Nacido en Bélgica desarrolló su labor en España siendo un hombre clave en la industrialización de Avilés y de Asturias.
Él vino en un barco de nombre extranjero que zarpó de Amberes el mes de septiembre de 1838 con destino a Asturias.
Desembarcó en Avilés la ‘víspera del Cristo de Candás’, como dejó escrito en un manuscrito encontrado hace poco por su descendiente, la avilesina Mercedes De Soignie, que se empeñó en sacar a flote vida y obra de su tatarabuelo –el ciudadano belga Adolphe Desoignie– consiguiendo trasladarla con éxito al libro titulado ‘Caminos del ayer, huellas del mañana’. Algo que la historia avilesina y asturiana le agradecerán.
El ingeniero Adolphe Desoignie Silez nacido en 1816 cerca de Mons en la región valona de Bélgica, de familia humilde, logró cursar la carrera de ingeniero en Lieja donde comenzó a trabajar con tanto éxito que su patrón, Adolphe Lesoinne, le ofreció la dirección de un complejo minero que tenía en el norte de España. Y Adolphe se embarcó para Avilés. Quizá haya que hablar de regreso ya que sus abuelos maternos fueron aragoneses emigrantes en Bélgica.
El yacimiento explotado por la Real Compañía Asturiana de Minas, nombre de la empresa de Lesoinne en Arnao (Castrillón), marcó época y Soignie tuvo mucho que ver con que fuera pionera tanto en la industrialización de Asturias, y de Avilés en particular, como en la extracción vertical y submarina de carbón.
El castillete (un clásico de la minería española) hoy con un abrigo de zinc, es el buque insignia del actual Museo de la Mina de Arnao y su silueta se recorta triunfante en el horizonte de la costa central de Asturias.
Que Adolphe Desoignie había venido para quedarse comenzó a quedar claro cuando se casó, en 1849, con Matilde de las Alas Pumariño estableciendo su domicilio en la [hoy] calle de La Estación donde nacieron los diez hijos del matrimonio. Y el Adolphe belga se disolvió en el Adolfo español y su primer apellido, Desoignie, se divorció quedando a la moda en De Soignie, que algunos hasta convirtieron en Desuañí.
Después de diecisiete años abandonó, con amargura, la Real Compañía por divergencias con la empresa metiéndose de lleno en otros proyectos de ámbito regional relacionados con la minería y el ferrocarril. En el interregno fue reclamado por el Ayuntamiento de Avilés donde también haría historia.
En los libros de Actas municipales, que van de 1860 a 1867, constan los proyectos, algunos revolucionarios, del ingeniero (el primero con ese título en la historia municipal avilesina) Adolfo De Soignie.
De su labor municipal destaco la modernización, por ejemplo del Avilés urbano, al ‘inventar’ las aceras con un proyecto redactado el 17 de enero de 1861 para la construcción de bordes peatonales en aquellas calles de la Villa que tuvieran el suficiente ancho que las justificase. Ahí empezó la adecuación de Avilés a las normas viarias de las ciudades más modernas de España.
Se atrevió a ponerle el cascabel al gato de los sillares carcomidos de las columnas del Ayuntamiento, edificio inaugurado en 1677 y por tanto con cimientos de mírame y no me toques que temblequeaba. Soignie lo puso firme.
Diseñó, en 1861, una nueva plaza (popularmente conocida como la ‘del Pescado’) hoy muy frecuentada por ser punto céntrico del acceso peatonal a la margen derecha de la Ría.
Y luego está lo de meter el agua en casa a los avilesinos. Comenzó el 5 de septiembre de 1863 cuando expuso públicamente la planificación de una nueva red de abastecimiento de aguas que sustituiría las frágiles cañerías de barro por otras de hierro. Fue una de las obras públicas más señaladas de la historia avilesina, ejecutada en 1865 bajo su dirección, con el feliz resultado de que a partir de entonces el agua empezó subir a bastantes viviendas de la ciudad naciendo así los cuartos de baño. Aquello fue la repanocha higiénica. Un hito social.
Se integró, el ingeniero Adolfo de Soignie, en la vida social de Avilés, siendo un importante miembro de la Sociedad Artística local. Y hoy figura junto a Cástor Álvarez, Estanislao Sánchez-Calvo y Galo Somines entre otros, todos ellos impulsores del primer periódico de la historia avilesina: ‘El Eco de Avilés’, proyecto dirigido y ejecutado por el tipógrafo ovetense Antonio María Pruneda, el Gutemberg local, en su imprenta de la plaza de Carlos Lobo.
De Soignie aparece por cualquier latitud pues también es notorio su protagonismo en el nacimiento y desarrollo de Salinas que fue posible en gran medida merced a la implicación, de una y otra forma, de directivos de la Real Compañía Asturiana: Soignie, Hauzeur, Ferrer, Acha, Riera, Laloux, Sitges o Treillard.
Falleció en 1898 dejando obra escrita sobre puertos marítimos, vías férreas y emigración. Su nombre ha quedado ligado históricamente a la mina de Arnao, al Ayuntamiento de Avilés y a una selecta lista de profesionales europeos (Schulz, Tartiere y otros) que tuvieron un protagonismo crucial en la industrialización asturiana del siglo XIX.
Hay coincidencia en que De Soignie fue persona intachable, de carácter muy suyo y trabajador infatigable. Acertó el Gobierno de España condecorándolo con la Cruz de Carlos III. Luego está su faceta diplomática, pues resulta que fue nombrado cónsul de Bélgica por la reina Isabel II de España ¿Qué mejor embajador de Bélgica en Avilés que este avilesino de Bélgica?
Ha renacido Adolfo De Soignie Silez figura clave en la industrialización asturiana y hoy ya sabemos más que ayer sobre nuestro antes de ayer.