Hace hoy ochenta y seis años que Avilés entró en la modernidad de la cosa educativa. Fue un 26 de octubre del año 1928 cuando se inauguró el primer curso oficial de bachillerato del ‘Instituto Carreño Miranda’, bajo la dirección de Agustín P. del Pueyo.
El 15 de agosto de aquel año, el Gobierno de España –eran tiempos de la dictadura de Primo de Rivera– había acordado la creación, en Avilés, de un Instituto de Segunda Enseñanza, solicitado meses antes por el Ayuntamiento presidido por José López-Ocaña. Para la lentitud que se suele estilar en la Administración estatal, aquella fue la típica diligencia de aquí te pillo, aquí te mato. Así que hubo que encajar, sin calzador, el nuevo centro en el primer piso de la Escuela de Artes y Oficios, y no me chiste usted.
Con la proclamación de la Segunda República llega un nuevo alcalde: David Arias Rodríguez del Valle (hijo del historiador David Arias García), que echó el resto (las cuentas municipales estaban apretujadísimas, como siempre) en la construcción de un nuevo edificio destinado específicamente al recién nacido Instituto, que había sacado a Avilés de pobre en materia educativa.
El alojo provisional, en Artes y Oficios, era un sin vivir. Así que David Arias, después de descartar reubicarlos en el nuevo Hospital de Caridad (demasiado grande para las necesidades sanitarias de entonces), puso manos a la obra, pidió planos y presupuesto al arquitecto Enrique Rodríguez Bustelo y se apuntó al rosario de la aurora de los préstamos estatales. Antes, había comprado una parcela de terreno al marqués de Ferrera, propietario (como no) de un solar llano al final de la calle Galiana, donde cuatro señoritos practicaban un extraño deporte llamado tenis.
Y allí se construyó, comenzando a funcionar en octubre de 1934, el primer instituto de la historia de Avilés bajo la dirección del catedrático Luis Muñiz Álvarez. En esa inauguración David Arias ya no era alcalde pues había dimitido el 21 de septiembre sustituyéndolo Bernardo García Ruiz-Gómez, pero que David Arias Rodríguez del Valle fue el hacedor del centro es histórico.
Los avatares de aquel Instituto –hasta convertirse en 1972 en lo que es hoy, Colegio Público ‘Palacio Valdés’– así la otros de centros educativos que paulatinamente se extendieron por la ciudad son un episodio aparte.
Tengo recuerdos mayormente felices de aquel Instituto de grandes ventanales y de mis compañeros y compañeras, que aquello de la educación mixta (que duró hasta 1968) fue una bendición. Y los bocadillos de ‘La Morena’ también. Del profesorado me acuerdo gratamente de bastantes porque les debo mucho, pero especialmente de Jesús García Díaz y las visitas guiadas que nos amañaba a los que demostrábamos curiosidad por el desconocido Avilés monumental… Y sobremanera de las enseñanzas y consejos de Adela Palacios Gros, catedrática de literatura. Algo impagable.
Tiene escrito Jorge Luis Borges que «uno llega a ser grande por lo que lee y no por lo que escribe» y la última vez que le di la razón –al gran escritor argentino comedor de bocadillos de mortadela, broma que le suponía el gamberro de Luis Buñuel– fue el pasado mes de agosto, cuando encontré en Facebook, un post titulado ‘Instituto Carreño Miranda (Avilés)’, de mi admirado José Luis García Martín, otro antiguo alumno del Carreño, que decía:
«Luz, más luz y clara geometría, jaula feliz de aquel bachillerato que terminó hace siglos o hace un rato o que no ha terminado todavía.
¿De qué rara madera estamos hechos, légamo primordial, materia oscura, que sobre el tiempo flota y que perdura cuando llegamos a la mar deshechos?
Por la empedrada calle de Galiana camina en la mañana hacia el mañana el niño que yo fui, que sigo siendo.
Qué compleja ecuación y qué sencilla. ¿Me ves tú ahora como te estoy viendo? Todo era allí asombro y maravilla».
Creo imposible definir mejor aquel tiempo. Y le participo, al poeta, que por esa empedrada calle de Galiana, que yo también hacía como alumno cuatro veces al día, sigo caminando hacia el mañana y aún me quedan dos kilos de asombro. Y cuarto y mitad de maravilla.