Por dejar las cosas en su sitio, desde un principio, convendría que quedase claro que estos dos señores, son los primeros asturianos que presentan un conocimiento destacable de la arquitectura en la historia regional.
El apellido Menéndez, tan frecuente en gentes de Avilés, es apellido galano, si acaso algo empalidecido, por haberlo portado más de un sonado personaje histórico. Pero si al Menéndez cosemos un Camina, resulta ya un apelativo de mejor recordar.
Francisco Menéndez Camina, padre, hijo, y espíritu artístico en ambos, me pintan, a mi, como una especie de santísima trinidad arquitectónica avilesina.
Tan afanados estuvieron en sus muchos proyectos, que dejaron tras ellos cierta confusión sobre la autoría certera de algunos (cosa por otro lado frecuente en pasadas épocas, donde se ignoraba al maestro), realizados entre los siglos XVII y XVIII. Un tiempo dominado, arquitectónicamente, por el barroco. Estilo artístico que singularizó calles avilesinas (Galiana y Rivero) y buena parte de los palacios de la villa. Una pasada.
La obra de los Menéndez Camina, abarca casi toda Asturias: iglesias de Latores y de San Martín de Laspra; también las pertenecientes a la abadía de Muñón, San Martín de Proaza, Agüeras y Casares, del concejo de Quirós; el conjunto monástico de Cornellana o, en Gijón, el diseño del palacio del marqués de San Esteban del Mar y la Colegiata de San Juan Bautista y etcétera, etcétera.
Pero aparte de estas obras citadas, pregúntese el lector –si le da la gana– ¿porqué razón el mayor poderío religioso arquitectónico de Asturias, léase Catedral de Oviedo, encarga a los Menéndez Camina la construcción de una de sus capillas? La respuesta está tirada: porque estos trabajos siempre fueron encargados a los artistas más afinados, a los arquitectos más destacados, a los alarifes más distinguidos.
El 23 de agosto de 1690 los Menéndez Camina y el obispo de Oviedo, Simón García Pedrejón, suscriben contrato para la construcción de una nueva capilla en la catedral, la destinada a acoger las reliquias de Santa Eulalia, patrona del templo y de la ciudad de Oviedo, y servir de panteón funerario a dicho obispo. Y allí está la monumental capilla para quien quiera gozarla artísticamente. Es la primera, a la izquierda, entrando a la catedral.
Aunque, si no quieren gastar gasolina, tampoco es necesario salir de Avilés para admirar obras suyas, que el tiempo ha conservado, como la espectacular fachada sur del palacio de Camposagrado, para muchos especialistas el mejor ejemplo del barroco asturiano.
O la mansión que les encargó el indiano gozoniego García Pumarino, más tarde adquirida por los Llano Ponte, y finalmente –en los años cuarenta del pasado siglo XX– ser destruido su espléndido interior para ser convertido en sala cinematográfica. Un ejemplo de rotundo desastre artístico, que –menos mal– no trasluce al exterior. Es un bello edificio, de arquitectura similar al vecino palacio municipal, conservado en aceptable buen estado y que sirvió de inspiración al universal escritor asturiano Armando Palacio Valdés –que vivió parte de su niñez y primera juventud en una casa situada frente al palacio– para su conocida novela “Marta y María”. Así fue bautizado el cine y también así conocido, mayormente, el palacio.
También a los Menéndez Camina se deben monasterios como el –hoy desaparecido– de La Merced, que ocupaba parte de los terrenos donde hoy se asienta la iglesia Nueva Sabugo. El convento fue sufragado por el marqués de Camposagrado, familia a la que tan unidos estuvieron los arquitectos avilesinos ya que realizaron buena cantidad de obras en las propiedades asturianas del marqués.
Otro ejemplo, que estamos cansados de ver, cuando no de admirar, es el pórtico de la iglesia de San Nicolás de Bari, que luce, porque esa fue la intención constructiva, a imagen y semejanza del trazo del palacio municipal, situado prácticamente enfrente, lo que –junto con el palacio, anteriormente citado de Llano Ponte– ayuda a potenciar el entorno de la monumental plaza de España, ‘El Parche’ para los avilesinos.
Probado está, pues, que esta ingeniosa estirpe de alarifes, hermanó lo civil y lo religioso. Y la verdad es que fueron incansables en el derroche de trazas y planos que devinieron en espléndidos edificios.
Ni tiempo ni hora se atan con soga. Y así la saga de los Menéndez Camina, sigue entre nosotros porque sus obras están sembradas por la villa. Sales a la calle y las ves y hasta –si quieres– las palpas. Lujuria artística.
A estos caballeros, de talento singular, debe la villa de Avilés buena parte de su aspecto monumental. Cosa tan sabida por los historiadores como ignorada por muchos avilesinos.
En Avilés, Francisco Menéndez Camina, quiere decir algo así como alarifes al cuadrado. O que tenemos arquitectos, de igual nombre, a pares y tan sueltos como resueltos en sembrar el arte por Asturias.
Conviene estar al loro. Que esto es Historia y lo demás son cuentos.