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Alberto del Río Legazpi

Los episodios avilesinos

Jovellanos en Avilés, un día como hoy, pero hace la tira

(Este relato está basado en los ‘Diarios’ del escritor, jurista y político asturiano Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811), uno de los hombres más importantes de España, en su época).

 

Mientras se afeitaba, aquel domingo veraniego en su casa de Gijón, Gaspar Melchor de Jovellanos, se fue calmando después de la ajetreada mañana que tuvo para poder cumplir con el precepto religioso dominical. La misa del alba se retrasó más de dos horas y por una o por otra cosa, nada menos que «hasta los tres cuartos para las seis».

Cumplido el rasurado, vistiose para la ocasión y una vez desayunado su habitual chocolate, cogió su diario de notas, lo introdujo en su bolsa de viaje y salió al patio, donde ya le habían preparado el caballo. Eran las 7.30 horas, del domingo 13 de julio de 1794, cuando ‘Jovino’ –pseudónimo que gustaba utilizar en sus creaciones poéticas– puso rumbo a Avilés, «en una hermosa mañana».

El viaje transcurrió por terreno del «valle de Carreño, el lugar de Tamón, y sobre todo, el de  Villalegre, de lo mejor de Asturias». Llegó a las 11.30 a Avilés, haciendo su entrada por la calle Rivero donde pudo apreciar que –desde su último viaje, hacía ya dos años– se habían efectuado grandes reformas. Luego le contarían que Juan de Llano Ponte, obispo de Oviedo, propietario del palacio que había en dicha calle, había ofrecido al Ayuntamiento avilesino empedrar la calle a sus expensas, así como obras de alcantarillado y otras reformas, a cambio de ensancharla, eliminando los soportales de un lado, que impedían el paso de carruajes.

Jovellanos, entró en la villa amurallada hasta llegar al palacio de su amigo, el marqués de Camposagrado, donde pasaría dos días.

Instalado allí recibió, casi inmediatamente, la visita de varios amigos avilesinos, entre ellos Macua y Pugmarino (sic), y donde hay que imaginarse que hablarían de lo que pasaba por el mundo, en aquel año de 1794, por noticias intermitentes que proporcionaban viajeros incansables, de la Revolución Francesa que convulsionaba a toda Europa, de la ‘extraña’ de que fuesen públicas las sesiones del senado de los Estados Unidos de América, un nuevo y enorme país que había sido colonia inglesa. Hablarían de la Asturias empobrecida y aislada –donde hoy, con la perspectiva que da el tiempo, es evidente que había poca gente de la talla intelectual de este gran Jovellanos el gran modernizador de su región– y también, claro, hablarían de Avilés. La villa, contaba entonces con cerca de mil habitantes, fue noticia porque se habían registrado graves incidentes por la impopularidad del reclutamiento para la guerra contra la Francia republicana, hasta el punto de que la oposición popular impidió que se pudiese llevar a efecto la talla de los soldados.

Después de la siesta –que Jovellanos nunca perdonaba– pasó un buen rato asomado a la espectacular galería norte del palacio Camposagrado, a pie del puerto avilesino. Contempló, a la izquierda, el gran terreno (lugar hoy ocupado por la plaza del mercado o Hnos. Orbón) donde estaban instaladas las aceñas. Salió a dar una vuelta por la villa, cumpliendo con visitas a casas de conocidos, y sobre todo a pasear por el viejo puente de piedra de San Sebastián (el metálico no se construiría hasta 1893), que le daba perspectivas de la ría avilesina, que le tenía –como no– fascinado.

Así transcurrió la tarde del domingo y la mañana del lunes. Pero por la tarde de ese día, se puso a trabajar en lo suyo que era conocer y valorar la realidad, que luego plasmaba en sus históricos ‘Diarios’. Así que junto con varios amigos, tomaron rumbo a San Cristóbal de Entreviñas, llegando hasta las alturas donde se divisa el mar al fondo, y abajo el Peñón de Raíces «La montaña de la Garita (…) toda cortada perpen­dicularmente (…) prueba, a mi ver, que algún día batió el mar esta monta­ña, y robando su cimiento, causó los grandes derrumbamientos perpendiculares que se ven en ella por todas partes».

Retrato que Goya hizo de Jovellanos.

Y a continuación avanza la teoría del volcán, ya que «en la formación de esta montaña de la Garita, tan sin­gular en su especie (…) se ve una gran hendidura, que puede señalar la boca del cráter, pues aunque su forma es oblonga, pudo tomarla del curso de las aguas que allí se acumulan. No pudieron rodarse estas piedras en ningún río; creer la montaña efecto del diluvio, tampoco es fácil. No fué difícil que alguna antigua playa del mar estuviese, como otras, cubierta de este guijo; que levantada de esta inmensa super­ficie por la erupción de algún volcán, se fuesen depositando las materias que la formaron, cayendo, según su gravedad, más o me­nos lentamente. Si esto fué así, sin duda precedió muchísimos si­glos a la construcción del castillo de Gozón» donde Jovellanos está totalmente convencido que estuvo en el cerro del Castiello (Peñón de Raíces).

Bajan los viajeros a la vega de Raíces, donde estuvieron los monjes Mercedarios que se fueron al convento de La Merced en Avilés. El grupo se divide y mientras unos van al gran arenal (playa del Espartal), Jovellanos junto con Ramón Ovies y Gonzalo Muñiz (cura de La Magdalena) suben por un camino penoso al cerro, que inspeccionan meticulosamente.

«Re­conocimos en diferentes sitios los cimientos de obra antigua, que continúan en derredor toda la circunferencia de su altura; tiene sólo una subida; lo demás, escarpado, y cortado perpendicular­mente a mano, por la mayor parte en una peña de grano (…) Bien observado todo, parece que el antiguo castillo pudo haber tenido su cava o foso de agua, y que su puente levadizo y única entrada sería por la parte que dijimos del camino de Raíces».

También contemplan, desde allí, la zona de Nieva, terreno que intriga a Jovellanos por los misterios que encierra. Por ejemplo escribe que «En él dicen que hay un sitio alto, llamado el Monumento, y vul­garmente Molimentu, que sin duda viene de munimentum, y sería al­guna antigua fortificación romana. Debajo de él, hay otro sitio lla­mado la Clica. ¿No podría venir de crike, y derivarse de alguna má­quina que hubiese para atracar los navios o ayudar a su descarga?»

A la mañana siguiente, martes, junto con José Prada (Alférez de Navío)  inspecciona esa zona de Nieva, junto con San Juan y la iglesia de Laviana y «la playa de Chagón (hoy Xagó o Xagón)».

Regresan a Avilés para que el marqués de Camposagrado le acompañe a los antiquísimos molinos de aceñas, cuya fuerza motriz son las mareas «Llénanse en la pleamar, pero empiezan a media marea y muelen por espacio de cinco o seis horas». O sea que las aceñas ya no eran productivas para los tiempos que corrían (terminarían desapareciendo cuando, 70 años más tarde, desecaron la marisma, donde se asentaban, y cubrieron el río Tuluergo, para construir la gran manzana de casas que hoy alberga el mercado avilesino).

Luego visita ‘Jovino’ la tumba de Pedro Menéndez y toma detallada nota de las inscripciones, tanto de ella como del resto de enterramientos de la histórica iglesia de San Nicolás (hoy conocida como ‘La de los Padres’).

Y se acabó por este viaje. Jovellanos hizo un total de cuatro (serán episodio aparte) viajes a Avilés que, al menos, hayan quedado reflejados en sus ‘Diarios’, porque se cree que vino en más ocasiones.

«Despedida. Monto a caballo y me acompaña Prada. Todo el camino de mucho y excelente guijo; pudiera construirse un cami­no nuevo y magnífico a poca costa. Paréceme que con 300.000 reales se harían las cuatro leguas cortas, que hay a Gijón». Años más tarde, por ahí iría gran parte de la carretera Gijón–Avilés.

Gaspar Melchor de Jovellanos –bautizado como Baltasar Melchor Gaspar María de Jove Llanos y Ramírez– fue un ilustre ilustrado de mucho lustre.

Los episodios avilesinos es un blog de La Voz de Avilés

Sobre el autor

Espacio dedicado a aspectos históricos, biográficos, costumbristas y artísticos, fundamentalmente de Avilés y su comarca actual, así como a territorios que, a lo largo de los siglos, le fueron afines. Tampoco se excluyen otras zonas del planeta


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