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Alberto del Río Legazpi

Los episodios avilesinos

El pregonero Carallo y el organista Cabrón

 (Los Libros de Acuerdos del Concejo de Avilés, los más antiguos conservados en Asturias, nos facilitan a veces el conocimiento de sonados empleos municipales ejercidos por gente de sonoros apellidos).
       El 14 de diciembre de 1485, finalizando la Edad Media y siete años antes de que Cristóbal Colón descubriese América, en la villa de Avilés se armó la del Carallo. Mejor dicho, la de Carallo.

       Ese día, hace hoy 529 (quinientos veintinueve) años, «entró por pregonero, Alonso Carallo de La Magdalena». O sea que fue contratado por el Ayuntamiento de Avilés que, a falta entonces del fastuoso edificio actual, andaba de mostrador en mostrador como canta la copla, reuniéndose en Sabugo, Rivero y otros sitios relevantes dentro y fuera de la muralla, aunque el preferido era intramuros y delante de la capilla de Santa María de Las Alas, al lado del cementerio medieval.

       Carallo, según quedó estipulado en los libros de Acuerdos custodiados en el Archivo Histórico municipal (y recogidos en el ‘Libro de Acuerdos del Concejo de Avilés. 1479-1492’ de Covadonga Cienfuegos) recibiría quinientos maravedís anuales, pagaderos el día de San Juan y la otra mitad a finales de año, como era norma.

        En aquellos tiempos ausentes de medios de comunicación, el pregonero era la trinidad informativa (prensa, radio y TV) reunida en una sola persona que, además, actuaba en riguroso directo. Los pregoneros trasladaban mensajes de los que mandan a los mandados, por tanto a veces eran aplaudidos si las nuevas (noticias) eran buenas, como objeto de mofa y cabreo cuando eran malas.

       Alonso Carallo de La Magdalena, entró a formar parte de los funcionarios municipales, entre los cuales el más popular era su puesto de pregonero, persona a la que conocía todo el mundo porque ponía la cara por alcaldes, jueces, merinos y demás familia.

       El pregonero tenía que saber leer y escribir, cosa entonces no frecuente e incluso tener dotes interpretativas. Bien mirado era un artista, que elegía el lugar donde pregonar y la puesta en escena para soltar el rollo (administrativo o político) con sencillez, fluidez y entonación, después de hacer sonar música de trompeta (como llamada de atención al personal) que era aviso de entrada en escena para iniciar su tarea de transmisión de datos, en unas ocasiones a una audiencia de cuatro gatos y otras a media multitud. Aquello eran WatshApp en carne viva, chat medievales, tecnología de la Reconquista.

       Timbres no había, pero si campanas en las iglesias, cuyos toques anunciaban, aparte de misas, también inundaciones, incendios y muertes. El personal conocía perfectamente el significado de los distintos toques, tal que ahora los tonos de los móviles.

       A los pregoneros, les competía hacer el llamamiento para las reuniones del concejo, propagar cosas perdidas, informar de ventas públicas y, en general, de acontecimientos varios. A Carallo, considerando que fue nombrado en 1485, a lo mejor le tocó glosar los hechos protagonizados por dos hermanos avilesinos, famosos entonces a nivel internacional. Me refiero a Gómez Arias de Inclán y a Esteban Pérez apodado ‘Cabitos’, ambos con mucha entrada en la corte de los Reyes Católicos. Y ambos episodio aparte.

       Quizá, también, Carallo fue quien pregonó, en 1488, la gran noticia de que los Reyes Católicos habían concedido licencia al concejo de Avilés para disponer un impuesto que sirviera para pagar las obras de reparación de la barra del puerto, que de tan cegada, que estaba, no permitía el acceso de los barcos al muelle que también estaba hecho unos zorros. Lo que nos da idea de lo antiguos que son algunos problemas en Avilés, donde ya existían estos dolores de cabeza en la Ría, en tiempos en que Pachico aun no había dibujado, con un farolillo rojo, su curva en ella.

       Dejo al pregonero Carallo y paso a hablar del músico Cabrón. Sonoros nombres para sonados empleos, aunque con distinto son.

       Y es que en el Ayuntamiento, otro funcionario –también artista– era el organista, que tenía plaza municipal desde que, en 1670, Alonso Menéndez de For­cines construyera el primer órgano en Avilés.

       Consultando, cosa que hago con frecuencia, los libros de Actas municipales se encuentran a veces curiosos casos y cosas, como por ejemplo las que le ocurrieron al organista Juan González Cabrón. Lo de este funcionario y su desgraciada historia laboral sería digno de un volumen merecedor de un título como «El caso Cabrón y las cabronadas del Ayuntamiento de Avilés a su persona».

       Este músico había sido monje en el monasterio de Cornellana con el nombre de Bernardo Valerio y en un principio así aparece citado en los libros de Acuerdos qe reflejan su calvario laboral municipal. Luego, al secularizarse, recuperó su nombre civil de Juan González Cabrón y este es el que ya aparece con profusión en los libros oficiales.

       Cabrón se convirtió, contra su voluntad, en protagonista de bastantes páginas de ellos, ya que todo asunto relacionado con pagos pasaba por la aprobación del Pleno municipal. Carmen Julia tiene publicado un magnífico estudio sobre la música en Avilés, donde incluye el caso de este desdichado organista municipal al que le pagaban tarde y mal, y eso cuando lo hacían, que no era siempre.

       Desde 1827 hasta 1859, periodo en el que ejerció de organista municipal, Cabrón aparece citado en bastantes ocasiones, junto a los principales asuntos objeto de gobierno de entonces, muchos de los cuales son hoy históricos. Son treinta y dos años de decisiones municipales salpicados de cabronadas municipales hacía el encabronado (hay que suponer) caballero que tocaba el órgano.

       Bien es verdad que el Ayuntamiento de Avilés sufría, por aquellos años, una gravísima crisis económica y de ello nos da idea el hecho de que las labores municipales (eran ocho empleados, donde hoy hay 800) se desarrollaban solamente en el piso superior, ya que la planta baja y entreplanta (como bien se aprecia en el interior de los soportales del edificio) lo alquilaba (e incluso vendía) el Ayuntamiento a particulares para labores comerciales. Las rentas servían para que la Corporación pagara pufos, como los del organista.

       En el libro de Acuerdos, de 7 de febrero de 1855, escrito está que «Se destine la renta de la tienda, que se pro­duzca en el corriente año, sita en el bajo de las Consistoriales, de don Manuel Fernández Canel, a pagar al organista de la parro­quia de San Nicolás, don Juan Glez. Cabrón, como goza­ba en años anteriores».

       Es solo un ejemplo, porque la cosa es de aburrir. E incluso a la muerte del músico, en 1859, su viuda Ramona Collás, siguió reclamando los sueldos atrasados que le adeudaba el Ayuntamiento. Y habiendo quedado, ella y su hijo, en la miseria solicitó pensión municipal que finalmente le fue concedida.

       Una historia lacerante la del organista Cabrón que bien hubiera merecido un pregón del Carallo.
 

Los episodios avilesinos es un blog de La Voz de Avilés

Sobre el autor

Espacio dedicado a aspectos históricos, biográficos, costumbristas y artísticos, fundamentalmente de Avilés y su comarca actual, así como a territorios que, a lo largo de los siglos, le fueron afines. Tampoco se excluyen otras zonas del planeta


diciembre 2014
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