(Alabado hoy como como ‘l’homme d’affaires’ o ‘il mercante asturiano’, Gómez Arias es el representante de un tiempo, de una tierra y de una sociedad, a la par que uno de los personajes más curiosos, algunos hablan de mítico, de la historia asturiana).
Gómez Arias de Inclán fue un destacado avilesino del siglo XV que Tirso de Avilés nos descubre en el siglo XVI.
Tirso, que era una especie de Cronista ‘Oficioso’ de Asturias, dejó escrito en su ‘Sumario de Armas y Linages’ que «En Avilés ha habido muchos y muy principales hombres y muy señalados, especialmente por la Mar, que parece que el clima de esta villa les dicta ser buenos Pilotos y Mareantes como lo fue un Gómez Arias de Avilés…». Y Tirso de Avilés –que por cierto no era de Avilés sino de Las Regueras– lo pone en paralelo nada menos que con Pedro Menéndez, el Adelantado de La Florida.
Pero no será hasta avanzado el siglo XX cuando el historiador Eloy Benito Ruano al publicar una semblanza titulada ‘Gómez Arias, mercader de Avilés’ (editado por Asturiensia Medievalia, 2. 1975) universalice al marino y mercader. En dicha monografía traza un perfil del personaje al tiempo que muestra a la villa avilesina como destacada ciudad portuaria medieval y detalla rasgos de la sociedad de aquella época.
Por dicha publicación sabemos que Gómez Arias de Inclán era hidalgo de condición y que tenía casa en Avilés, señalando que debía ser –dada la categoría del personaje– muy parecida, si es que no era la misma, al hoy conocido como palacio de Valdecarzana. Y entre sus enseres personales destaca alguno que no estaba al alcance de la mayoría de la población de entonces como ‘dos camas de ropa’.
Por pleitos que tuvo, uno de ellos en Ribadeo, sabemos algo más de la enorme importancia que el Alfolí de la sal tuvo para Avilés y de su potencia económica que alguno ha llegado a calificar como una especie de Kuwait salado medieval.
Gómez Arias tuvo importantes cargos políticos, y no sólo locales pues entre 1489 y 1496 fue procurador de Avilés ante la corte de los Reyes Católicos, aquellos que unificando reinos terminaron formando un país llamado España. Por ese entorno real, de Isabel y Fernando, andaba Gómez Arias en aquel tiempo en el que también los Reyes Católicos financiaron el viaje de Colón que terminaría tropezando con América cuando iba buscando las Indias.
El mercader, hombre de gran prestigio entre sus convecinos, tenía –junto con su hermano Esteban Pérez, apodado Cabitos– una empresa naviera con base en Avilés. Se trataba de una pequeña flotilla de barcos, quizá de las primeras de las que se tienen noticia, destinada al comercio marítimo de mercancías.
Sabemos que, entonces, desde el puerto avilesino los barcos salían cargados principalmente de madera (castaño y roble), pero también mineral (hierro), frutos secos (avellana y nuez), armas (eran famosos los ‘escudos de Oviedo’) así como manufacturas tradicionales de las ferrerías y talleres de Asturias.
Y también sabemos de curiosidades como la procedencia –lo delatan algunos de los nombres– de la tripulación de una de sus naves: Juan de Sabugo, Alfonso de Argañosa, Juan de Soto, Pedro de Nabeçes…
Gómez Arias era un hombre de acción a la par que mercader y marino muy avezado. En 1474, en uno de sus frecuentes viajes al sur peninsular, con destino a Sevilla, su nave ‘Santiago’ al doblar el cabo de Santa María en el Algarve fue atacada por otra al mando de Álvaro Méndez de Serpa, ‘criado del rey de Portugal’, que le birló barco y mercancía. Gómez, que contaba con influencias en la corte real, donde como dije tuvo cargos de representación, consiguió que los Reyes Católicos intervinieran en el incidente y como quiera que los portugueses no devolvieran lo robado autorizaron al marino avilesino a resarcirse de sus pérdidas sobre bienes de súbditos portugueses hasta un valor que alcanzara lo que le habían saqueado.
Y como por las buenas no lo devolvieron, Gómez Arias y su hermano Cabitos actuaron por las malas apresando, en 1485, dos carabelas portuguesas que, vaya por Dios, llevaban un ‘cargamento’ de más de 100 esclavos, y encima pertenecientes a unos mercaderes florentinos. Y se lió parda.
El marino avilesino se apropió de una parte de los esclavos para resarcirse de su pérdida, pero los Reyes Católicos le obligan a devolver las dos carabelas, porque de Portugal venía buena parte de la sal al alfolí de Avilés que a su vez lo distribuía a zonas del norte peninsular y Castilla. Y no fuera a ser cosa.
En este incidente internacional, aparece Avilés relacionado con la esclavitud, tema tabú para los historiadores, con excepciones como la del autor de la semblanza aquí tratada o de la avilesina –hoy trabajando en Sevilla– Helena Carretero que algo tiene publicado sobre tan dantesca cuestión.
Y si el cátedro Eloy Benito Ruano nos desvela al personaje Gómez Arias, otro historiador avilesino, actualmente trabajando en Baleares, José Jorge Argüello (autor, por ejemplo, del libro ‘Abillés’) tiene abierta una línea de investigación sobre el hermano del mercader, el tal Esteban Pérez ‘Cabitos’, otro que también se las traía. Aparte de acompañar a Gómez en las aventuras aquí descritas, tuvo protagonismo en la conquista de las Islas Canarias, cumpliendo mandatos reales en Lanzarote y Gran Canaria.
‘Cabitos’ también era avilesino aunque algunos estudiosos lo quieran hacer pasar por sevillano o por abulense.
Igualmente es incierto que Gómez Arias sea la persona a la que se refiere la conocida copla medieval cuyo estribillo es
«Señor Gómez Arias
doleos de mi
que soy muchacha y niña
y nunca en tal me vi»
un tema este sobre la seducción y venta de una doncella a los moros que fue desarrollado también en obras teatrales por Veléz de Guevara, Calderón de la Barca y Tirso de Molina. Y eso aparte de que nombre y apellido (Gómez Arias) se dan frecuentemente unidos en la historia medieval y hay unos cuantos, incluso algún cativo. El que avisa no es traidor.
Eloy Benito Ruano no descarta –porque encontró indicios documentales– que nuestro Gómez Arias, al hacerse viejo y por ende sabio, ejerciese el oficio de escribano en su villa natal oficio ‘adecuado a su retiro de viejo lobo de mar y hombre de presa o de negocios’. Y le homenajea universalizándolo como ‘l’homme d’affaires’ o ‘il mercante asturiano’, representante de un tiempo, de una tierra y de una sociedad.
Ese fue Gómez Arias, el mercader de Avilés.