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Alberto del Río Legazpi

Los episodios avilesinos

Los caminos de hierro y otros acontecidos hace más de 100 años

(El 5 de julio de 1893 -justo hace hoy 122 años- los asuntos tratados en una reunión del Ayuntamiento avilesino nos acercan a la realidad de entonces).
         En la madrugada del 5 de julio de 1893, aburrido de empollar leyes para terminar una abogacía que apenas ejercería, abrió la ventana de la habitación y oteando el cielo descubrió un cometa que, desde en tonces, llevaría su nombre. O sea, Mario Roso de Luna.
         Este polifacético personaje extremeño (periodista, escritor, erudito, editor, astrólogo, ocultista, ateneísta, masón y sabe Dios cuantas cosas más) tiene recogido, entre sus montañas de escritos, cosas sobre Avilés, una ciudad que lo hechizaba. Tiene escrito que «Estaba en la histórica Avilés, la ciudad de las primitivas leyes estampadas en ‘tesseras’ de bronce y, siglos mas tarde, del famoso Fuero Municipal… Estaba, digo, en la ciudad que llegara en su libérrima y patriótica autonomía a llamarse ‘república’ en sus acuerdos municipales, y tuviese a grandísima gala el que sus vecinos, según Fuero, no pagasen desde el mar hasta León portazgo ni pontazgo» (‘El tesoro de los lagos de Somiedo’. 1920).
            Y hablando de acuerdos municipales hay que referirse a los tomados, en Avilés, aquel 5 de julio de 1893 (hace hoy ciento veintidós años), el mismo día en cuya madrugada el estudiante Mario Roso de Luna descubrió el cometa Mario Roso de Luna, aunque luego le discutieran su nombre.
            En torno a las tres de la tarde se reunieron, en el salón de plenos del Ayuntamiento avilesino, nueve concejales y José Cueto (alcalde que ocupó el cargo entre 1891 y 1894) tomando una serie de acuerdos que el secretario nos dejó reflejados en el libro de actas que se guarda en el Archivo Histórico de Avilés.
          Comenzaban entonces las reuniones municipales leyéndoles, el secretario, a los políticos locales, los Boletines Oficiales del Estado para que se diesen por enterados de lo que se cocía en Madrid. Dada la hora –las tres de la tarde es el yunque del calor veraniego –y la monotonía de la prosa legislativa, aquello debía ser todo un trance por mantener el tipo, para no ser derrotados por una somnolencia acelerada por la digestión de la reciente comida. Dicen que pocos lo lograban.
            Pero pronto se espabiló el ambiente cuando el Alcalde tomó la palabra para decir que «tenía noticia de que dentro de breves días llegaba a esta Villa el Excmo. Sr. Marqués de Pinar del Río» y estaba por determinar el recibimiento que debería de hacérsele por los favores que este personaje había dispensado a Avilés.
         Entre otras cosas el rico indiano, residente en Cuba y de nombre Leopoldo Gon­zález—Carbajal Zal­dúa, había regalado a la ciudad una planta industrial que hizo posible el alumbrado eléctrico públi­co en Avilés, incluso antes de que llegara a Oviedo y a Gijón, haciéndonos líderes regionales en moder­nidad luminosa.
         Y sabiendo que vendría en el flamante ferrocarril (otro triunfo ciudadano reciente) se determinó que dos concejales y el secretario del Ayuntamiento se adelantaran a recibirle a Villabona, donde los viajeros (del Express Madrid-Gijón que invertía 22 horas en el trayecto, adelanto enorme comparado con lo que antes eran días de viaje en carruaje tirado por caballos) con destino a Avilés hacían trasbordo. El Alcalde y el resto de las autoridades locales lo esperarían en la estación de la Villa, junto con la Banda de Música municipal… a la que también se encomendó que en la noche de ese día le diera al marqués «una serenata, obsequiando de este modo y cual se merece tan querido hijo predilecto de esta Villa». También se lanzarían cohetes, a cargo del municipio, desde la estación situada en la entonces avenida de Pravia, hoy de Los Telares.
            No hacía ni tres años (por un pelín) que el ferrocarril había llegado a Avilés, pues lo hizo el 6 de julio de 1890. Recuerdo que en esto de los caminos de hierro  tenemos mucho que decir, pues hace unos meses que se descubrió que somos pioneros en España (título que, hasta ahora, ostentaban los catalanes), al haberse descubierto, en el mágico Arnao de Castrillón, la primera línea de ferrocarril que hubo en el país y cuyo trazado es de 1836.
            El segundo orden del día de aquella reunión, fue también referido a más caminos de hierros. Eran los de un nuevo medio de transporte comarcal, para el que el Gobernador Civil había dado el preceptivo visto bueno.  Se trataba del «tranvía de vapor de Avilés a la Playa de Salinas» y que con el tiempo sería conocido popularmente como La Chocolatera. De los vagones tiraba una pequeña locomotora que soltaba un penacho de humo de color marrón que se movía entre el Parque El Muelle y Salinas, la mayor parte del trayecto (Avilés–La Maruca–Raíces) coincidente con la carretera general desviándose en Raíces hacia la famosa población costera castrillonense.
          Estuvo funcionando bastantes años coincidiendo algunos –la transición de la nube al trole duró hasta 1933– con el tranvía eléctrico (Villalegre–Avilés–San Juan de Nieva–Salinas–Arnao–Piedras Blancas) que entró en servicio en 1921 y fue clausurado en 1960.
         También aquel 5 de julio de 1893, los munícipes ‘quedaron enterados’ (frase muy habitual en los libros oficiales municipales, sinónimo de botella medio llena o medio vacía) de las gestiones del Alcalde –presionado por asociaciones comerciales provinciales tal y como habían hecho con otros ediles asturianos– cerca del diputado del distrito de Avilés y líder del partido liberal Julián García San Miguel (o sea el  Marqués de Teverga, entonces todopoderoso de la política local) para que presionase contra el impuesto que sobre el vino pretendía el ministro de Hacienda de entonces, el famoso Germán Gamazo, intentando poner orden en el tinglado comercial español, sin entender que siempre habrá excepciones, sin atender al refranero castellano que pregona que el miedo guarda la viña y que la mujer y el vino sacan al hombre de tino. No se hable más.

Mario Roso de Luna (1872-1931)

        Se aprobaron otros asuntos, como la traída de aguas a Villalegre y la constitución de una comisión para construir nuevo lavadero en Sabugo que más tarde se levantó en la calle González Abarca, donde todavía puede verse parte del mismo, desmochado, cerrado a cal y canto y muerto de risa. El Ayuntamiento nunca supo que jabón utilizar en este antiguo lavadero para su aprovechamiento ciudadano.
         Finalmente, asunto muy debatido fue la compra de instrumentos solicitados por la Banda de Música municipal para «satisfacer cumplidamente su cometido durante las próximas ferias de San Agustín», pero por muy bien que sonara la cosa, resulta que no había dinero presupuestado para sinfonías y hubo que sacarlo de otras partidas, con la oposición del concejal José Rodríguez Maribona que argumentó, con lógica, que «mientras haya obras acordadas y pendientes de ejecución no deben emprenderse otros gastos que considera de menos importancia para los intereses generales de la localidad». Pero no.
         Salió un si, porque no olvidemos que la Banda Municipal de Música, tenía que actuar dentro de unos días, en la estación de ferrocarril en el recibimiento oficial al marqués de Pinar del Río y por la noche darle una serenata ante su domicilio, tal y como había aprobado la Corporación al comenzar la sesión. Así que a comprar clarinetes y a no tocar violones, instrumento impropio de una banda de viento.
         Sólo faltaba que la música oficial desafinara y el Ayuntamiento de Avilés diera la nota ante el ‘hidroeléctrico’ marqués. Sólo faltaba.

Los episodios avilesinos es un blog de La Voz de Avilés

Sobre el autor

Espacio dedicado a aspectos históricos, biográficos, costumbristas y artísticos, fundamentalmente de Avilés y su comarca actual, así como a territorios que, a lo largo de los siglos, le fueron afines. Tampoco se excluyen otras zonas del planeta


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