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Alberto del Río Legazpi

Los episodios avilesinos

El túnel del tiempo literario en Avilés

En un visto y no visto, pasas de hoy a anteayer y luego vuelves a mañana para regresar al presente sabiendo que puedes meterte, en cualquier momento, en el siglo XII y pasar al XXI sin intermedio. Eso viene a ser La Ferrería, la histórica calle de Avilés, una de las más antiguas del norte de España.

Pasear por ella es introducirse en el túnel del tiempo, al que llevan sus edificios, sus vecinos de ayer y hoy, y su ordenación urbana cargada de siglos. La imagen del túnel está perfectamente escenificada por sus hermosos soportales, a derecha y a izquierda, por donde discurre como un rayo la literatura. Por ejemplo.

Escribo este artículo en un periódico fundado por Manuel González Wes, un 26 de enero de 1908, y que domicilió su redacción y talleres, durante sesenta años, en el edificio actualmente numerado como el veintidós de esta calle. Un inmueble vecino de la antigua casona de los Solís (sede de la Cruz Roja desde 1962, pero que aún conserva en la fachada el escudo de dicha familia) y que está frente por frente a Valdecarzana, una lonja comercial de preciosa arquitectura gótica que terminó siendo palacio, entre otras cosas, y que tiene una antigüedad histórica a la carta –data del siglo XII al XV, según que fuentes– y es el actual baluarte cultural del Archivo Histórico de Avilés, aquí domiciliado desde el año 2003, cuando finalizó la rehabilitación del edificio.

Que el diario LA VOZ DE AVILÉS se hubiese instalado, al poco de su fundación –inicialmente estuvo, muy corto tiempo, en la plaza de Pedro Menéndez (espacio ocupado hoy por la confitería Santa Mónica)– y durante tanto tiempo en La Ferrería, parece lógico si uno se mete en el túnel del tiempo y sabe que el primer periódico de la historia local, ‘El Eco de Avilés’, nació a orillas de La Ferrería, en la plaza de Carlos Lobo, frente a un lateral de la antigua iglesia de San Nicolás, levantada en el siglo XII. Allí había instalado su imprenta –la primera que hubo en la Villa– el ovetense Antonio María Pruneda. El 3 de junio de 1866 lanzó el primer número del ‘Eco’, con un eco histórico que sigue resonando.

De la ‘factoría Pruneda’ (situada en los locales hoy ocupados por el ‘Dulcinea’, famoso café ‘cultural’ de la segunda mitad del pasado siglo y que me remite automáticamente a personas, como Enrique Tessier o Pepe Martínez, a los que también hay que asociar a la historia de LA VOZ) salió, en 1871, también el primer libro editado en Avilés: «Programa de Retórica y Poética, o nociones elementales de literatura preceptiva»  escrito por Cástor Álvarez Aceval (sic), uno de los pedagogos más destacados de la historia local.

Metiéndote en el túnel del tiempo, descubres que muchos años más tarde un descendiente suyo –Cástor González Álvarez (1913-2001)– abrió en el número ocho de La Ferrería una librería. Ocurrió el 28 de enero de 1958, año en que se inauguraron también el cine ‘Ráfaga’, la acería Siemens (estructura actualmente aprovechada por el industrial Daniel Alonso) y el segundo horno alto de ENSIDESA.

Cástor González Álvarez

El establecimiento de Cástor, una exquisitez de diseño, estaba complementado por un pequeño salón de exposiciones. Fue la viva representación de la modernidad cultural en Avilés. No recuerdo un espacio, digamos instructivo–comercial, tan atractivo (duró casi treinta años) ya que, entre otras joyas, tenía la famosa colección ‘Austral’, la más universal y genuina colección de libros de bolsillo de todos los tiempos. Una maravilla que solo un personaje tan culto y sensible como Cástor (que fundamentalmente era artista plástico y músico, actividades recogidas en un magnífico libro por Ramón Rodriguez) pudo hacer posible en aquellos tiempos tan grises en todo, policía incluida.

Cástor clausuró su negocio librero en 1987, en paralelo aunque no tuviera nada que ver, con algunos de los cierres brutales de ENSIDESA –dos hornos altos, la acería LD-II y un tren de laminación– con los que, de una tacada Avilés quedaba  industrialmente, medio laminada.

La librería estaba bajo los soportales y la casa siguiente, la número 10, era la de los Carreño, de las más antiguas de Avilés. El tiempo ha dejado buena señal de ello en su fachada, donde apenas se adivina un escudo entre el primero y el segundo piso. Allí vivieron generaciones de dicha familia, entre las que me choca mucho el matrimonio formado, en el siglo XIX, por Pantaleón Carreño y Dominica Valdés que tuvieron trece hijos, de los que cuatro ( Eduardo, Feliciano, Pedro y Eladio) fueron emigrantes, que además dejaron su estela en libros de ciencias, enseñanza y poesía. Feliciano, que anduvo por las Américas, reunió además una fabulosa biblioteca, en la que se incluían libros editados en los entonces jovencísimos Estados Unidos de América y que su hermano Pedro –a quien la había dejado en herencia– donó, más tarde, a la Escuela de Artes y Oficios, donde fue mal ‘archivada’ y muchos años más tarde (febrero de 2014) –otro viaje en el túnel del tiempo– fue descubierta en el cuarto de los trastos de dicho centro.

Vean pues, que La Ferrería es calle literaria, por activa o por pasiva. Hoy está adornada con un edificio ‘universitario’, utilizado para cursos exprés y conferencias, que es la mínima concesión que se le sacó a la Universidad de Oviedo.

Por La Ferrería gustaba de pasear Armando Palacio Valdés (1853–1938) , cuando, en sus estancias veraniegas y a la caída de la tarde, salía del hotel ‘La Serrana’ (que hacía esquina al final de la calle) y recogía, en el portal número 31 de La Ferrería, a su amigo Estanislao Sánchez-Calvo (1842–1895), uno de los más destacados filósofos asturianos (especie en extinción) y paseaban la calle de arriba abajo con esporádicas incursiones por Rivero y Galiana. A veces, cuando se sacudía la pereza para coger el tren, desde Oviedo, acudía para vagar con ellos, Leopoldo Alas «Clarín» (1852–1901), que le tenía mucha querencia a La Ferrería.

Me tiene dicho Caballero Bonald, paseando por ella en 1983, que es calle más de novelistas que de poetas. De hecho fueron las únicas palabras que pronunció durante el trayecto por dicha calle.

Pero donde hay una mina literaria es en el palacio de Valdecarzana –también lugar de nacimiento del novelista Juan Ochoa (1864-1899)– donde se custodian, aparte de una valiosa documentación diplomática, los libros de actas del concejo de Avilés, desde 1479 hasta la segunda mitad del siglo XX. Personalmente me llama la atención la literatura –escondida para muchos– de los amanuenses (germen de lo que hoy son los secretarios municipales), reflejando en ocasiones y en rocambolescas síntesis –a veces magistrales– los, en tantas ocasiones enrevesados cuando no ‘divertidos’, acuerdos concejiles.

Un modo de dar fe haciendo, a veces ya digo, literatura a pulso de caligrafía. Algo que mandaron al carajo la electrónica y la informática, que hoy lo copan todo.

Menos el buen vino, el ingenio, la alegría y la honradez.

Los episodios avilesinos es un blog de La Voz de Avilés

Sobre el autor

Espacio dedicado a aspectos históricos, biográficos, costumbristas y artísticos, fundamentalmente de Avilés y su comarca actual, así como a territorios que, a lo largo de los siglos, le fueron afines. Tampoco se excluyen otras zonas del planeta


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