(Orígenes, venturas y desventuras de la biblioteca pública de Avilés)
Wenceslao Carreño Arias-Carbajal fue un ingeniero militar obsesionado con poner el tiempo a sus órdenes de forma que le permitiera leer, comer, escribir, beber, estudiar, expulsar y terminar su proyecto de Enciclopedia Ilustrada, que almacenaba en su trinchera bibliográfica situada en la huerta trasera de la casa familiar en el número 10 de la calle de La Ferrería. Proyecto que recibió solicitudes de publicación por parte de la prestigiosa editorial Salvat.
Al coronel Carreño, literato confeso y bibliófilo vicioso, dicho sea en el mejor de los sentidos, le estorbaban los relojes y los almanaques en su particular guerra contra todo el tiempo que no fuese el dedicado a sus libros y tertulias.
Quienes le conocieron, como David Arias Rodríguez del Valle y Fernando Vidal Blanco, describen a un tipo de aspecto singular, con el pelo rapado para no perder tiempo en peinarse, con botas sin cordones (entonces inusuales) para no perder tiempo en calzarse, con cuello de camisa arreglado con corbata incorporada para no perder tiempo en hacer el nudo. Y así todo.
«En su casa abundaban rinconeras repletas de amarillentos legajos, recortes de mil raras publicaciones, papeles engomados y tintas de los más variados colores. Allí, los más destacados tratados de ingeniería, con valiosas acotaciones propias; los mejores portafolios de horticultura, una completísima colección universal de recetas culinarias y libros extraños en extraños idiomas; y, dominándolo todo, la gran obra de su vida: aquel proyecto de Enciclopedia Ilustrada, completa y magnífica, atesorada en años y años de búsqueda y plasmada en la letra clara y diminuta de su autor».
Se puede decir que, en general, el coronel Carreño era un ingeniero muy notable y un bibliófilo de tomo y lomo. Por su empleo militar viajó mucho y tuvo veinte destinos, uno de ellos en El Ferrol donde trazó planos del [hoy FEVE] entonces proyecto de ferrocarril estratégico que uniría, por la costa, la ciudad gallega con Gijón.
Al retirarse de la vida militar, con el grado honorario de general, regresó a Avilés, para batallar en lecturas y charlas de sus proyectos mil, estableciendo una hoja de ruta diaria, de frente y media vuelta, entre su domicilio de la calle de La Ferrería, y el Café Imperial, en la actual calle de La Muralla, donde fundó y presidió una tertulia que ha sido episodio aparte («La tertulia prodigiosa del Café Imperial» LA VOZ DE AVILÉS, 9 de noviembre de 2014 ).
De aquellas charlas con bebidas celebradas en aquel café, en los bajos del Casino, y de las diez de la noche en adelante, dejó escrito David Arias Rodríguez del Valle que «podía verse desfilar muchos de aquellos elementos intelectuales que conquistaron para la villa el título de Atenas de Asturias, en extraña mescolanza con los más ilustres parranderos». Y siempre, presidiendo el tinglado, Wenceslao Carreño, militar de oficio pasado, intelectual de afición presente y constante, monárquico convencido «aficionado tanto a las estadísticas como a los estudios filológicos, bebedor risueño y tranquilo»
En aquella, como en muchas tertulias, se habló de lo humano y lo divino, también se comió (de la cocina del Imperial escribe David Arias que salían unos sabrosos ‘tucos con patatas’) y se bebió, es de suponer, que sobradamente, pues el hablar resetea la saliva y se hace necesario humedecer frecuentemente la lengua.
Pero aquella, del coronel Carreño, no era una tertulia al uso y de ella no quedan quimeras sino hechos tan sonoros (verbena y revista satírica conocidas como ‘La Batelera’) y sonados como la primera biblioteca pública de Avilés, bautizada como Biblioteca Popular Circulante. Un hecho histórico de primera magnitud.
En el Avilés de entonces (cerca de 15.000 habitantes) existían pequeñas bibliotecas en entidades privadas para uso exclusivo de sus socios, como eran la de la Escuela de Artes y Oficios y el Centro Obrero.
La que proponían, y realizaron, Wenceslao y sus tertulianos rompía moldes pues contemplaba el préstamo de libros a domicilio. Una revolución cultural que según David Arias «fue la primera de su clase en Asturias y tal vez en toda España». Los libros entraban, por primera vez, en los domicilios particulares, la lectura se multiplicaba y los conocimientos de la población dieron un salto fenomenal.
Insuflada por la vitalidad de Wenceslao Carreño se constituyó la primera directiva con miembros de la tertulia. Fortunato Sánchez-Calvo, como presidente; David Arias Rodríguez del Valle, secretario; Braulio Iglesias Moyano, tesorero; vocales: Nicasio R. Viña, Manuel G. Wes (fundador y director de LA VOZ DE AVILÉS), Adolfo Miranda, Manuel González Valdés y Lorenzo de Uhagón. Como bibliotecario, el poeta Luis Menéndez ‘Lumen’, que como González Wes, es un episodio aparte.
Este Patronato constituyó la Biblioteca Popular Circulante en una entidad oficial y fundacional, por medio de escritura publica aportando una cantidad propia y otra debida a suscripción popular, y la regiría hasta Octubre de 1.937.
Con el apoyo del Ayuntamiento, era alcalde José Antonio Guardado, la Biblioteca comenzó a funcionar en unas dependencias de grupo escolar, hoy desaparecido, existente en el solar actualmente ocupado por la Casa Municipal de Cultura.
Las estadísticas de entonces muestran un total de 15.153 lecturas en el año 1920, en cuyo 19 de febrero dio comienzo el préstamo de libros a domicilio. Los fondos de la biblioteca ascendían a 2.546 libros en diciembre de aquel ejercicio.
En 1927, la Biblioteca se ve obligada a trasladarse a un edificio de la calle Rui Pérez, en cuyos bajos está hoy el estanco de Laura Machín, hasta que por fin en 1935 se construye un edificio ex profeso, de bajo y planta diseñado por el arquitecto Saínz Heres, en la actual calle Jovellanos, donde funcionó hasta octubre de 1937, en plena Guerra Civil.
En ese mes, Avilés que había permanecido fiel al gobierno republicano, fue tomado por las tropas de Franco y el edificio de la Biblioteca Popular Circulante es ocupado por Falange Española y los libros trasladado al Instituto Carreño Miranda (hoy colegio público Palacio Valdés) donde fueron expurgados cerca de 3.000 de los 10.000 volúmenes que tenía entonces la entidad cultural.
En 1949 vuelve a su edificio de la calle Jovellanos con un nuevo nombre: Biblioteca Bances Candamo. El cambio se justifica como un homenaje al destacado dramaturgo Francisco Bances Candamo, nacido en Avilés en 1662.
En 1958, siendo alcalde Francisco Orejas, el edificio ya tiene dos plantas más, añadidas para acoger a la Casa Municipal de Cultura (un episodio aparte), organismo que más tarde absorberá a la biblioteca y que en 1989 trasladará sus servicios a un excelente edificio, construido en tiempos de la Corporación del alcalde Manuel Ponga, en la plaza Álvarez Acebal. Por tanto allí está la sede central actual de la biblioteca pública de Avilés, creada en 1920 y cuyas cifras de préstamos en 2013, entre libros y soportes informáticos, rozó los cien mil.
Cantidad que seguramente hubiera mareado a Wenceslao Carreño, aquel personaje que de tanto exprimir el tiempo para sus planes bibliográficos, el tiempo se tomó venganza no dejando ni rastro del rostro fotográfico del coronel. Pero sí que tiene quien le escriba.