Aquel sábado 6 de febrero de 1971 me encontraba en La Marzaniella (Trasona) terminando de planificar un trabajo junto con un compañero, el economista Mariano Blanc, en las oficinas provisionales que el departamento de Organización de Ensidesa tenía en uno de los bloques -en la calle Mar Mediterráneo- del poblado siderúrgico de La Marzaniella, con pinta urbanística parecida al de Llaranes.
Estaba al teléfono recibiendo datos sobre puestos de trabajo que nos facilitaban desde la acería Siemens que yo le iba transmitiendo a Blanc y él apuntaba en un pequeño encerado hasta que, a las 10.25 horas, se corta la línea telefónica y «… tres horripilantes explosiones fusionadas en un estruendo horroroso rompe el aire en el interior de factoría. Al instante una densa nube de vapor oculta al edificio de la Acería LD-1, en las inmediaciones de los gasómetros. Al mismo tiempo el cielo gris es poblado de infinidad de puntos negros que avanzan hacia Llaranes, simulando una desorganizada banda de aves tétricas. Unos segundos después la lluvia de chatarra de hierro siembra el pánico entre los hombres y mujeres que asustados por la rociada de vidrios y cielos rasos en muchas de sus viviendas que se les vino encima con la explosión, riega el entorno en más de un kilómetro. Instantes después (segundos), un silencio total se apodera del ambiente encogiendo estómagos y alterando latidos de corazones acongojados ante lo que se teme… ¿cuántos muertos?»… es parte de una narración de José Ángel del Río Gondell -uno de los más destacados impulsores de la cultura y el asociacionismo del poblado de Llaranes- en su documentado libro ‘Llaranes. Tres épocas’. Que, junto con un artículo del recordado José Carlos Valdés también miembro muy activo del Club Popular de Cultura, son dos fuentes veraces que explican aquella enorme explosión que sacudió Avilés y Asturias (el estruendo se escuchó en Oviedo) y tuvo eco en medios de comunicación nacionales e internacionales dada la importancia siderúrgica de Ensidesa en el panorama siderúrgico europeo. En lo que dejaron escrito Del Río Gondell y Valdés están los datos que explican el más grave accidente (8 muertos y centenares de heridos) que tuvo Ensidesa en su existencia y que sembró el miedo en la comarca de Avilés.
Foto aérea de Ensidesa hacia 1971. Señalado en rojo la zona del accidente, en la margen derecha de la Ría.
Llaranes era la zona poblada más cercana al lugar de la explosión. A parecida distancia, aunque en otra dirección, lo está el poblado de La Marzaniella desde donde después de quedarnos paralizados (no creo que llegase a cinco segundos aunque aún me siguen pareciendo cincuenta y cinco) muchos salimos al exterior desde donde se divisaban nubes de humo y vapor en la zona de las acerías muy cercanas a los gasómetros, instalaciones que el personal creyó en los primeros momentos causantes de la explosión. Con un canguelo muy notable algunos, poco después, intentamos acercarnos, mezcla de curiosidad y ofrecimiento de ayuda, pero nos cortaron el paso miembros de la Guardería Jurada de Ensidesa que ya rodeaban la zona cero, el epicentro de la explosión.
En el casco urbano de Avilés hubo heridos leves, físicamente, por rotura de cristales en viviendas y escaparates de las calles. Pero los heridos mentales fueron multitud. El pánico se apoderó de buena parte de la población a lo que ayudó también la llegada -procedentes de otras ciudades- de docenas de ambulancias, camiones de bomberos y fuerzas de orden público.
En Llaranes la cosa fue mucho más grave, como está escrito más arriba, y la complementa José Carlos Valdés precisando que «sobre las 10.25 horas se produjeron en un par de segundos tres explosiones consecutivas de una magnitud considerable… al explotar, al menos uno de los seis acumuladores de la instalación de recalentamiento de vapor situada al pie de la planta de la acería LD-I».
La onda expansiva proyectó piezas de considerables dimensiones y peso a más de un kilómetro de distancia en dirección Llaranes. Recordó Valdés, en un post de Facebook, que «independientemente de los daños interiores, recordamos una viga doblada delante de la entrada del colegio de niños en la calle Monte Bobia y una enorme válvula semienterrada, como un obús sin explotar, a la altura del nº 10 de la calle Gijón de Llaranes y que a las seis de la tarde aún conservaba una temperatura tan notable que había resecado el barro a su alrededor».
Se sucedieron episodios dantescos como el camión que cruza el puente de Llaranes y una chapa voladora siega la cabina decapitando al conductor y el vehículo sin control se estrella contra el edificio de la telefónica, o trabajadores quemados, uno de ellos en grado tan alto que fue evacuado a la Unidad de Quemados del Hospital La Paz de Madrid donde falleció… Al Sanatorio de Ensidesa (popularmente conocido como El Hospitalillo) comenzaron a llegar heridos (en tal cantidad que empezaron a ser desviados a hospitales de Avilés, Oviedo, y Gijón) y poco después una multitud estaba concentrada ante el centro sanitario. Era gente procedente mayormente de Llaranes, barrio de La Luz y Avilés a la búsqueda de noticias sobre sus familiares que aquella mañana estaban trabajando en la factoría. Y que eran miles.
«Médicos, bomberos, la guardería jurada, seguridad y personal voluntario se hicieron cargo de la situación de forma inmediata» dejó escrito José Carlos Valdés que trabajaba al lado del lugar donde se produjo la explosión. Pero quedó para siempre el miedo de comprobar que ‘la empresa’ -como llamaban sus miles de empleados a Ensidesa y no ‘fabricona’ como dicen algunos- no era tan perfecta en materia de seguridad como parecía.
Los vendedores ambulantes de fruta, pescado, etc., que se desplazaban diariamente a los poblados -en furgonetas e ‘isocarros’ actuando como verdaderas tiendas con ruedas- hicieron, en un primer momento, de portavoces improvisados de primeros auxilios. En La Marzaniella uno de ellos transmitía con un megáfono por las calles del poblado la urgente petición de donantes sangre del grupo 0 RH negativo para que se personasen en el sanatorio de la empresa, … ¡para los heridos por el bombazo de Ensidesa!, añadía el vendedor por su cuenta.
Ante el temor de escapes de gas tóxico fueron paralizadas todas las instalaciones de producción de la factoría: hornos altos, acerías y trenes de laminación. Fue por todo esto por lo que desde entonces ha quedado, para algunos, una leyenda urbana que dice que Avilés pudo, entonces, haber desaparecido del mapa.
Lo que si es verdad es que aquel 6 de febrero de 1971 que había amanecido parcialmente gris tiñó brutalmente, a mitad de la mañana, a negro.