(Donde se habla de algunas vías públicas céntricas, que destacan por la cantidad de nombres con los que han sido bautizadas a lo largo del tiempo).
Antes la cosa era generalmente sencilla, como de manual, un producto del sentido común que sigue siendo el menos común de los sentidos.
Porque si en un lugar había una fuente a la que llamaban La Cámara era por la sencilla razón de que el agua se acumulaba allí en una cámara de piedra, algo destacado y razón suficiente para bautizar así el lugar.
Y si en otro abundaba, por ejemplo, la flor de saúco al sitio se le llamaba Sauco y ya está, aunque con el tiempo fuese derivando la pronunciación hasta terminar siendo Sabugo.
Si predominaban los ferreros, pues nada, La Ferrería y santas pascuas.
Pero a partir del siglo XIX surge la costumbre de denominar a los lugares y a las vías públicas con el nombre de personas. Y por tanto algo que puede ser utilizado para festejar a un personaje de tus simpatías, credo religioso o cuerda ideológica.
Los criterios que llevan a cambiar los nombres del callejero a veces están justificados, solo a veces.
En Avilés hay, como en muchas ciudades, algunas calles –las plazas son episodio aparte–han ido cambiando tantas veces su denominación que constituyen hoy verdaderas ensaladas onomásticas.
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Calle Palacio Valdés.
Por ejemplo la calle de La Muralla, antiguamente conocida como Camino de las Aceñas (molinos que trabajan aprovechando la fuerza de las mareas) y que existían en la zona donde hoy está la plaza del Mercado (perdón, porque oficialmente es Hermanos Orbón). El camino iba paralelo al río Tuluergo en cuya desembocadura, lugar que hoy ocupa el parque del Muelle, estaba el Puerto de Avilés, y en 1826 cuando se prolonga el malecón del muelle de dicho puerto hasta lo que hoy es calle La Cámara y en el lugar se plantan álamos, el tránsito pasó a denominarse “Alameda Nueva” (la Alameda Vieja era la actual plaza del Pescado, perdón, porque oficialmente es Santiago López). Pero el 27 de junio 1855, quizá como acto de contrición pública por haberse cargado la muralla medieval que discurría también por este lugar, el Ayuntamiento cambia aquel nombre por el de calle de La Muralla. Más tarde, en 1892, la renombran como calle del Marqués de Teverga, entonces el hombre más rico de Avilés y cuya casa en esta calle hacía esquina con La Cámara. Y pasaron los años hasta que ¿finalmente? el 18 de julio de 1979, la primera Corporación de los Ayuntamientos democráticos, le devolvió el nombre de La Muralla.
De procedencia más moderna, pues nace a finales del siglo XIX, es la actual calle de Armando Palacio Valdés, en un primer momento llamada ‘Siglo XIX’, un prodigioso ejercicio de imaginación municipal, no me digan. Y eso duró hasta 1934, cuando se la adjudica el nombre de Ocho de Octubre, para festejar que ese fue el día que las tropas del gobierno legal de la República entraron en un Avilés que había estado varios días en manos de los partidarios de la Revolución de Octubre del 34. Dos años más tarde, en 1936, otra Corporación municipal de distinto signo político cambia aquel nombre por el calle de Luis Sirval, en consideración al periodista asesinado en Oviedo durante la citada Revolución. No le duró mucho el homenaje al escritor valenciano, porque en 1938 cuando las tropas de Franco entraron en el Avilés republicano renombraron a la calle como la de Calvo Sotelo, protomartir de los franquistas. Pero aún hay más, pues en 1945 la primera parte de la calle (en la que estaba asentado el teatro desde 1920) pasa a denominarse como de Armando Palacio Valdés (cuyo nombre había estado algunos años ‘ocupando’ el de la tradicional calle de Galiana). Finalmente, en 1979, se extiende el nombre del escritor a toda la calle hasta su final en la de Las Artes.
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Calle de La Cámara.
No se si todavía me están siguiendo, o aburridos se han ido a dar una vuelta por la calle de La Cámara, de la que ya sabemos el porqué era llamada así antiguamente y que a finales del siglo XIX empezó a convertirse en lo que es hoy, calle mayor y eje comercial de la ciudad. Algo muy apetitoso para endosarle nombre de poderosos políticos locales, comenzando en 1897 por Julián García San Miguel (segundo marqués de Teverga, líder del Partido Liberal y exministro) y siguiendo por José Manuel Pedregal (líder del Partido Reformista y exministro) en1923. Apartir de 1938 la calle llevó el nombre del nuevo Jefe del Estado español, que el encargado de rotular la placa o bien el concejal que supervisó el asunto –en cualquier caso atacado, cualquiera que fuese, por un exceso de celo– convirtió en ‘Generalísimo Franco’, cuando el acuerdo del Ayuntamiento es que se llamara calle ‘General Franco’. Pero le quedó generalísimo –contraviniendo la orden, quede constancia del hecho– hasta 1979 cuando con la primera Corporación de Ayuntamientos democráticos, La Cámara volvió a su origen, tan antiguo como lógico.
En fin, que los cambios en el callejero han de ser meditados y sopesados, porque aparte de desorientar al personal en general, en particular lo que hacen es causar molestias a vecinos y empresas (generalmente pequeños comerciantes) domiciliadas en ella, que se ven obligadas a corregir tarjetas, carteleras y direcciones de todos los sitios en donde las tienen publicadas. Un coñazo que cuesta dinero.
Al Ayuntamiento el cambio de placa le viene a salir por cuatro perras, pues no llega a los 300 euros, incluidos desanclaje de la vieja y anclaje de la nueva con clavos de acero punta balística 60.
Pecatta minuta para un organismo donde, generalmente, la inspiración hace tiempo que se convirtió en un artículo perseguible de oficio.