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Alberto del Río Legazpi

Los episodios avilesinos

La década furiosa

(La de los cincuenta del pasado siglo XX, con la instalación de la gran industria encabezada por la siderúrgica Ensidesa, cambió Avilés y su comarca, para siempre).

        Ensidesa tuvo varias décadas en su trayectoria. Los años 50 fueron los de la furiosa puesta en marcha; los 60, las vacas gordas; los 70, la belicosa; los 80, las vacas flacas; los 90, la del chollo privatizador. La actual es una variedad de tembleque, llamado Mittal.

       Una vez puestas las cosas en su sitio, creo que el hecho social más relevante de la antigua villa asturiana de Avilés en toda su Historia fue la instalación, a mitad del pasado siglo XX, de un gigantesco conglomerado metalúrgico a cuya cabeza estaba ENSIDESA.

1952. Aéreo de Avilés. A la izquierda relleno de marismas para la instalación de ENSIDESA. (Foto gentileza de Ricardo García Iglesias)

       Ya hacía un par de años que en Avilés se estaban instalando ENDASA (actual ALCOA) y Cristalería Española (actual St. Gobain), cuando en el verano de 1950 el Boletín Oficial del Estado (BOE) –el diario de más tirada de España junto con el deportivo ‘Marca’– publicaba un decreto por el que se creaba la Empresa Nacional Siderúrgica S.A. (ENSIDESA), para abastecer a España de acero. Se decidió instalar la factoría en la margen derecha de la Ría de Avilés, en terrenos de marisma (la ciudad, desde el siglo XIX, no ha parado de extenderse a costa de desecar marismas) en dirección a Llaranes y Trasona. La noticia no salió en televisión porque todavía no la había.

        Avilés era, entonces, una población de 21.270 habitantes y su Ayuntamiento manejaba un presupuesto anual de 3.325.063,68 pesetas (19.984,04 euros).

        Pero desde 1950 la histórica ciudad se volvió histérica desatándose una furia demográfica tal que en 1960 había duplicado su población y en 1978 la cuadruplicó con creces, al pasar de los 90.000 habitantes. Una barbaridad.

        España era entonces un país pobre y la construcción de la gigantesca siderúrgica y su puesta en marcha atrajo a miles de personas de todo el país que llegaron, por así decir, en tromba. Los problemas de vivienda, sanitarios, educativos, fueron dramáticos. Era dificilísimo gestionar aquella confusión. La ciudad no daba abasto a integrar a tantos inmigrantes que vinieron a buscar empleo a una ciudad por cuyo puerto, paradójicamente se habían ido desde muchos años atrás miles de emigrantes asturianos a América. Ahora era Avilés la tierra de promisión laboral. Surgieron poblados que rodearon la ciudad, un anillo urbanísticamente desafortunado excepto el poblado de Llaranes.

1956. Parque El Muelle. Martín del Río y Sofía Legazpi, con sus hijos Luis-Alfonso y Alberto.

        Por entonces yo era un niño que recuerda el continuo ruido de máquinas y camiones, las prisas de multitudes de blanco y negro, la  contaminación en technicolor, manchando el paisaje y envenenando al paisanaje. Algunas cosas se solucionaban sobre la marcha, como la eliminación de enormes colas de trabajadores ante Correos, cuando sus pequeñas oficinas estaban frente al teatro Palacio Valdés, para girar dinero a sus familias. Tuvieron que hacer –a toda pastilla– un edificio mayor en la calle La Ferrería.

        Para mi fueron años de tranvía eléctrico, de soportales de Galiana camino del instituto Carreño Miranda. De juegos en la plaza del Pescado y en ‘El Jardinín’ (plaza Álvarez Acebal). De cines Marta, Clarín, Iris y Florida. De un Real Avilés de tercera, luego de segunda y que casi sube a primera división. De playas de San Balandrán y San Juan. De parques, Las Meanas en fiestas, pero El Muelle todo el año.

        Los alcaldes que llevaron el peso municipal en aquel período fueron: Román Suárez Puerta, Eduardo Fernández Fernández–Guerra y Francisco Orejas Sierra. Ellos y las tensiones generadas por la ‘invasión’ industrial y sus consiguientes tormentas sociales y laborales son episodio aparte.

        Fueron diez años que cambiaron para siempre la vida de Avilés, un acontecimiento histórico del que, desde hace unos años, se están borrando (a ritmo de goma–2) sus huellas más emblemáticas, ni un sólo Horno Alto, ni la mismísima Térmica quedaron en pie. Precisamente estos días se anuncia la  condena a muerte del edificio conocido como ‘La Telefónica’ de Llaranes, una perla arquitectónica. A estos efectos, Avilés sigue sin mirarse en el espejo de Arnao.

        En aquella década furiosa la histórica villa asturiana se convirtió en una de las ciudades industriales más importantes de Europa. Hoy, aunque las cosas han cambiado mucho, aún le quedan al norte el zinc de AZSA (que viene del siglo XIX), al sur el acero de Arcelor-Mittal, al este el aluminio de Alcoa y al oeste el cristal de Saint Gobain.

        Son los puntos cardinales que componen una geografía industrial de multinacionales, creada mayormente a mitad del siglo XX, en torno al casco histórico del Avilés milenario. Y aquí seguimos, después de lo del Niemeyer, más rotos que nunca pero tan vivos como siempre.

Los episodios avilesinos es un blog de La Voz de Avilés

Sobre el autor

Espacio dedicado a aspectos históricos, biográficos, costumbristas y artísticos, fundamentalmente de Avilés y su comarca actual, así como a territorios que, a lo largo de los siglos, le fueron afines. Tampoco se excluyen otras zonas del planeta


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