De poco acá se viene mostrando un afán reivindicativo en cuanto a la resurrección, por así decir, de elementos arqueológicos del pasado, tal es el caso de la muralla de Avilés.
Recuerdo que en una conversación informal, hace poco más de diez años con Ignacio Ruíz de la Peña sobre las visitas guiadas que en Avilés hacíamos por el casco histórico, el recordado catedrático de la Universidad de Oviedo excelente conocedor del pasado medieval avilesino, se mostraba entusiasmado por el hecho de que participaran en ellas escolares de la ciudad. También era partidario, Nacho, de señalizar para conocimiento de toda la población el perímetro octogonal, decía, de la muralla de Avilés. E incluso de –si se daba la posibilidad urbanística– reconstruir fragmentos de la derruida cerca medieval.
Alguien, en este caso la Asociación de Vecinos Pedro Menéndez, propuso esto último hace unos tres años y el Ayuntamiento parece que recogió el guante. Desde entonces el proyecto de recuperación sigue latiendo.
Hubo un tiempo, en el siglo XXI, en que la única forma de ver la muralla levantada en el siglo XII y que el Ayuntamiento derribó en el siglo XIX, era ir a una sidrería de La Muralla, calle así llamada desde el siglo XX. Pido perdón al lector por este mareo secular y le advierto sobre las enigmáticas relaciones entre la fenecida muralla de piedra de Avilés y la sidra asturiana. Ojo.
Hay que aclarar que lo que se veía en dicha sidrería eran restos perfectamente conservados de la cerca situados en el subsuelo del establecimiento y protegidos por vidrio blindado. El caso es que mientras echabas la sidra, mirabas hacia el vaso y veías, allá abajo, la muralla de Avilés. Algo milagroso este vistazo aéreo sin haber bebido ni un solo ‘culín’, aunque una vez se me mareó un amigo arqueólogo al que llevé a ver el hechizo. El local, actualmente cerrado era conocido como ‘Casa Moisés’ y llamo la atención sobre el nombre bíblico del propietario.
Por otro lado es un hecho –viene en los libros de texto– que hace menos de mil años, pero más de novecientos, los reyes de Castilla concedieron un Fuero a Avilés que es hoy referencia histórica sobre la antigüedad de la villa avilesina y también de su progreso. Una medida de esto último es que antes del Fuero las casas se construían con arcilla y barro, después del Fuero con argamasa y piedra.
La concesión real le procuró a la villa avilesina no solo una condición jurídica y económica de primer orden, es que además descendía a detalles puntuales como la hoy llamada defensa del consumidor. Me refiero a la clausula 27 del Fuero de Avilés que dice que «El hombre que venda sidra y use medidas falsas, al saberlo el Municipio envíe al merino a su casa, préndalo y rómpale las medidas una vez comparadas con las usadas por el Concejo. El estafador pague además cinco sueldos al merino».
El Concejo (hoy Ayuntamiento) a cargo del merino (funcionario municipal) castigaba a quien jugase con las cosas del beber.
Hablando de ellas recuerdo que La Parra, local actualmente cerrado, conservaba en su almacén pequeños tramos de la muralla. Me llevó allí mi amigo Isaac Martínez que conocía a los dueños del local y nos dejaron ver aquella reliquia arqueológica envuelta en cajas de sidra, algo patético. No lo era tanto el nombre bíblico de mi amigo.
Desde un edificio de la calle Ruiz-Gómez se puede ver, a la derecha de árbol y arbustos, una pared de colores pardo y rosa (trasera de lo que fue Casa Angelín) que ocultan el mayor lienzo ‘conservado’ de la muralla.
El edificio de la sidrería Angelín, que estuvo en la calle del Muelle hasta su cierre, está apoyado constructivamente en la muralla y su parte trasera (que hoy se puede ver desde un patio al que se accede por el edificio de servicios múltiples del Principado) es el mayor lienzo de la cerca medieval que se conserva, aunque disfrazado. Muchos iban a Casa Angelín porque tenía sidra muy buscada de las bodegas de Trabanco, cuyo nombre (bíblico) era Samuel.
Casa Alvarín, es una sidrería situada en la calle Las Alas en los bajos de un edificio construido en el solar donde estuvo durante siglos el alcázar de la muralla medieval y al mando –de la sidrería por supuesto– de Ismael Rodríguez, nombre de acusadas resonancias bíblicas.
No voy a seguir porque me estoy mareando. Pero por las razones aquí expuestas no hace falta ser persona espabilada para deducir que por misteriosas circunstancias dignas de un guión televisivo de Nic Pizzolatto, la muralla de Avilés pide y pidió sidra, ese oro claro é hirviente que decía Rubén Darío. Y luego está el hecho de todas esas sidrerías diseminadas por los lugares donde se asentó la cerca medieval, algo que puede dar lugar a enrevesadas cábalas históricas, religiosas y sociales que tan solo de pensarlo marean, a pesar de que la sidra ande por los cinco grados de alcohol.
Tantos como puertas tuvo la muralla.