Si uno echa la vista atrás y ve lo que el tiempo se llevó de Avilés quizás se sorprenda de la categoría histórica de la villa asturiana.
Decía Mario Benedetti que «cinco minutos bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo». Tiene razón el escritor uruguayo, y es que el tiempo parece la repanocha de la relatividad.
En Avilés trajo muchas cosas, pero también se llevó otras importantes como, por ejemplo: el Fuero, la muralla, un convento, dos tranvías, una Ensidesa y todos los cines que había.
Hoy es un sueño histórico aquel Fuero que tuvo Avilés en tiempos medievales, cuando era la segunda población de Asturias y la categoría de su puerto era máxima. Tal jerarquía era cosa a cuidar por los reyes así que concedieron un Fuero (siglos XI y XII) a los avilesinos que les garantizaba unos derechos singulares, de los que carecían otras villas. Aquel privilegio duró siglos hasta que el poder central comenzó a unificar la legislación de todas las poblaciones y los fueros se fueron difuminando… «Vasallos del tiempo» que decía Quevedo.
Cuando el Fuero se fue, la villa aún tenía una muralla que la defendía (con ese propósito se había construido hará unos mil años) de todo lo que viniera por mar, especialmente piratas vikingos y árabes. Con un perímetro de 800 metros de longitud abarcaba una superficie de unos 47.000 metros cuadrados (imagínense la mitad del parque Ferrera) donde destacaban cuatro calles (La Fruta, Ferrería, El Sol y San Bernardo)… Decía Cervantes que «al tiempo no hay barranco que lo detenga», al igual que la codicia de algunos ‘ilustres’ avilesinos, de principios del siglo XIX, no se contuvo hasta que derribaron la muralla con fines inmobiliarios amparados en una ley que retorcieron para sus fines.
Así que la muralla a tomar por el saco y al mismo sitio –aprovechando el viaje– también se fue la residencia de las monjas Bernardas (convento, claustro y capilla) construida en 1552 en las inmediaciones de la calle San Bernardo. Con una presteza municipal asombrosa, por infrecuente, fue derrumbado en un pispás el complejo religioso y sus ruinas destinadas a servir de relleno para un nuevo parque que se planeaba construir en un terreno marismeño que hoy conocemos como Las Meanas.
El tiempo también se vendimió los dos tranvías comarcales que funcionaron en Avilés, uno movido por máquina de vapor y el otro por electricidad. La Chocolatera, que así se conocía popularmente al de vapor cubría el tramo Avilés–Salinas circulando, a partir de 1893 por la margen derecha de la carretera general que iba a Galicia. El eléctrico, puesto en marcha en 1921, comunicaba Villalegre con Piedras Blancas cruzando Avilés por Rivero, plaza de España, La Cámara, La Muralla, parque del Muelle y siguiendo (por la carretera de la margen izquierda de la Ría) a San Juan de Nieva, Salinas y Arnao.
Cuando desapareció el tranvía eléctrico, y eso fue el último día del año 1960, Avilés contaba con más de 48.000 habitantes más del doble de los que tenía diez años antes cuando afloró por obra y gracia del Estado español, en la margen derecha de la Ría y en dirección hacia Llaranes y Trasona, una de las mayores siderúrgica de Europa. El rumor de su construcción se extendió por España y miles de personas llegaron hasta Avilés (un nuevo El Dorado) originando la mayor transformación –y también confusión– social y urbana de su historia.
Las chimeneas de la empresa o de la factoría (que por estos dos términos conocían a Ensidesa la mayoría de sus trabajadores y no como la fabricona) estuvieron echando humo contaminante hasta finales del siglo XX que fue cuando dinamitaron y achatarraron su industria de cabecera (hornos altos, acerías, central térmica, etc.) y fue clausurado hasta el nombre de Ensidesa, sin haber cumplido los 55 años, quedando el resto de las instalaciones (fundamentalmente laminaciones y una nueva acería) entre Llaranes y Tabaza, en poder del capital privado.
Lo de Ensidesa fue de cine en una ciudad que llegó a contar en aquellos tiempos tan ricos en pesetas como contaminados en porquería –por tierra, mar y aire– con trece salas cinematográficas (Almirante, Canciller, Chaplin, Clarín, Florida, Iris, Llaranes, María Alicia, Marta y María, Palacio Valdés, Patagonia, Ráfaga y Victoria) solo en el término municipal de Avilés. Hoy, no queda ni una.
Citaba a Benedetti al principio y ahora caigo en que también se tardan unos cinco minutos en leer este episodio con mediano detenimiento. Aunque más se tardaba en visionar películas que pedían gran pantalla, como por ejemplo ‘Lo que el viento se llevó’ cosa que, como ya decía, el tiempo se llevó de Avilés.