Cuentan que contaba Tirso de Avilés, allá por el siglo XVI, que los peregrinos cuando cruzaban el Pajares cantaban: «O Asturia, bella Asturia; tu sei pur bella, e sei pur dura». Y lo hacían para acceder a la catedral de Oviedo o a la inversa, si venían de la capital de Asturias para reincorporarse al camino principal de Santiago, una vez cruzado el Pajares. La socarronería asturiana, tan ‘coñona’, al escuchar esto susurraba: «No hay mayor puerto que el de la puerta de casa».
El canónigo Tirso de Avilés (nacido hacia 1516 y muerto en 1599) fue un gran cronista o recopilador de hechos y también historiador. Pero su mérito es haber captado la información de su tiempo y exponerla con soltura. Narra lo que investiga o lo que ve. Es escritor. Hoy sería, también, periodista.
Decía Francisco Umbral que ‘el periodismo mantiene a los ciudadanos avisados, a las putas advertidas y al gobierno inquieto’. Para G. K. Chesterton: ‘El periodismo consiste esencialmente en decir «lord Jones ha muerto» a gente que no sabía que lord Jones estaba vivo’. Yo creo, como dice Juan Cruz, que el ‘periodista es gente que le dice a la gente lo que le pasa a la gente’, pero hay que saber decirlo.
Tirso de Avilés, era hijo de Gaspar de Avilés, un vecino de la Villa que se marchó soltero a Las Regueras, donde casó y tuvo descendencia. Aunque algunos autores, como el marques de Teverga y también Simón Fernández Perdones, nacen a Tirso en Avilés.
Y no es así, pero tres narices importa. Lo que vale es que es que el canónigo es un cronista extraordinario y su pluma una luz en la oscuridad informativa de por aquel entonces. Martín Andreu dice que ‘describe con auténticos trazos, de inapreciable riqueza, cuadros de vida ovetense y del resto de la región’. Narra, tanto maravillas caóticas, como desdichas terribles.
En su libro ‘Armas y linajes de Asturias y antigüedades del Principado’, ilustra la hondura de la trágica hambruna de 1573, con un asesinato: «Una moza del concejo de Avilés, mató a otra con un palo para tomar un cesto de pan cocido que llevaba a vender a dicha villa».
En ‘Asturias: Referencias geográfico-históricas’, relata los más grandes sucesos acontecidos en la región hasta su siglo XVI: Desde las epidemias de 1573 a 1576 a que «en la noche del 11 de noviembre de 1578, apareció en el horizonte un cometa de extraña grandeza, que se presentaba hacia la media noche y fue visto durante dos meses» (…) O «el diluvio del año 1586» (…) Cuando no «un terremoto de aires en 1590»’
También fue testigo y notario de hechos como el entierro de Pedro Menéndez de Avilés ‘llevado por cuatro rexidores de la dicha villa, á ser sepultado con la autoridad que se requería de lumbres de cera y misas’.
Genealogista de relumbrón, es famosa su interpretación del escudo de la familia Las Alas, donde teje una leyenda digna del mejor García Márquez. Básicamente cuenta que conquistada Avilés por los árabes, el caballero Martín Peláez se refugió en el castillo de Raíces, de dos torres, donde lo cercaron los invasores, pero acabó dándoles matarile con la ayuda de un ángel. El mismísimo Don Pelayo, fascinado por esta historia –según Tirso– le concedió a Martín un escudo basado en esta aventura y un nuevo apellido: De las Alas.
A propósito de su apellido escribe que «…en Avilés ha habido muchos y muy principales hombres y muy señalados especialmente por la Mar, que parece que el clima de esta villa los dicta ser buenos Pilotos y Mareantes (…) como en nuestros tiempos Reinando el Rey don Felipe II, lo fue Pedro Menéndez de Avilés adelantado de la Florida… el cual tuvo cargo General en dicha Carrera de Indias 13 o 14 años y la navegó sobre 50 veces … e después conquistó… la provincia de la Florida que es en la Yndias…y el dicho Rey le hizo titulo de Adelantado de dicha Provincia… »
Tanto ‘oficio’ tenía Tirso que, precursor hace 500 años en las tareas informativas, hasta nos dejó una ‘foto’ suya, en forma de talla, que podemos ver en la girola de la catedral de Oviedo, incrustada en un retablo, por él donado. Una hemeroteca para la eternidad.
Era un cuco.
‘O Asturia, bella Asturia; tu sei pur bella, e sei pur dura’.