Avilés fue invadida por marinos de la Armada inglesa. Años después por la caballería de Napoleón Bonaparte. Más tarde –y por fortuna– por ciudadanos belgas que dominaban la técnica del carbón, del zinc y del vidrio y hace 60 años por una avalancha de miles de españoles a los que algunos avilesinos, llamaron ‘coreanos’. Hoy eso es Historia.
Una invasión es la acción y efecto de invadir que, a su vez y según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (estos días tengo en reparación el María Moliner) tiene varias acepciones. Yo las interpreto libremente desde aquella en la que invadir es entrar por la fuerza hasta la que toma la invasión de forma más pacífica, o sea entrar y propagarse en un lugar.
Lo de irrumpir por la fuerza lo hicieron los ingleses en 1762 en el castillo de San Juan de Nieva y en 1809 tropas francesas en toda la comarca de Avilés. Luego está la otra invasión, entre comillas, la de entrar y propagarse por Avilés. De esa tenemos otros dos casos: la de ciudadanos belgas en el siglo XIX y, un siglo más tarde, la de miles de ciudadanos españoles, a los que algunos avilesinos, otros dicen que bastantes, les adjudicaron el nombre de ‘coreanos’.
Fueron unas horas pero están en la Historia porque consta que reinando desde sus islas, al este de Europa y tal, la Majestad británica de Jorge III del Reino Unido y en España Su Católica Majestad Carlos III ocurrió que la Armada del primer monarca ocupó una pequeña parte de la península de Nieva (Avilés) territorio del segundo soberano. El hecho ocurrió en el verano de 1762 y en el trascurso de una pequeña batalla naval librada a la entrada de la Ría (mayúscula ella) de Avilés donde un galeón ‘San Joseph’ de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, con cargamento de cacao, es atacado, y posteriormente hundido por un buque de la marina inglesa, que fue más allá desembarcando tropas que tomaron el castillo de San Juan de Nieva (fortaleza defensiva de Avilés) durante unas horas hasta que refuerzos venidos de la villa, unidos a los habitantes de Nieva, les obligaron a hacerse a la mar de nuevo. El relato detallado de estos hechos fue publicado en LA VOZ DE AVILÉS del 8 de mayo de 2016 en el episodio titulado ‘El castillo de San Juan y la invasión inglesa de Avilés’.
Pero ya gravísimo fue lo ocurrido el 21 de mayo de 1809 durante la Guerra de la Independencia, cuando advertida la población que llegarán a Avilés procedentes de Luanco tropas francesas, cerca de mil avilesinos con poco y flojo armamento suben hasta Los Carbayedos en los altos de Valliniello, con la intención –gravísimo error estratégico– de repeler con apenas armamento a la caballería francesa compuesta por soldados profesionales curtidos en cien batallas, que cargando contra ellos terminaron matando más de 200 personas lo que constituye una de las mayores tragedias (entre las conocidas) de la historia local. A continuación las tropas de Napoleón Bonaparte cruzan a galope el puente [entonces de piedra] de San Sebastián y entrando por la puerta del Puente (una de las cinco que tenía la muralla de Avilés) se adueñan de la ciudad, eligiendo como cuartel general el palacio de Camposagrado izando la bandera tricolor que allí estuvo ondeando hasta 1811, año en el que evacuaron sus tropas de la villa. Un episodio aparte.
Por fortuna veinte años más tarde comenzó la pacífica ‘invasión’ de ciudadanos belgas en la comarca de Avilés. Tal hecho ocurrió a partir de 1833 cuando una empresa de capital belga, con técnicos de aquella nacionalidad, abrió la primera explotación minera subterránea de Asturias, y submarina de España, en la localidad de Arnao, término municipal de Castrillón. De igual forma cuando se pusieron en marcha las dos primeras vidrieras avilesinas (ver en LA VOZ DE AVILÉS de 19 abril de 2015 el episodio ‘Avilés de cristal’) en El Arbolón (en 1844) y en Sabugo (1883) vinieron a trabajar especialistas también de nacionalidad belga que dominaban la técnica del soplado. Sobre la estancia de los belgas en Avilés (amistades, diversiones, lugares de reuniones que frecuentaban, etc.) corre un tupido e inexplicable velo de ignorancia con la excepción de Adolfo de Soignie que se integraría en la vida social y cultural avilesina, casándose aquí, donde siguen viviendo muchos de sus descendientes.
Precisamente una biznieta de este ingeniero belga, Mercedes de Soignie (compañera literaria en LA VOZ DE AVILÉS), ha editado hace unos meses un exitoso libro, ya va por la segunda edición, titulado ‘Caminos del ayer, huellas del mañana’ donde expone su asombro e indignación al enterarse, siendo estudiante en el Instituto, que los miles de emigrantes llegados en trenes y camiones de toda España (Asturias incluida) ‘invadiendo’ Avilés para trabajar en una nueva y enorme siderúrgica (ver en LA VOZ DE AVILÉS del 2 de agosto de 2015 el episodio ‘La década furiosa’) llamada Ensidesa eran conocidos por ‘los de Avilés de toda la vida’ como ‘coreanos’. Nombre, según relata Juan Antonio Cabezas en su libro ‘Asturias. Biografía de una región’ «que [en Avilés] les dan a los inmigrantes porque eran los días de la guerra en aquella pequeña y lejana península del Extremo Oriente».
Término que terminó haciendo historia, y tanta que merece un episodio aparte.