(¿Se atreverá la nueva Corporación municipal de Avilés, a dar los primeros pasos para solicitar a la UNESCO la Declaración de Patrimonio de la Humanidad para el casco histórico de Avilés?)
El otro día en la radio, y hablando de Avilés, salió a relucir su casco histórico y me sorprendió que el conocimiento que tienen algunos sobre el mismo se reduzca, prácticamente, a la calle Galiana, palacio de Camposagrado y poco más. Luz para el barroco lucido y sombras para lo medieval lúcido. Y eso ni es justo ni responde a la realidad.
Sabido es que la Edad Media es un periodo histórico de la civilización occidental cuyo inicio se marca haciéndolo coincidir con la caída del Imperio Romano (hecho ocurrido en el siglo V) y finaliza a finales del siglo XIV con el descubrimiento de América en 1492, empresa financiada por los Reyes Católicos de España.
En Avilés el final de la Edad Media fue ‘pelín’ antes y está marcado a fuego. Ocurrió cuando en 1478 la Villa sufrió un tremendo incendio que dicen destruyó dos tercios de la misma. El desastre fue de tal magnitud que tuvieron que intervenir, en 1479, los Reyes Católicos concediéndole a Avilés el privilegio de mercado franco de los lunes para ayudar a repoblar la población y levantar su maltrecha economía. Mercado medieval de los lunes que sigue conservando la villa asturiana.
Como también conserva monumentos y piezas salvadas de la quema, algunos de los cuales están incluidos en el famoso Decreto del 27 de mayo de 1955, en el que el Estado español catalogó –o sea que puso bajo su control– buena parte del casco antiguo avilesino declarándolo Conjunto Histórico-Artístico. Ahora el paso, esperado por algunos, es solicitar a la UNESCO la Declaración de Patrimonio de la Humanidad ¿Se atreverá la nueva Corporación municipal a iniciar las gestiones necesarias?
Vuelvo a la arquitectura medieval conservada en Avilés y hablar de ella es hacerlo, fundamentalmente, de un palacio y los cuatro templos que siguen.
Santa María Magdalena de Corros, situada en las afueras de la Villa, es la más antigua –cosa que no muy sabida– de las actuales iglesias avilesinas (digo actuales porque algunos mantienen que hubo otros dos templos más, hoy desaparecidos), aunque ésta de La Magdalena solo conserva restos aislados de su primitiva arquitectura románica.
Caso distinto es el de la hoy conocida como de San Antonio de Padua, ayer como ‘De los Padres’ y antesdeayer San Nicolás de Bari, nombre que llevó desde su construcción hasta mediado el siglo XIX. Este templo fue levantado en el siglo XII, cosa que cuenta su portada románica.
Al lado de ella e independiente, aunque hoy se presenten exteriormente unidas, está la excelente capilla de la familia de Las Alas, monumento de estilo gótico construido en el siglo XIV que ha sobrevivido a todo tipo de tropelías y vejaciones. Parte de ellas ahí siguen, vean si no como la capilla está estrangulada por un edificio contiguo e incluso, esta joya medieval, forma parte de un patio de luces con tendales incluidos.
Fuera del recinto amurallado, conocido como ‘La Villa’, se construyeron –y ahí siguen dale que te pego– la iglesia de Santo Tomás de Canterbury (o Cantorbery) en el pueblo marinero de Sabugo y el monasterio de San Francisco, levantado al sur de la Villa, camino de la zona alta donde reinaba el Plantío Real del Carbayedo, hoy sembrado de edificios de considerables alturas.
La iglesia vieja de Sabugo nació para satisfacer las necesidades religiosas de los pescadores y es el monumento medieval mejor conservado de Avilés. Su construcción, en el siglo XIII se dilató en el tiempo y por ello mezcla estilos arquitectónicos: el viejo románico, de su puerta lateral, y el naciente gótico de su portada. El templo es hoy conocido como ‘iglesia vieja’, en contraposición a la moderna de Santo Tomás, levantada en 1903 y a la que, por cierto, hay procurar ver entre dos árboles para valorar su afilado gótico, herencia medieval.
El convento o monasterio fundado por los frailes franciscanos en el siglo XIII es actualmente (y desde mediados del XIX) la parroquia de San Nicolás de Bari, al haberse intercambiado –por cuestiones de aforo de fieles– nombre y funciones con la actual iglesia ‘De San Antonio’.
El templo guarda vestigios medievales de importancia y algunos cargados de misterio como la pila bautismal, magnífico capitel corintio romano de origen desconocido y que llamaba la atención de Jovellanos. También, y ya en el claustro, hay una pieza prerrománica encontrada en excavaciones en la zona y que hace pensar en un templo anterior (que algunos dicen existió aquí, a la par que otro en el solar que hoy ocupa la iglesia de San Antonio). Es de resaltar una excelente arquería románica, que se suma a las teorías de templos anteriores a los actuales. Para rematar la jugada, se halló aquí, y no hace mucho, un cuadro (una Última Cena) de origen medieval y autor desconocido.
Testigo civil de la Edad Media es la casa de Valdecarzana, de la que se conserva la fachada principal que vierte a la calle de La Ferrería. Construido en el siglo XIV (hay estudios que lo sitúan en siglos anteriores) como tienda–almacén situada en el bajo, y vivienda familiar en el piso superior. Era propiedad de un mercader, a las claras forrado de ganancias provenientes, probablemente, del comercio marítimo. Luego al comprarlo el marquesado de Valdecarzana la casa fue palacio. Y finalmente fue de todo, entre otras cosas: vivienda de un alcalde de Avilés, casa natal del escritor Juan Ochoa, colegio de enseñanza ‘manjoniana’, sede de Inspección de Trabajo, economato portuario y, actualmente, sede del Archivo Histórico avilesino.
Pero me tiene dicho –escritora que no identificaré porque así me lo pidió– haber oído misteriosos sonidos ‘que la llevaban al medievo’ en la nave central del antiguo monasterio de San Francisco, hoy iglesia de San Nicolás de Bari. Y que eso le ocurría cuando el templo estaba ausente de liturgia y lo inundaba el silencio, era entonces cuando oía el pasado.
Hay otros que van más lejos, como el dramaturgo norteamericano Eugene O’Neill cuando dice que «no hay presente ni futuro, solo el pasado repitiéndose una y otra vez».
Frase que algunos cenizos aplicarían encantados a la coyuntura actual española. Son gente pronta a la estampida, sin caer en la cuenta de aquello de Campoamor de ¡no correr que ye peor!
En todo caso que se acojan a la filosofía de una unidad militar de élite, de no se que país, uno de cuyos lemas es «Ésta Brigada Paracaidista nunca retrocede, da media vuelta y avanza».
Y después de apoyarme en un poeta y en un paracaidista termino haciéndolo con una cita, vagamente recordada del admirado Manolo Vicent, adaptándola a Avilés, para decir que su historia arquitectónica ha venido saltando de copa en copa en medio de banquetes medievales, renacentistas, barrocos, románticos y siderúrgicos.
De la fragua a la acería.