(Reedición corregida del episodio publicado el 22/05/12 en el diario LA VOZ DE AVILÉS y no incluida en este blog)
En ningún tiempo de la historia avilesina su sosegada geografía ha sido tan cambiante como en el actual. Aquí van dos ejemplos.
En 1950, el Estado español creaba la Empresa Nacional Siderúrgica Sociedad Anónima (o sea ENSIDESA), para abastecer a España de acero, instalándola mayormente en la margen derecha de la ría de Avilés.
El paisaje que definió una época histórica de Avilés, los hornos altos de ENSIDESA. Foto tomada en los años setenta, desde una avenida de Cervantes en obras de prolongación y urbanización. A la izquierda, la casa que marca el final de la calle Rivero. Foto Archivo Fran.
Por aquel entonces la villa asturiana contaba con cerca de 20.000 habitantes y su Ayuntamiento manejaba un presupuesto anual de 3.325.063,68 pesetas (19.984,04 euros). A partir de entonces se produjo una descomunal explosión demográfica social, económica y cultural. Un episodio aparte.
La instalación de la gran siderúrgica –que a efectos de imagen, se resumía en aquellos cuatro hornos altos colocados en línea recta una singularidad [entonces] en la industria siderúrgica– cambió para siempre la vida de la ciudad y es sin duda el acontecimiento más importante de la historia de Avilés, aunque algunos se empeñen en borrar (mejor dicho: volar) sus más valiosas huellas.
ENSIDESA tuvo varias décadas diferenciadas en su trayectoria. La de los años 50 fue la de su puesta en marcha, con miles de inmigrantes llegados a la villa; la de los 60 la del monopolio siderúrgico, su producción masiva y los malos humos contaminantes; la de los 70, la de malos humores, crisis mundial de energía y conflicto sindical; la de los 80, la reconversora o ‘tente mientras cobro’; la de los 90 fue la privatizadora que destruyó valiosísimas instalaciones sin orden ni concierto. Y la actual, la de hoy, la de Mittal, la de ‘Virgencita, virgencita, que me quede como estoy’.
Muchas cosas cambió aquella ENSIDESA. Primero descuajeringó el plácido paisaje de Avilés con sus instalaciones y cuatro décadas más tarde lo volvió a descomponer con la desaparición de las mismas, cuando ya nos habíamos acostumbrado a los hornos altos.
Se eclipsó aquel horizonte de grandeza que definía (a la vez que acoquinaba, la verdad sea dicha) a la ciudad. Nos esfumaron el gótico industrial, o sea aquellos cuatro hornos altos –bautizados con nombres femeninos como manda la tradición siderúrgica– que tanto afumaron pulmones y tiñeron de gris polvoriento la histórica villa reconvertida en afamada capital industrial europea.
Y fue así como de ‘Horizontes de grandeza’ pasamos a ‘Horizontes perdidos’. De película.
El sorprendente y espectacular paisaje surgido en 2007, originado por el derribo de una vieja manzana de edificios, entre las calles Rui-Pérez y Pedro Menéndez. Foto Manuel Campa.
También de cinemascope –y de miles de fotos– fue lo que ocurrió en 2003, cuando en pleno centro de la villa, se produjo un repentino y milagroso nacimiento paisajístico. Fue en el barrio de Sabugo, que ni es puñetero y donde no huele a besugo ni a suelas de zapatero, como se empeña en cantar la copla. Allí brotó un nuevo panorama, un lujoso horizonte, al derribar una manzana de casas, conocida como la de los Álvarez. Y nos descubrió un paisaje urbano esplendoroso.
Pero lo singular suele ser efímero y la exhibición estética la contemplamos contra reloj, porque iba siendo borrada a medida que ganaba altura y anchura la obra civil, que ocupó el sitio de la derribada manzana.
Fue un prodigio histórico que observamos en vivo, pasmados y en formato 3 D. Porque vimos lo nunca visto, que abarcaba desde el recién descubierto costado derecho de la iglesia nueva de Sabugo incluidas sus torres de 47 metros de alturas, a los preciosos edificios de la calle Rui-Pérez que siempre nos había negado la estrecha perspectiva de la calle del marino. Y entre ambos costados, la cara de ese espectacular edificio modernista de principios de siglo XX de la calle La Florida.
La geografía y la historia jugando a las cuatro esquinas. Desde LA VOZ DE AVILÉS veíamos el parque del Muelle. Aquello fue algo mágico, una especie de refocile ético y estético. Y si éste desahogo urbano fue la leche, fresca, lo de aquella ENSIDESA fue la leche en polvo.
Total que unos abaten la historia y otros le suben las faldas destapándola, fugazmente eso sí, que no conviene excitarse. No están los tiempos para calenturas, que la cosa está que arde, con Bolsas, Montoros y mercados echando humo.
¿El último que apague la luz? De eso nada. Hay mucho de caos financiero a plazo fijo y un desmedido terror mediático.
Y en Avilés sabemos, por experiencia, que nunca llovió que no escampara. Niemeyer incluido, claro.