Donde se husmea el rastro que han ido dejando algunos animales, irracionales, a lo largo de los siglos en la monumental villa asturiana.
Hace más de dos mil años, Aristóteles sentenció que «El hombre es naturalmente un animal político». De vivir hoy el filósofo griego, comprobaría pasmado que en Avilés –a la que hace más de cien años algunos le cargaron aquello de Atenas de Asturias– los animales políticos no cumplen con lo que la ley manda, nada menos que desde 1927, respecto a los animales irracionales: que todos los Ayuntamientos tengan un servicio de recogida de los mismos.
De esto, y de más cosas, sabía mucho Rafael Ávila Bayón, que batalló contra la indiferencia de los Ayuntamientos de la comarca avilesina incapaces de ponerse de acuerdo para construir un albergue de animales domésticos. El empeño continúa, ahora con la memoria de Rafa Ávila y su aquel empeño en respetar a todos los seres vivos como parte del civismo que ha de caracterizar a un Estado de derecho, con su lucha combatiendo la brutalidad que contra los animales irracionales trae consigo la falta de cultura.
Todo lo anterior choca con las huellas que han ido dejando por Avilés. Algunas desde hace la tira de siglos como es el caso de aves y felinos que se pueden ver (formando parte de los adornos propios de la arquitectura románica) en algunos de los capiteles de las iglesias de Sabugo, San Antonio y en la triple arquería del claustro de San Nicolás de Bari.
También hay lugares públicos como la plaza de Camposagrado, donde hay una fuente –bajo un mural de Ramón Rodríguez de 1993– compuesta por cuatro cabezas de leones que manan agua por la boca.
Y sitios conocidos por el nombre de animales, como la plaza del Pescado (o plaza de Santiago López, marqués de Casa Quijano). Hacia ella da un edificio llamado Cabeza de Caballo, figurando el equino pintado –basado en una desaparecida guarnicionería, establecida en una casa contigua y cuyo reclamo comercial era una cabeza de caballo– en una medianera de dicho inmueble, obra del Manuel del Busto arquitecto autor de destacados edificios como el teatro Palacio Valdés. Igualmente una parada de autobuses urbanos en esta zona es conocida (así consta en documentos de la compañía de transportes) como Cabeza de Caballo.
En la bocana de la Ría, y en su margen derecha, está anclada la llamada –por su caprichosa forma equina– Peña El Caballo, que no es un peña cualquiera pues aquí, por ejemplo, tuvieron lugar los primeros baños públicos de los ‘atrevidos’ avilesinos que se atrevieron a mostrarse en bañador. Venían en un vapor desde el muelle de Avilés hasta este lugar donde había un tan vistoso como ‘viscontiniano’ hotel, y restaurante, llamado La Rosa.
En el casco histórico la calle Galiana es única. Conserva los dos firmes del suelo con los que fue construida en el siglo XVII. Uno de losas, para animales racionales (usted o yo) y otro empedrado para los irracionales (en este caso caballerías).
Y sobrepasando Galiana, a la salida de Avilés por la carretera de Grado, en el lugar conocido como La Ceba, nos encontramos –en una finca particular protegida por alambrada– con la estatua de un oso de considerable tamaño, con un pescado en la boca, mirando hacia Avilés. Desconozco sus intenciones, pues todos los intentos para averiguar autoría de la obra y su exhibición han resultado infructuosos. De momento.
Pero el oso es animal mítico asturiano, no de Avilés donde tienen total protagonismo la foca boreal y la vaca astral, ambas con estatuas en su honor.
La primera, colocada en el parque del Muelle –donde también hay un pequeño elefante, muy celebrado por los niños, que cumple funciones de fuente– es de un exotismo local subido de tono y ya tratado en un episodio titulado ‘La famosa foca de Avilés’ (26 de mayo de 2013).
Llegada en 1951, fue atracción local y regional, convirtiéndose rápidamente en un símbolo avilesino. Y que es un emblema que sigue activo lo demuestra el que últimamente esté generando un movimiento artístico conocido como ‘Seal Parade’, que Avilés ya ha exportado a la ciudad francesa de Saint Nazaire.
Venancio Ovies, el recordado periodista avilesino, supo ver y escribir sobre esta foca a la que calificó de ‘Precursora’ de la invasión siderúrgica, coincidente en el tiempo, con su llegada. Las crónicas de Venancio sobre este asunto le valieron un premio nacional de periodismo.
Hasta periódicos del extranjero se hicieron eco de la foca. Por ejemplo en un diario de La Habana, el escritor avilesino residente en Cuba (más tarde sería embajador de Fidel Castro en El Vaticano) Luís Amado-Blanco dedica un artículo a su amigo y paisano, el también escritor nacido en el barrio de Sabugo de Avilés y emigrado en la isla, Rafael Suárez Solís, titulado ‘Carta a don Rafael por una foca’. Selecciono dos párrafos: «¿Te has enterado mi querido Don Rafael de que para sellar nuestros cuentos de grandeza, una hermosa foca ha ido, por su propio impulso y decisión a vivir en la mansedumbre de aquella maravillosa ría? (…) En plena era atómica, una foca ha bajado hasta Avilés, a vivir en sus aguas y a morir sobre sus orillas, en una rotunda demostración de que por allí la fábula anda suelta para la alegría de los niños, para la firma eterna de los noviazgos, y para el escamoteo de la tragedia».
El impacto causado por la foca una vez perpetuada en estatua, en 1956, originó coplas que se entonaron en las danzas primas veraniegas: «Hoy la villa de Avilés/ luce mucho más hermosa. / No sabemos si es la foca/ o la fuente luminosa».
O también transportada a canciones de moda, como la de ‘La bamba’, donde el conocido estribillo ‘Bamba, la bamba, la bamba…’ era sustituido por «Foca, la foca, la foca…».
Otro tanto sucedía con ‘Alma llanera’, que se cantaba tal que así: «Soy nacida en un fiordo boreal. / Soy hermana de la brisa, / de la aurora y de la rosa, / de la fuente luminosa. / ¡Soy la foca de Avilés!/ De Avileeees…/ ¡De Avilés!».
El tirón alcanzó a la política, en las elecciones municipales de mayo de 2007, cuando el Partido Popular avilesino propuso demoler el estadio de fútbol Suárez Puerta y construir, en el solar que ocupa, un llamado Palacio de los Niños para equipamiento infantil público, de gestión privada, con diseño exterior que recordaba a una gigantesca foca recubierta de titanio.
Y claro, no podía faltar aquí la vaca, animal avilesino de toda la vida, como el que dice. Su efigie nos la recuerda en bronce Favila (‘El tratante’, 1999) en el Carbayedo, donde durante siglos se celebró el mejor y más famoso, de Asturias como poco, mercado de ganado de Avilés.
Sin embargo se echa de menos un recuerdo al cerdo –en Avilés hubo un ‘mercao de los gochos’ en la calle Llano Ponte– aunque solo fuera por los famosos ‘Jamones de Avilés’, un episodio aparte, ganadores de una medalla en la Primera Gran Exposición Universal, de 1851, celebrada en Londres.
Bien es verdad que el jamón solo es posible después de matar al cerdo. Leonardo Da Vinci estaba convencido de que «llegará el día en que los hombres verán el asesinato de animales como ahora ven el asesinato de hombres».
No es que quiera cambiar las orejas por el rabo. Tan solo hacer ver que, de un modo u otro, la Historia la hacemos todos los animales.