado El Magno (866-910), el primero que citó a Avilés en documentos conservados. Su  mérito es aproximarnos, si no al nacimiento de la Villa, quizá al bautismo de la misma.

Luego aparece Alfonso VI, apodado El Bravo  (1065-1109), rey de Castilla y León –y que se las tuvo tiesas en su juramento en Santa Gadea de Burgos con el Cid Campeador, que se le puso en plan gallo–  fue el que otorgó a la villa avilesina el Fuero –Carta Magna, que venía a traducirse en una suerte de medidas que acarreaban progreso económico y avance social y la protegían de la ambición desmadrada de algunos bandidos con títulos de nobleza– a finales del siglo XI.

Su nieto, otro Alfonso (1126-1157), el VII, rebautizado como El Emperador fue el que confirmó el Fuero, en 1155, según costum­bre de la época y que consistía en que cada cierto tiempo las villas realengas, –ese era el caso de Avilés– solicitaban la prórroga del privilegio real del que gozaban. Sobre todo cuando la diñaba el rey que lo había concedido, no fuera a ser que su sucesor mirara para otro lado y si te he visto no me acuerdo.

En el Archivo Histórico se guardan dos pergaminos que reproducen el importante documento real que transformó la vida legal de la pequeña gran villa que bullía a orillas de su puerto, anclado en su tan milagrosa, como mayúscula, Ría y que hizo posible su progreso social y mercantil. El Fuero es episodio aparte.

Fue, por entonces, cuando Avilés gozó de su primer gran protagonismo nacional e internacional (el siguiente llegaría, siglos más tarde, con ENSIDESA echando humo) gracias a su puerto, tan seguro –al fondo de una Ría– para aquellos pequeños y enclenques barcos de madera. El prestigioso medievalista, Juan Ignacio Ruiz de la Peña, escribe que «Avilés era la Villa más antigua del litoral cántabro-atlántico, desde el Bidasoa hasta el Miño». También, por entonces, su puerto llegó a ser el más importante del norte atlántico peninsular.

La cosa sigue con Alfonso IX (1188-1230), rey de León, que fue el monarca que más veces visitó Avilés, lo que se notó en el progreso de la Villa, con obras en el puerto (entonces a un costado de la, hoy, iglesia de los Padres), la ciudadela y la muralla que la defendía.

Luego está Alfonso XI conocido como El Justiciero (1311-1350), rey de Castilla que refrendó la decisión de su padre (Fernando IV) de conceder a la Villa el privilegio del ‘Alfoz’, un gran avance para Avilés, ya que sometió a su jurisdicción a un extenso territorio que comprendía la totalidad de los hoy concejos de Carreño, Gauzón, Castrillón, Corvera e Illas.

Y ya damos un salto, de siglos, para llegar hasta Alfonso XII (1857-1885), aquel rey de España tan cantado por su triste romance con María de las Mercedes de Orleans, fallecida a los 18 años ‘muerta está que yo la vi, cuatro duques la llevaban por las calles de Madrid’ cuenta el cancionero popular.

Pero, aparte de su papel estelar en este famoso culebrón histórico, hizo otras cosas durante su reinado. Y para nuestro interés, una de ellas fue la concesión (13 de diciembre de 1883) al Ayuntamiento de Avilés del tratamiento de Excelencia, cosa a la que no fue ajena el lobby avilesino en Madrid (que aunque les parezca mentira antes existía) encabezado por Julián García San Miguel, segundo marqués de Teverga.

El Ayuntamiento, y por ende el pueblo de Avilés, fue Excelentísimo (tratamiento por el que suspiran y batallan muchas ciudades, sin conseguirlo) hasta que de la noche a la mañana, o sea del anochecer del siglo XX al amanecer del XXI, este Ayuntamiento dejó de utilizarlo.

No renunció al tratamiento, no. Vergonzosamente, creo yo, lo silenció en la  nomenclatura de sus documentos. Simplicidad tan muda, por jamás explicada, ésta renuncia gratuita a un título que distingue a la ciudad. Una, tan equivocada como, lamentable dejadez de imagen.

De todos los soberanos citados los únicos que han quedado plasmados en el callejero local son Alfonso VI, que tiene una plaza –entre las calles La Ferrería y El Sol– inaugurada a finales del siglo XX (más vale tarde que nunca) siendo alcalde Agustín González Sánchez. Y luego está la calle de Alfonso VII, que los avilesinos conocen como ‘la de Los Cuernos’. Hay, quien cree ver en esto un claro síntoma de republicanismo agudo.

Pero bueno, el caso es que da que pensar la relación, entre los citados reyes ‘Alfonsos’ y Avilés. Tanto así como al revés.

No fueron Reyes Magos. Fueron reyes majos.

Los episodios avilesinos es un blog de La Voz de Avilés

Sobre el autor

Espacio dedicado a aspectos históricos, biográficos, costumbristas y artísticos, fundamentalmente de Avilés y su comarca actual, así como a territorios que, a lo largo de los siglos, le fueron afines. Tampoco se excluyen otras zonas del planeta


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