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Alberto del Río Legazpi

Los episodios avilesinos

La leyenda de la calle salada

          Una de las acepciones, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, del término leyenda es «aquella cosa admirada que se recuerda a pesar del paso del tiempo».

          Le viene al pelo a la calle de Avilés que lleva por nombre Los Alfolíes, palabra de procedencia árabe que remite a almacén de sal, valioso producto entonces –aparte de para el guiso para la conservación de los productos alimenticios– y que fue una de los capitales del Avilés medieval con un Fuero concedido por el Rey y líder en el tráfico portuario del norte peninsular.

Antiguo puente de piedra de San Sebastián. Al fondo calle Los Alfolíes.

          Los almacenes de sal, de los que Avilés tenía el monopolio en Asturias, estaban al costado izquierdo de esta calle, dando a los muelles y al lado de la iglesia, entonces de San Nicolás de Bari, luego de Los Padres y hoy de San Antonio.

          Por entonces las denominaciones de vías y lugares no eran oficiales y variaban según quien escribía los documentos que hoy podemos leer. La calle, que terminaba en una de las cinco puertas de la muralla, tuvo varios nombres al igual que su vecino puente de piedra de San Sebastián. Antes de generalizarse el nombre de Alfolíes fue calle Real (formaba parte del Camino Real que comunicando Grado con Gozón cruzaba Avilés), también calle ‘So la Iglesia’ –por su proximidad al templo– y calle Corugedo, por su cercanía a la fuente de ese nombre. Fueron pasando los siglos y el 4 de mayo 1897 fue denominada oficialmente como Sánchez–Calvo en homenaje al escritor y filósofo que vivió muy cerca de aquí. El 22 de abril de 1993 recuperó el nombre de Los Alfolíes.

          Nace en la plaza de Carlos Lobo y termina en la calle del Muelle. A pesar de ser una de las más cortas de Avilés (91 metros) da lugar al nacimiento de otra, también calle muy antigua y nombrada como Las Alas, que termina en la plaza de España.

          En el siglo XX, la rúa medieval volvió a coger salero al domiciliarse en ella un establecimiento hotelero y sobre todo dos hosteleros muy populares como El Llagarón y La Parra.

          En la ‘Guía General de Asturias. 1904–1905’ vemos que en Avilés había, entre otras muchas cosas,  dos librerías, cuatro periódicos (Diario de Avilés, El Porvenir de Avilés, El Heraldo de Avilés y El Pueblo) y cuatro fondas (La Iberia, Las Cuatro Naciones, La Serrana y La Celesta). Las Cuatro Naciones fue, sucesivamente, fonda, casa de huéspedes, pensión y hotel hasta que, no hace mucho, fue derribado el edificio que ocupaba para levantar una casa de arquitectura no concordante con la de esta zona.

          En 1932 nació de la mano de Ramón Ovies (padre), y como tienda para surtir a los barcos pesqueros, El Llagarón que con el tiempo se convertiría en un referente local y regional como chigre tradicional. Fue regentado en su época dorada por Ramón Ovies (hijo) que lo cerró en 2007 al jubilarse.

          Situado en la acera de la derecha, en los bajos de la barroca y enorme casa de Carlos Lobo, El Llagarón llegó a figurar en las guías de turismo. Fue todo un fenómeno social (ver en LA VOZ DE AVILÉS, de 20 de octubre de 2013 ‘El Llagarón, famosa taberna que quedó varada en el tiempo’) que incluso generó una publicación, gratuita que conste, fundada en 1999 por José Fernández que llevaba por nombre ‘Ecos del Llagarón’ y que estuvo cocinada periodísticamente por Venancio Ovies, Antonio María García Rodríguez del Valle, José Francisco Álvarez–Buylla y Pepe Galiana, entre otros. Los Ecos cesaron cuando quedó silenciado por cierre del negocio este referente hostelero, una rareza muy celebrada por el público en general. Chigre de tomo y lomo. Y cecina como tapa.

De izquierda a derecha: Gerardo Flórez, Antonio María García, Ramón Ovies, José María León, Marcelo y Ángel Préstamo.

          Poco antes de la llegada de Ensidesa, suceso histórico ocurrido en 1950, Jesús Díaz y Josefa Suárez pusieron en marcha –en la acera izquierda de la calle– la sidrería y restaurante La Parra que alcanzó enseguida gran popularidad. En Avilés mucha gente sigue recordando a Mary ‘La de La Parra’ mujer de marcada personalidad, hija de Jesús y Josefa, cocinera en jefe y referente del establecimiento.

          Este local, que duró sesenta años, y que conservó la tradición de cocinar ‘merluza a la avilesina’ guardaba también la singularidad, poco conocida de tener, en su almacén y entre cajas de sidra, visibles restos de la muralla que rodeó Avilés durante siglos.

          Hoy no queda hotelería, ni hostelería, ni sal, ni la madre que la fundó. Pero no quedó sosa, la calle.

Plantilla de La Parra. Mary Díaz, segunda por la izquierda.

          Porque no hay otra en Avilés que ejerza un tan poderoso y fantástico enlace visual entre la más antigua arquitectura medieval de la ciudad –representada por el templo de San Antonio y la calle de La Ferrería– y la vanguardista del siglo XXI encarnada, sus curvas me llevan a ese término, en un centro cultural diseñado por el arquitecto brasileño Oscar Niemeyer e instalado –con muchos humos siderúrgicos de fondo– en la otra margen del estuario por decisión del Principado de Asturias, siendo presidente Vicente Álvarez Areces.

          Los Alfolíes, que antes almacenaban sal, atesoran ahora la unión a ojos vista, de las dos épocas históricas más extremas de Avilés que van del siglo XII al XXI.

          Desde ese punto de vista no hay calle que dé más, porque no se puede y además es imposible.

          Una leyenda salada.

Los episodios avilesinos es un blog de La Voz de Avilés

Sobre el autor

Espacio dedicado a aspectos históricos, biográficos, costumbristas y artísticos, fundamentalmente de Avilés y su comarca actual, así como a territorios que, a lo largo de los siglos, le fueron afines. Tampoco se excluyen otras zonas del planeta


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