Obra de Celestino Graiño, fue el primero que hubo en Asturias.
En 1944 buena parte del mundo estaba en guerra y España en postguerra. Y fue en el verano de aquel año -de aquellos tiempos de espanto, ahogo y racionamiento- cuando Avilés tuvo dos desahogos en forma de inauguraciones, la del popular Club de Mar (que fijaría sus reales en la playa de San Juan de Nieva) y la del selecto Museo Graiño de Historia Natural (también llamado de Ciencias Naturales) instalado en un singular edificio de la avenida de Fernández-Balsera, a la que se conocía por aquellos años como la Carreterina Nueva que comunicaba Las Meanas con el Carbayedo.
A partir de entonces y hasta 1950 (que fue el de la llegada de aquella Ensidesa que rompió todos los esquemas) a las autoridades que asomaban por aquí se les hablaba de la singularidad de Avilés, consistente en ser la población de España de menor número de habitantes que contaba no solo con un periódico (LA VOZ DE AVILÉS) sino también con un museo y que además era el primero de Asturias.
En él se mostraba la colección que, en materia de ciencias naturales, había ido reuniendo a lo largo de su vida el científico Celestino Graiño Caubet uno de los tipos más singulares -y desconocidos- de la historia local. Nacido en Oviedo en 1873, estudio Farmacia en Madrid y abrió una en Avilés que fue modélica tanto en continente -todavía hoy se puede apreciar en la calle de La Muralla- como en contenido por la comercialización nacional de los remedios medicinales que él y sus colaboradores elaboraban en la rebotica. Este Graiño también resulto ser un excelente orador que formaba parte de Extensión Universitaria, una especie de misionero que recorrió Asturias mostrando las bondades de la ciencia al tiempo que aumentaba incansablemente su colección sobre flora y fauna que a su muerte, en 1943, era más que considerable.
En un artículo publicado por aquellas fechas por E. Eguren, catedrático de Ciencias Naturales de la Universidad de Oviedo, lo reunido por Graiño «sobrepasaba en mucho, a los precarios lotes en ejemplares, de que disponía el antiguo Gabinete de Historia Natural de la Universidad de Oviedo».
Por todo ello su hijo, Celestino Graiño Cors, decidió abrir un museo que reuniera la gigantesca obra de su padre y que fue inaugurado el 15 de julio de 1944 con asistencia de autoridades locales y provinciales, de gobernadores (civil y militar) a arzobispo pasando por el estamento de la enseñanza con la Universidad a la cabeza. Un acontecimiento que rubricó al poco el ministro de Educación (Ibañez Martín) con una visita al nuevo museo, instalado en un pequeño edificio ajardinado (lo que son las cosas: más o menos en el solar donde hoy hay una farmacia) en la avenida Fernández Balsera.
Por el folleto ‘El Museo Graiño’ editado por aquellas fechas, y del que es autor el catedrático de Historia de Farmacia de la Universidad de Madrid, Rafael Folch Andreu, sabemos que «contaba la colección con unas 550 aves, unos 150 mamíferos, un millar de insectos y unos 50 reptiles, muchos de ellos ejemplares raros, y otro millar de conchas de moluscos que, si exceptuamos un grupo importado de Ultramar y especialmente de Filipinas, constituyen un excelente material para el estudio de la Malacología asturiana. Algo de ello ocurre también con las aves, ya que entre las regionales algunas, pocas, de las muchas que se conservan, son exóticas, traídas a España por asturianos, como recuerdo de su estancia en nuestras colonias y que engrosaron después la colección del Dr. Graíño (…) De menor importancia es la parte botánica, ya que solo contaba con unas 500 especies de la región».
También se exhibían casos extraños, científicamente conocidos como teratológicos, tal que un gallo con tres patas, unas cabritas siamesas, un pollo recién nacido con cuatro patas, una ternera bicéfala, y un huevo gigante de gallina con otro en su interior.
Aparte de lo expuesto, estaba a disposición del público una sala de consulta con una biblioteca de cerca de un millar de libros de temas científicos.
Este Museo Graiño de Historia Natural (o de Ciencias Naturales) de Avilés, que permaneció abierto veinte años y en horario vespertino, fue el primero que en Asturias se puso en marcha. Hoy la condición de decano le corresponde al Museo Marítimo de Luanco inaugurado en 1948.
Decía André Gide que todas las olas del mar deben su belleza a la retirada de las que las precedieron.