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Alberto del Río Legazpi

Los episodios avilesinos

La historia de Claudio Luanco, un médico que inyectó alegría y cultura en Avilés

Una vez, en el último cuarto del siglo XIX, llegó desde Castropol, para trabajar en Avilés, un ciudadano llamado Claudio Fernández-Luanco y Riego.

Había nacido allí. Y luego estudiado el bachillerato en Oviedo, licenciándose en medicina en Santiago de Compostela y doctorándose en la Universidad de Madrid.

Y aquí, en Avilés, se haría famoso como Claudio Luanco y pasaría a la historia local, no como médico eminente, sino como ciudadano de reconocido relieve social.

Decía, que es conocido –y así se le cita en libros, publicaciones y medios de comunicación– como Claudio Luanco. Tanto es así que, oficialmente y con tal nombre, adelgazado de apellidos –por iniciativa suya respecto al oficial– tiene dedicadas dos calles. Una es de las conocidas como ‘cul de sac’, o sea con calle sin salida, aunque ésta de Avilés tiene un desahogo peatonal, al contar al final con un pasaje escalonado que la une con la de Fernández-Balsera. Es la calle ‘Dr. Claudio Luanco’, entre las calles Avilés, quizá la más extraña.

Y otra calle más –caso casi insólito– también se refiere a él. Una placa, así lo testifica: ‘En este lugar, donde existió la fonda La Serrana, fundó el doctor Claudio Luanco la fiesta de El Bollo en el año de1893’. Es la llamada, en el callejero municipal, ‘Calle del Pasaje del Bollo’ y enlaza las de La Muralla y San Bernardo. A un costado tiene una medianera del monumental palacio de Camposagrado. No tiene asignada ninguna vivienda y su suelo está salpicado de artísticos azulejos todos ellos distintos lo que la convierte en la calle más original de Avilés Y es totalmente escalonada.

Castropol es un pueblo escalonado, como casi todo pueblo marinero.

Allí nació, el 16 de febrero de 1838 y, al día siguiente bautizado en la iglesia de Santiago, el niño Claudio José Fernández de Luanco y del Riego. Sus padres eran de Luanco y la procedencia de sus abuelos (citados en el acta bautismal) también nos ayuda a comprender los apellidos de Claudio (entonces no había normativa legal al respecto). Los paternos eran de la villa y puerto de Luanco y los maternos vecinos de Muros de Nalón.

Después de haber estado ausente, largo tiempo, por sus estudios, Claudio volvió a Castropol donde ejerció, durante años, la carrera de medicina por poblaciones y aldeas del occidente (de Figueras a Taramundi, pasando por Ribadeo), hasta que obtuvo plaza en el Ayuntamiento de Avilés, como médico de ‘Asistencia Pública Domiciliaría’ durante el mandato del alcalde Bonifacio Heres (1874 a1879). Por extraño que parezca,  entonces, la medicina era municipal.

Llegó en tiempos de transformación, social y urbana de la ciudad, alojándose, en la –por entonces– fonda ‘La Serrana’ (no tendría la denominación de hotel hasta 1917), situada en el puerto de Avilés, de la que estaba separada por el paseo del Bombé.

Con querencia periodística demostrada, el doctor estaba en el mejor sitio para tomar la temperatura a la sociedad avilesina. Además, sabido es, que la historia verdadera de Avilés está escrita en el agua de su ría. Estuario donde estaba, entonces, anclado el antiquísimo y famoso puerto avilesino, que ocupaba parte de lo que hoy es parque del Muelle y la actual calle de La Muralla.

 El doctor pudo asistir en directo –lo tenía prácticamente delante de su habitación en ‘La Serrana’– a cuando, en 1876, el Ayuntamiento instaló nueve estatuas que compró a la firma francesa Hauts Fourneaux et Fonderies del Val D’Osne, basadas en motivos mitológicos de la antigua Grecia. Efigies que fueron plantadas el paseo del Bombé y que posteriormente, cuando éste desapareció a principios del siglo XX, pasarían al nuevo parque del Muelle. Un suceso conocido como ‘El baile de las estatuas’.

En aquel tiempo, la población avilesina apenas llegaba a los 9.000 habitantes y sufría, como toda Asturias, una brutal crisis económica, lo que generaba un colosal y penoso fenómeno migratorio hacia América y una de loss principales puntos de embarque era el puerto avilesino.

Esto, unido al comercio generado de las importaciones de productos ultramarinos, hizo que el negocio naviero fuera tal que el marqués de Ferrera (sustentada su fortuna en posesiones inmobiliarias) había dejado de ser la persona, tradciionalmente, más rica de Avilés, en detrimento del industrial naval José García San Miguel (Marqués de Teverga) que lo había sobrepasado en poderío económico.

Los nuevos ricos –donde estaban incluidos, con mucha fuerza, los indianos– le ganaron la partida a la amojamada nobleza tradicional, hasta entonces propietaria del ordeno y mando. Y el poder local comenzó a cambiar de manos, circunstancia que, afortunadamente, comenzaría a notar la ciudad.

Unos años antes, en 1833, ya se había iniciado la industrialización cuando la Real Compañía Asturiana de Minas se estableció en Arnao, para explotar la riqueza carbonífera y dedicarse también a la producción de zinc.

Igualmente ganaba peso de la industria agropecuaria, que convirtió al barrio alto del Carbayedo en lugar de celebración semanal del mercado de ganados que con el tiempo sería el más importante de Asturias.

Como se ve, Claudio Luanco, llegó en tiempos de gran efervescencia en Avilés, que estaba gestando entonces uno de los mayores cambios urbanos y sociales de su larga historia.

Los dos núcleos urbanos más importantes de Avilés, La Villa y Sabugo, estaban separados por el mar y las marismas. Y aquella fue la hora de poner remedio a este estrangulamiento, que aparte de impedir la expansión urbana generaba graves epidemias entre la población.

Se desecaron marismas insalubres que dividían Avilés hasta decir basta. Y así, sustituyendo líquido por sólido, nacieron la nueva plaza de mercado, el parque del Retiro (Las Meanas) y, posteriormente, el parque del Muelle. Detrás de esta operación de desecación y relleno, vendría, con el tiempo, el desarrollo urbano posterior de gran parte de la ciudad.

Aquello fue un enorme avance. Quedémonos con la copla de que hasta hace unos ciento cuarenta años, el mar llegaba hasta lo que hoy conocemos como Las Meanas. Y la fuerza con la que entraba, en el que hoy es el centro de la ciudad, se ilustra con el hecho de que el nombre inicial de la plaza del mercado fue Plaza de las Aceñas, porque en este espacio estuvieron funcionando, desde el siglo XIII,  aceñas, o sea molinos que utilizan las mareas como fuerza motriz. Conviene valorar el hecho –y lo digo en serio- de que Avilés fue una adelantada, y ya desde la Edad Media, en la hoy, tan ponderada, energía alternativa.

La plaza es un espacio arquitectónico compuesto, en origen, por 28 solares dispuestos en rectángulo. El recinto tiene cuatro entradas. Consta, para que nos conste, que el rectángulo central de la plaza estaba destinado a zona ajardinada. Pero una serie de acuerdos, posteriores, hicieron posible que se construyera en ese espacio un pabellón dedicado al mercado, que centralizara el que, desde el reinado de los Reyes Católicos (y por privilegio expreso de estos a Avilés), se desparramaba anárquicamente por calles y plazas de la Villa.

Puerto antiguo de Avilés. A la derecha el palacio de Camposagrado, a continuación la Fonda de La Serrana. Al pie de ambos el Paseo del Bombé. (Dibujo de Juan de la Cruz Espolita)

Luego, la mañana lluviosa del 6 de julio de 1890 llegó el tren. El recibimiento fue tan festejado que se gastaron 17.749,38 pesetas. Una pasta, para la época, pero la ocasión lo merecía, porque el ferrocarril y las obras de la canalización de la ría, que trabajosamente se llevaban a cabo, eran lo más –de lo más– en el progreso industrial. Los caminos de hierros pasaron a formar parte del paisaje urbano avilesino, pues poco después se puso en marcha un tranvía de vapor entre Avilés y Salinas. Y mas tarde uno eléctrico que unía Avilés con Arnao y también con Villalegre.

La verdad es que a finales de aquel siglo XIX, a Avilés, se le vino encima una catarata de modernidades de no veas, cine incluido.

Por ejemplo el servicio telefónico, fue otro gran invento que llegó a la ciudad, aunque cubriese, solamente, las comunicaciones con Gijón y Oviedo.

También el alumbrado eléctrico público, el primero que lució en ciudad asturiana. Un regalo del, indiano, marqués de Pinar del Río.

Y un nuevo puente de San Sebastián, a la última moda de la arquitectura de hierro, que ‘tal parece una torre Eiffel tumbada’, según se escribió entonces.

Pero el plato fuerte fue, en 1893, cuando ya canalizada la ría, entró en servicio la nueva dársena de San Juan de Nieva y ahí nació el moderno puerto industrial de Avilés que desplazó al histórico, que no volvería a estar, en el centro de la Villa, a la vera de la iglesia medieval y del palacio de Camposagrado.

Desde aquel momento los clientes de la fonda ‘La Serrana’ ya no tuvieron enfrente el mar, sino un magnifico parque, adornado con las estatuas de fenecido Bombé, y bautizado, claro, como el de El Muelle.

 Estos años, Claudio Luanco, los vivió tan dedicado a su profesión médica, como a la profesión ciudadana que le fascinaba tanto o más. Se había integrado en la sociedad avilesina y era persona que descollaba por su cordialidad y por su visión humanista de la vida.

No cabe duda que el ambiente frenético de tantos cambios, como se estaban produciendo en la sociedad avilesina traía consigo tensiones ciudadanas, por ejemplo en las discusiones sobre el emplazamiento de la nueva estación de ferrocarril, donde por haber, hubo más que palabras.

La ciudad crecía y crecía, pero con ausencia de alegría.

El doctor era escritor y a su pasión por la literatura unía su gusto por las  tertulias. No es de extrañar, que convocara a un grupo de, sus numerosos, amigos para darles cuentas de los planes que tenía sobre fundar una Cofradía que se llamaría ‘El Bollo’ y que debería organizar una fiesta sonada el día de la Pascua florida, primer domingo después de la festividad religiosa de Semana Santa.

 La Cofradía quedó fundada en un salón de la fonda ‘La Serrana’ y constituida, por gente variopinta de la sociedad avilesina de entonces, con el fin de pasarlo bien en torno a una fiesta laica multitudinaria. Sobre todo teniendo en cuenta que Avilés nunca había tenía ese tipo de festividades. 

En la revista ‘Filandón’ el periodista Venancio Ovies, gran conocedor –y un apasionado– de las fiestas pascuales avilesinas tiene escrito que «estaba formada por Claudio Luanco, como presidente, Wenceslao Carreño (Coronel del Ejército), Bernardino Ca­brera, Javier Carreño, Pío Arines (Vista de Aduanas, destinado entonces en Avilés), Luis Solís, Ramón Car­cedo (Ingeniero industrial gijonés), Florentino Guardado, Francisco Rodríguez Maribona, Federico Trapa y Joviniano R. Pumariega. Figurando como ‘adjuntos’ por decisión propia (pues nunca quisieron aparecer en Comisión alguna), Armando Fernández Cueto (‘El Parafuso’, constructor de carrozas), José Benigno García (‘Marcos del Torniello’), Antonio María Valdés (escritor que utilizaba el pseudónimo de ‘Aneroyde’) y como Consiliario el sacerdote Manuel Álvarez Sánchez».

Finaliza Venancio Ovies su comentario de esta descacharrante  manera: «así que eso de que ‘El Bollo’ (que además, se escribe en castellano y no en bable) fue creado para unir a gentes supuestamente desavenidas, ¡nanay de nanay! ¡Tururú, tararí, que te vi!»

El propio Claudio Luanco, en la revista de La Balesquida de Oviedo de 1912, lo tiene explicado: «Apenas contaba yo quince años, cuando por vez primera presencié en el Campo de San Francisco de Oviedo la clásica fiesta del gremio de los alfayates, asociados como cofradía por doña Valesquita Giráldez, allá por el siglo XIII… Más tarde, cuando yo ya estaba lleno de canas y cansado de mi profesión, me vinieron los recuerdos de otros tiempos y, asumiendo ideas pasadas, me vinieron a la imaginación de niño dos luces: el unir el pasado con el presente, la respetuosa antigüedad con el ridículo modernismo e instituir en Avilés una fiesta del Bollo a imitación de la del martes de Pentecostés en Oviedo, repartiendo vino y bollo para olvidar abstinencias, ayunos y vigilias cuaresmales y así entregarse en la Pascua de Resurrección al sabroso cabrito».

El caso es que aquello fue una idea genial que fraguó con tal fuerza, que aún la seguimos celebrando y está oficialmente declarada fiesta de Interés Turístico Nacional e Internacional. Es una explosión de alegría y una exaltación del folklore asturiano.

Hoy, incluso, aumentada con la multitudinaria Comida en la Calle (instaurada en 1993, por el Ayuntamiento, para celebrar el centenario). Pero en el fondo la fiesta ya nació como celebración de una comida en la calle, modesta eso sí: bollo mantecado (repostería original avilesina) y vino blanco.

El primer día de celebración, domingo de Pascua, día 2 de abril de 1893, leyó el pregón festivo, el escritor Antonio María Valdés (‘Aneroyde’). Lo hizo desde un balcón de la fonda La Serrana.

Y luego comenzó el festejo. Lo narra L. Legazpi: «Después de una Misa de Cofrades, en San Nicolás, hubo desfile con banda de música, carro de ‘esquirpia’ (al estilo de cesto) portando los bollos de cuatro cuernos y vino de Nava del Rey. Cerraba la directiva en flamante coche de caballos. Sólo un pero, el tiempo infernal de lluvia y viento, pero, como no hay mal que por bien no venga, incluso el temporal contribuyó al jolgorio: Al entrar la comitiva en la calle de la Cámara el presidente Luanco saluda cortésmente a las gentes destocándose del bombín en el momento preciso que una ventolera le arrebata su postizo peluquín».

El reparto del bollo y vino, tuvo lugar en el parque del Retiro (hoy de Las Meanas) sitio despejado y relativamente alejado (entonces) del centro de Avilés. Y allí se haría durante unos años, pasando luego al parque del Muelle y luego ya a toda la ciudad.

La Fiesta no solo arraigó sino que se prolongó al Lunes de Pascua y para soporte y altavoz de la misma, Claudio Luanco fundó la revista gráfica ‘El Bollo’, muy al hilo de su querencia periodística. Una publicación que hoy en día es un clásico, ya que durante más de un siglo ha venido publicando textos históricos, relatos y poemas relacionados con la villa de Avilés.

Pocos personajes han sido tan celebrados, desde todos los rincones avilesinos, como aquel ‘Don Claudio el médico’ que, con tan buen ‘ojo clínico social’ le procuró una fiesta perdurable, a la ciudad de Avilés y a la que acudía gente de toda Asturias.

El doctor participó en muchas iniciativas tomadas en la Villa como la formación de una única banda de música, fundiendo las existentes , de ‘Santa Cecilia’ y ‘la Industria’. Pero, sobre todo, promoviendo la sociedad para la construcción del nuevo teatro, que no abrió sus puertas hasta 1920, cuando ya había fallecido Claudio Luanco, y que lo hizo con el nombre de Palacio Valdés.

Aquello fue como sigue: Cuando terminaba el siglo, se acariciaba la idea de construir un nuevo teatro acorde con la categoría ciudadana que estaba adquiriendo Avilés, pero nadie se atrevía con una empresa de tal magnitud, ante el temor al fracaso, o incluso a quedar en ridículo. Y entonces, como no, aparece Claudio Luanco  convocando una reunión en Ayuntamiento, de la que sale una comisión presidida por él mismo y como compañeros de fatigas: Alberto Solís, Cándido Pérez, Luciano Vidal y Santos Arias. Esta comisión o Junta (oficializada como «S.A. Del Teatro») lanzó acciones de quinientas pese­tas, que Claudio Luanco fue ‘vendiendo’ puerta a puerta por las casas de los notables de la ciudad. En mayo de 1900 quedó oficializada en el Registro Mercantil como «S.A. Del Teatro».

Teatro 'Palacio Valdés', en obras.

 Y así, se logró poner, en aquel año de1900, la primera piedra al teatro (hoy ‘Palacio Valdés’). Acto en el que Claudio Luanco firmaría –junto a Leopoldo Alas ‘Clarín’ y otros notables- con pluma de oro. En dicha jornada, el catedrático ovetense Adolfo Álvarez-Buylla (uno de los padres de Extensión Universitaria) sugirió que el teatro debería llevar el nombre de Claudio Luanco…

Es algo que no cayó en saco roto, en prosa o en verso, como el de Marcos del Torniello, en 1901:

  ¡¡ VIVA LUANCO !! / Tengo de subir al alto / a char a don Claudio un viva / tengo decir  ¡¡viva Luanco!! / diga el mundo lo que diga. / Tengo decir  ¡¡ viva Luanco!! / y tambien  ¡¡ viva el galeno!! / tengo decir  ¡¡ viva el bollo!! / y  ¡¡ viva el teatro nuevo!! / 

Si se fay el teatro / nes nueves calles, / ye que amestó don Claudio / les voluntades ¡¡ ay doctor!! / que buen viento te traxo / de Castropol.  

O la prosa de Florentino Mesa (Alcalde de Avilés de 1897 a 1908) «Tengamos presente que hubo un tiempo en que Avilés se dormía y D. Claudio Luanco la despertó. ¡Bien haya él! (…) Que hay un teatro más, no importó nada en ninguna población que progresó como nuestra villa. Hay margen para todo… ¡Lástima de Luanco! ¡Cuánto valía!» (Texto escrito en 1917)

 Juan González Wes (Director de ‘La Voz de Avilés’) escribe en 1944: «Mi padre, que le había tratado [a Claudio Luanco] como amigo me dijo que ‘era un hombre culto, animoso, rendido ante Fémina, amante del progreso, buen médico, cordialísimo… pero tomado un poco a broma por quienes carecen del sentido del humor, por ausencia de cultura’ (…) Dicen que don Claudio, el creador del nuevo Teatro, el que donó el milagro de estas fiestas de Pascua de resurrección, se fue de Avilés a fundir su amargura en el encantador retiro de Castropol. Pero su amargura sería más honda e infinita si sus ojos humanos pudieran haber alcanzado este gran pecado de olvido e ingratitud [se refiere a la falta de reconocimiento oficial hacia Claudio Luanco, sobre el papel capital que jugó en la construcción del  teatro ‘Palacio Valdés’]. Aunque ahora es fácil que desde la gloria de su descanso se ría de tan agobiante insensatez y se recree con ver desde la altura el paso por las calles avilesinas de la Cabalgata de Primavera, diciendo ‘¡Así era como yo lo soñé!’ Porque en sus tiempos todo era pobre, mezquino y estrecho».

 Aquel doctor Luanco era hombre tan incansable como efectivo. Lo cuenta Joaquín Graña en ‘La Semana’: «También organizó aquella cabalgata que en los últimos carnavales recorrió las calles de la villa, y fue la admiración de Asturias; dando a Avilés tal realce aquel espectáculo, que, sin apasionamiento pudo asegurarse y decirse de los carnavales del año de mil novecientos, que estuvieron en Avilés a la altura de los de las principales capitales de España».

En el año 1908 Claudio Luanco cesa como médico municipal en Avilés y se retira a Castropol, donde funda y dirige el periódico ‘Castropol’. En 1914 viaja, por última vez, a Avilés para participar en su fiesta y agradecer el nombramiento de Presidente de Honor de la Cofradía del Bollo. Falleció el 7 de octubre de 1916.

En la revista ‘El Bollo’, aparece este poema, anónimo, firmado por X:

Castropol es residencia /de Luanco, que en Avilés / nos dejó el Bollo y… después / un teatro de… apariencia. / De ambas cosas a mi ver / está Luanco satisfecho, / por dejar el Bollo hecho, / y el teatro sin hacer.

Y el bueno de D. Claudio desde su retiro de Castropol escribe: 

Fiesta que así me enloquece, / dispensa, si en El Retiro, / no reparto el pan y el vino / como hice tantas veces./ Nuestros lazos no están rotos, / sépalo todo Avilés, /de la cabeza a los pies / siempre estaré con vosotros. / Y en este oscuro rincón, /donde vivo en santa calma, / os tengo al lado del alma / y dentro del corazón.           

Por eso no busquéis reconocimiento social, en Castropol, hacia aquel Claudio Fernández-Luanco y Riego (hoy Claudio Luanco), que allí el que lo tiene es su hermano José Ramón, quizá porque fue Rector de la Universidad de Barcelona. 

Claudio Luanco, donde se ganó la gloria fue en Avilés, donde encima le cayó el pelo (su bisoñé fue famoso) y también, aquí, se desprendió de parte de su primer apellido (Fernández) así como el guión que lo enlazaba a Luanco y el mismo camino siguió la conjunción que lo aproximaba a Riego.

Avilés recuerda todos los años, el día de la Pascua florida, a este castropolense que ha pasado a ser personaje notable en la Historia de la ciudad. Pero también debería ser recordada por su iniciativa e impulso para la construcción del teatro ‘Palacio Valdés’. Por esto, por lo otro y por lo demás allá.

Y dejo un dato para el que dude de su importancia social: Solamente dos personas tienen, por duplicado, su nombre en el callejero de la Villa: Pedro Menéndez de Avilés –fundador de la ciudad más antigua de los Estados Unidos: San Agustín de la Florida– y Claudio Luanco, fundador de las fiestas del Bollo, que se celebran en la Pascua florida.

Así fue aquel médico tan simpático, al decir del personal, de barba rala,  peluquín estrafalario, aspecto un tanto desaliñado, que usaba frecuentemente un ‘paletó’ tres cuartos, con cuello de terciopelo, para abrigar su cuerpo de persona menuda… ¡Menudo personaje!

Fascinante.

Los episodios avilesinos es un blog de La Voz de Avilés

Sobre el autor

Espacio dedicado a aspectos históricos, biográficos, costumbristas y artísticos, fundamentalmente de Avilés y su comarca actual, así como a territorios que, a lo largo de los siglos, le fueron afines. Tampoco se excluyen otras zonas del planeta


abril 2013
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