La ciudad de Atenas es muleta utilizada frecuentemente para colgarse prestigio cultural. Dos ejemplos actuales, cogidos a bote pronto, son la ciudad escocesa de Edimburgo, que se vende turísticamente por su variedad monumental como la Atenas del Norte, y en España en Cantabria su capital Santander, también utiliza -por su oferta cultural- el slogan de la Atenas del Norte.
En Avilés fueron, en el siglo XIX, más modestos: La Atenas de Asturias.
Para dicho eslogan hubo tanto buenas razones (un inusual ambiente cultural), como mejores propagandistas que fueron Armando Palacio Valdés («Avilés guardaba en aquel tiempo más de una semejanza con Atenas» escribió refiriéndose al último tercio del siglo XIX en ‘La novela de un novelista’) y el intelectual madrileño José Francés Sánchez-Heredero (articulista de enorme prestigio, crítico de arte y secretario de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando) que vino, en los años veinte, a veranear a Avilés quedando fascinado por el paisaje monumental y el paisanaje cultural. Lo difundiría en publicaciones españolas y de ultramar.
Notable es el desconocimiento sobre la labor cultural generada –con iniciativa privada y más tarde con apoyo público– a lo largo de los siglos XIX y XX en Avilés y que llevó a esta ciudad a ser considerada «uno de los principales centros de cultura del norte peninsular y a recibir la mítica denominación de Atenas de Asturias» escribe en un documentado trabajo Carmen J. Gutiérrez, de la Universidad Complutense de Madrid, del que he entresacado datos como que la Academia o Sociedad Filarmónica de Avilés (más conocida como El Liceo) que funcionó entre 1840 y 1891 fue una de las primeras sociedades instructivo-recreativas musicales creadas en España junto con las de siete grandes ciudades españolas (incluida Madrid y Barcelona).
O el sorprendente hecho de que según cálculos referidos a 1868, contando Avilés con 7.500 habitantes, ya tenía un centenar de músicos en agrupaciones culturales. Un número considerablemente muy alto para aquel tiempo.
A los estudiosos en la materia les llama la atención el que a principios del siglo XX, una villa entonces con 12.000 habitantes tuviera tres teatros funcionando (La Peña o Somines, el Palacio Valdés y el Iris), así como múltiples publicaciones, juegos literarios o masas corales de categoría reconocida.
Tal actividad cultural generó la creación de sociedades como Amigos del Arte de Avilés, que desplegó una gran actividad incluso de ámbito nacional (Exposición Nacional del Mar en 1924 o el X Salón Nacional de Humoristas en 1925). Ya entonces la transmisión cultural comenzó a alcanzar cotas multitudinarias, como la IV Exposición de Artistas Asturias, celebrada en agosto de 1934 y que alcanzó 20.000 visitantes. Algo que llamó la atención de la prensa nacional.
Y de una tertulia cultural avilesina salió la idea de crear una Biblioteca Popular, llamada Circulante porque permitía el préstamo de libros a domicilio novedad (algo que aumentaba prodigiosamente los índices de lectura de la población) que tenían muy pocas bibliotecas en la España de 1920.
Del éxito de aquella iniciativa cultural privada vino años más tarde, en 1957, la municipal Casa de Cultura instalada en la calle Jovellanos que modesta en sus inicios alcanzaría una actividad muy notable a partir de 1975, llegando a ser febril su programación de artes plásticas, imagen, música y también ciclos de mesas redondas en la década de los 80 del pasado siglo. Un fenómeno cultural no suficientemente estudiado, todavía.
Dicho centro, regido hasta entonces por un Patronato de sociedades culturales locales, pasó a depender de una recién creada Fundación Municipal de Cultura y a la construcción de una nueva sede para la Casa de Cultura, de 5.000 metros cuadrados –inaugurada en 1989– en la plaza Álvarez Acebal.
A todo lo anterior hay que añadir la recuperación y rehabilitación (llevaba 20 años cerrado) del teatro Palacio Valdés que, poco a poco, se fue convirtiendo en una referencia teatral en España.
Y en esas estábamos, aparte de en una muy grave depresión social -generada en la ciudad y su comarca por la grave crisis siderúrgica que trajo consigo la desaparición de miles de puestos de trabajo– cuando, en 2006, el entonces presidente del gobierno del Principado de Asturias, el profesor Vicente Álvarez Areces (PSOE), decide instalar en la margen derecha de la Ría un espectacular complejo cultural diseñado por el célebre arquitecto brasileño Oscar Niemeyer.
Los gestores conciben el nuevo centro como un gran contenedor cultural donde tendrá cabida cualquier manifestación artística y educativa, se habla de fábrica de producción de contenidos. La producción cultural en conjunción con afamados centros internacionales parecía ser su razón de ser y el ritmo de lanzamiento y programación del nuevo Centro Cultural Internacional Niemeyer era frenético con tan sonados actos culturales como celebradas presencias de figuras de talla internacional y todo ello antes de inaugurarse el Niemeyer (25 de marzo de 2011). También anterior a tal acontecimiento fue la reunión en Avilés con organismos mundiales de la categoría de Carnegie Hall y Linconl Center de Nueva York, Centro Pompidou de Paris, Old Vic Theatre de Londres, Opera de Sídney o el Foro de Tokio. Todo ello se sale de los parámetros habituales y pone (repito que antes de inaugurarse el Centro Niemeyer) «el nombre de Avilés en el mapa mundial de la cultura» frase recurrente en medios de comunicación nacionales e internacionales como hoy se puede ver en hemerotecas y videotecas.
‘La Atenas de Asturias’ se recordaba como algo prehistórico ante ‘El Niemeyer de Avilés’, un término que se universalizaba a velocidad de vértigo, justo hasta el mes de septiembre de 2011 y durante el gobierno del ingeniero Francisco Álvarez-Cascos Fernández (Foro Asturias).
Si la famosa novela de Mario Vargas Llosa ‘Conversación en La Catedral’ se inicia con el protagonista preguntándose ¿cuándo se jodió el Perú? y la respuesta le tardará al lector… en Avilés ante interrogación en similares términos referida al descalabro de su exitoso centro cultural se puede afirmar, con rotundidad, que fue en septiembre de 2011 cuando se jodió el Niemeyer.
Será un episodio aparte, mereciendo sin duda ser un libro.