Miranda tampoco es que esté tan alta (112 metros sobre Avilés) pero si lo suficiente como para mirar por encima a la Villa, que está allí abajo donde la mar salada.
El agua dulce, a Avilés siempre le bajó, de Miranda; antes del manantial de Valparaíso y ahora de La Lleda.
Sin embargo, los habitantes de Avilés han subir a Miranda para curar sus heridas, pues es en la antigua finca mirandina de La Vaniella, donde desde 1976 está ubicado el Hospital San Agustín, donde viene naciendo gran parte de la población avilesina.
Catalogado como barrio, o como parroquia de Avilés, Miranda, es un pozo sin fondo de historia que solo se descubre si se consigue mirar más allá de su apariencia similar a la de muchos pequeños núcleos rurales asturianos. Nanay.
Ya en 1794 era una referencia histórica: «todo Avilés, con Sabugo y Miranda, tenía 900 vecinos», dejó escrito González Posada.
Ha sido lugar de establecimiento de potentes gremios artesanales, como los caldereros que vendían, principalmente por Asturias, Galicia y Castilla.
También numerosos alfares (hasta treinta, tiene contados Jovellanos) proliferaron por Miranda. Y sus piezas de cerámica negra «se las arrebataban, en Vizcaya y en Galicia, de las manos a los fabricantes» según relata en sus ‘Diarios’.
De personajes, que aquí nacen o se moldean (se es de donde se nace, o de donde se pace, o de donde aprende uno a leer, e incluso de donde se estudia el bachillerato) tengo ejemplos a pares.
Aquí nació el pintor asturiano más universal, Juan Carreño de Miranda, pintor de cámara del rey Carlos II, cuyos cuadros se exhiben en pinacotecas mundiales. También, natural de aquí, es José Menéndez ‘El rey de la Patagonia’ que llegó a poseer, allí, una de las mayores haciendas del mundo. Ambos ya han sido tratados en episodios aparte.
Y si usted se da un garbeo –física y químicamente recomendable– por Miranda deténgase ante el edificio de las antiguas escuelas (pagado por el indiano rey patagónico) y podrá ver una placa que recuerda que «En esta escuela, aprendió a leer, Alejandro Casona. 1915».
El famoso dramaturgo vino, de niño, cuando destinaron aquí a su madre –y maestra– Faustina Álvarez, mujer muy notable, que hoy ocupa lugar de honor en la historia pedagógica española.
¡Pero si en Miranda tienen hasta dialecto propio!: el bron. Una jerga que utilizaban hace siglos los caldereros y que, hace no mucho, se intentó popularizar a través de Radio Miranda, emisora pionera de FM, de aficionados, en la comarca.
La parroquia mirandina fue de las primeras, en el norte de España, que puso en marcha ya hace años una página WEB. Ahora estas cosas –FM, Internet y tal– son moneda habitual, pero antes tenerlas, era la monda, la modernidad.
Y detrás –de todo esto y bastante cosas más– está el párroco, José Manuel Feito, persona de gran erudición, académico del Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA), autor prolífico en prosa y también –según le tengo leído a José Luis García Martín– ‘uno de los pocos memorables sonetistas que aún nos quedan’.
En Miranda, históricamente, moldean barro, doman cobre de calderas y si falta bronce tienen bron.
Por esto y por aquello, hoy, estoy aquí, admirando a Miranda.