Pedro de Calatayud (Tafalla, 1698–Bolonia, 1773) fue un famoso religioso jesuita autor de numerosa obra escrita, parcialmente oscurecida por su fama como predicador. Cuentan, las crónicas de la época, que como orador era impresionante, habiendo recorrido la península ibérica durante cuarenta y ocho años, dedicado a las misiones. Desarrollando éste cometido pasó unos días en Avilés, en 1764, en San Nicolás de Bari (nombre, durante siglos, de la actual iglesia ‘De los Padres’). La huella de su estancia quedó en el exterior del Ayuntamiento.
Por aquel tiempo Avilés estaba amurallada y no hacía ni cien años que se había construido un nuevo edificio para Ayuntamiento, situado fuera de la cerca defensiva en la, entonces, llamada plaza de Fuera de la Villa y hoy plaza de España o, cariñosamente, El Parche.
De las dos plantas del palacio municipal, y para asuntos del gobierno local solamente se utilizaba la superior dividida, fundamentalmente, en dos grandes salas: una para celebración de los Plenos y la otra para capilla, pues a los Plenos se iba con misa cumplida.
La parte baja del edificio, zona de soportales, estaba alquilada para locales comerciales.
Este fue el sitio elegido, por Pedro de Calatayud, para pedir que se colocara allí una hornacina en honor a la Virgen del Pilar de Zaragoza «frente al arco mayor de las Casas de este Ayuntamiento como pasaje más decente y público para que todos lo puedan reconocer y venerar y este retrato que sea de piedra para su mayor duración y porque no es de más costo respecto a que haciéndose de madera». Así consta en el libro de Actas municipal de fecha 3 de noviembre de 1764, donde se tomó la resolución de aceptar la petición del famoso jesuita (supongo que, a estas alturas, habrá quedado clara la aragonesa conexión Calatayud–Virgen del Pilar) para colocar la imagen, encima de la puerta de entrada del Ayuntamiento. El acuerdo se acompaña de toda suerte de detalles para su instalación y mantenimiento, aunque tuvo que ser comprada en Oviedo por «no haber en esta villa arquitecto o estatuario que [la] haga».
Y ahí lleva siglos la imagen, con el paréntesis de la reconstrucción del edificio municipal (destruido, en parte, por un bombardeo de la aviación de Franco en 1937) que tuvo lugar en 1945, reponiéndose una réplica de la misma, donada por un abogado aragonés, Jerónimo Aramendía, casado con una avilesina. Todo esto lo expone María Isabel Lorenzo en un excelente trabajo de investigación publicado en la revista ‘El Bollo’.
Hoy, la hornacina de la Virgen del Pilar, pasa desapercibada a la vista de los viandantes.
Pero más inadvertida aún está la de Jesús Nazareno colocada, bajo soportal, de la casa número 10 de la calle de La Ferrería, uno de los inmuebles civiles más antiguos de Avilés, tanto que tiene borrado –y hoy es un bulto de piedra– su escudo, situado entre la primera y la segunda planta. Se la conoce como Casa de los Carreño y está citada aquí en los episodios titulados ‘Cuatro de los trece hijos de Pantaleón Carreño y Dominica Valdés’ y ‘El coronel si tiene quien le escriba’.
La hornacina, colocada por la familia Carreño, está acompañada de un pequeño cartel donde reza: «Orad ante la humildad/ del Cordero que en la cruz/ murió para darnos luz/ y salvar la humanidad». Se desconoce fecha de colocación, aunque se sabe que es anterior a 1879.
La que si es muy conocida es la hornacina de la Virgen del Carmen, instalada en los soportales de la calle Galiana entre los números 28 y 30, que preside el tránsito diario de los caminantes y el canto solemne de la salve de quienes, la noche del 16 de julio, van a participar en la danza prima del Carmen, que parte de aquí y baja por Galiana.
La imagen –escribe Manuel Álvarez Sánchez en su libro ‘Avilés’– fue colocada ahí en 1812 por un vecino de Galiana llamado José Corominas (‘Pepín el Jardinero’), prácticamente paralítico y en cama, que atribuyó a una pequeña figura de la Virgen, que tenía en su habitación, el hecho milagroso de haberlo salvado (se abrazó a ella) de un incendio que destruyó su casa. Corominas también sanó de su reuma agudo.
Conservamos, pues, tres imágenes religiosas expuestas en soportales del casco histórico, signos de lo que en el pasado fue una práctica habitual, ésta de los agradecimientos públicos a la Divina Providencia.
Es histórico.