(Ramón Garay Álvarez, intérprete y compositor musical hasta hace poco desconocido, nació en Avilés en 1761)
El 27 de enero de 1756 es fecha celebrada por los amantes de la música, pues en tal día de tal mes nació el mesías sinfónico Wolfgang Amadeus Mozart. El hecho tuvo lugar en Salzburgo. Austria.
Seis años más tarde, o sea en 1761, y en igual día y mes, nació en Sabugo (Avilés. España) Ramón Fernando de Garay Álvarez. Y el mismo día fue llevado por su familia a la iglesia [vieja] de Sabugo, en la plaza del Carbayo, donde fue bautizado.
Mozart está considerado por muchos como el no va más del pentagrama educado de la cultura cristiana. En tal ámbito musical al asturiano–andaluz Garay lo empiezan a considerar hoy (no olvidemos que lo descubrieron como compositor el otro día) como el padre del sinfonismo español.
No intento establecer paralelismos aunque pueda parecerlo. Otra cosa es que escudriñes con ganas y te encuentres casualidades.
Por aquel entonces Avilés iba de cataclismo en cataclismo habiendo pasado por la hecatombe del tsunami sufrido el 1 de noviembre de 1755, aquel espanto sísmico europeo que unió en línea quebrada a Lisboa con Estambul y que al cruzar la villa asturiana (LA VOZ DE AVILÉS de 1 de noviembre de 2015) originó un maremoto o tsunami.
Los siniestros no cesaban, pues no se había cumplido ni un mes de la llegada al mundo de Ramón Garay cuando Avilés sufrió otro terremoto. Aquel tiempo de desastres por todas las esquinas precisaban de armonía y a eso debieron venir al mundo –justo en aquel momento– gentes como Mozart o Garay.
El primero es, según una amiga mía ‘casi tan famoso como los Rolling Stones’ y el segundo está empezando a sacar cabeza después de dos siglos y medio de haber nacido en Avilés y compuesto música ,por un tubo, en Jaén.
Ramón era hijo del matrimonio formado por Ramón Garay del Río y María Álvarez. Su padre era músico y no uno cualquiera, pues con el tiempo llegaría a ser organista de la Colegiata de Covadonga. Y como lo que se hereda no se compra, su hijo se educó en humanidades y también como ‘niño cantor’ en el convento de La Merced (hoy desaparecido y en gran parte del solar que ocupó se alza hoy la actual iglesia nueva de Sabugo).
Su formación en el conventos le valió para ingresar a los 18 años en la catedral de Oviedo como salmista «con cuatro reales de salario» y comenzar su aprendizaje como organista, carrera que terminaría en Madrid. Al poco ganaría, en oposiciones en 1787, la plaza de Maestro de Capilla de la Catedral de Jaén.
Y allí se quedaría para los restos desarrollando una labor musical gigantesca compuesta por más de 300 obras, que se conservan archivadas en la ciudad andaluza, y entre las que se incluyen una ópera y, sobre todo, diez sinfonías que ha grabado (tres CD) en 2011 la Orquesta Sinfónica de Córdoba bajo la dirección de José Luis Temes. No hay que olvidar que para llegar aquí fueron fundamentales estudios como los llevados a cabo por Pedro Jiménez Cavallé, catedrático de Música de la Universidad de Jaén.
En cuanto a Avilés, que yo sepa, el primer artículo sobre la importancia real del hasta entonces apolillado Ramón Garay lo publicó ‘Papeles Cine’ periódico de la Casa Municipal de Cultura de Avilés, en enero de 1982, y estaba firmado por el archivero de la Catedral de Oviedo, Raúl Arias del Valle, que lo había escrito a petición de José María [Chema] Martínez responsable del Área de Música de dicho centro cultural avilesino y director, también, del conservatorio local. Más tarde, en mayo de 2005, también Justo Ureña publicó en este periódico cuatro artículos, basados en las citadas investigaciones de Arias del Valle.
Veinte años más tarde, lo que son las cosas, Chema Martínez dirigiría a la Orquesta Julián Orbón de Avilés en la interpretación, por primera vez en Asturias, de cinco de las sinfonías del resucitado Ramón Garay. Y lo hizo –dato que queda para la historia– en la iglesia nueva de Sabugo, barrio donde nació y fue bautizado Ramón Garay (en la iglesia vieja) y donde hoy Chema Martínez es organista, en la iglesia nueva. La casualidad es la décima musa, decía Jardiel.
A pesar de su frágil salud, el organista Garay, hizo desde su estancia andaluza algunos desplazamientos a tierras asturianas, lo que entonces era toda una aventura pues la ruta entre Jaén y Asturias suponía una semana de viaje, sin GPS y por caminos tortuosos, empedrados unos y polvorientos otros, teniendo que salvar además los puertos de Despeñaperros, Los Leones de Castilla y Pajares. Se sabe de algunos de esos desplazamientos, por ejemplo uno que hizo a Covadonga, donde se habían trasladado a vivir sus padres. Y otro a Avilés, para reponerse de una enfermedad, que desconozco; corría el año 1814 y el músico pudo comprobar que se habían derribado gran parte de las murallas medievales destrozando el paisaje urbano de la villa. Villa que desde mayo de 1985 (la publicación en ‘Papeles Cine’ fue en 1982) le concedió su nombre a una calle en la zona conocida como El Reblinco, entre las avenidas de Lugo y Conde de Guadalhorce
Pero su vida estuvo en Jaén y a esta ciudad andaluza su nombre y obra siguen ligados. No es solo que el Conservatorio de Música de Jaén lleva el nombre de Ramón Garay; hay más cosas y de un modo constante; por ejemplo hace poco el libro que han escrito Clara Melisa y Rafael Sánchez titulado ‘Un músico como una catedral: Ramón Garay’.
Llama la atención la monumental labor creadora de este organista y compositor musical que últimamente está siendo sacado, con fórceps, del baúl de los recuerdos. Por lo que no me queda más remedio que repetir algo que escribí hace años y que sonaba tal que: ¡Caray, caray! Con don Ramón de Garay.