Situado en la parte alta del valle de Turón, este rincón del concejo de Mieres se convierte en protagonista de nuestro relato de hoy y, es que si hay algo que siempre digo, es que me gusta explorar aquellas zonas menos conocidas del paraíso asturiano no solo por el hecho de enseñarlas y que haya personas que puedan acceder a ellas, sino y, sobre todo, porque me encanta descubrirlos a nivel personal y de esa forma enriquecerme culturalmente. La información la dejo plasmada en este blog (que ha cumplido ya sus seis años de vida el pasado mes de diciembre) para quien la quiera usar y resulta realmente gratificante que haya personas que estén descubriendo rincones gracias a el. Así que, sin demora, comencemos a explorar un poquito más de este trocito de la Montaña Central Asturiana.
Inicié el ascenso desde Ciaño, en el concejo de Langreo, donde podréis disfrutar de importantes construcciones históricas como La Torre Medieval de La Quintana, La Casona de los Solís, la Casa de la Buelga, la Casa de los Alberti, el Palacio de los Marqueses de San Féliz, o la iglesia de San Esteban. Estamos en la cuenca minera y eso se hace notar en el paisaje. De hecho, recomendación obligada sería una visita al Ecomuseo Minero Valle de Samuño y al Pozo San Luís.
La carretera LA-7 conseguirá sorprendernos y, en ella, pese a que las condiciones climatológicas no eran del todo favorables, pude disfrutar de unas vistas impresionantes del entorno.
Desde el Alto de la Mozqueta, un paso de montaña poco conocido, se averigua la belleza de la tierrina. Ni siquiera la niebla pudo esconder lo que ese paisaje de postal tenía que ofrecerme.
En estos terrenos, el ganado en numerosas ocasiones campa a sus anchas y, para los que andamos sobre dos ruedas ,eso implica extremar las precauciones.
Unos 14 kilómetros, aproximadamente, separan Ciaño de nuestro destino de hoy el cual, sin duda, es bastante accesible. Aunque tengo que admitir que la deformación profesional ha tenido algo que ver con esa observación.
Estacioné a mi “Trailera” y llegó el momento de bajarse de la moto. A más de uno pareció no gustarle y, simplemente, decidió, observar desde la distancia.
Otros, sin embargo, salieron a recibirme sin timidez alguna.
Era domingo y en los bares podía oirse el griterío de las gentes disfrutando de suculentos manjares y buen vino. Alegraban el día a su manera mientras yo, como de costumbre, lo hacía a la mía.En la parte baja del pueblo podemos encontrar numerosos rincones como este en el que una fuente solitaria se erigía testigo mudo de un lugar en el que los niveles de decibelios no eran tan elevados.
El día estaba gris sí, pero el color aún estaba presente.
Y si ascendemos un poco más, las vistas se abren al paraíso.
Desde lo alto la perspectiva cambia y, a su vez, se amplía ofreciendo un abanico de colores y materiales que nos dan una pequeña idea de lo que nos encontraremos si nos acercamos hasta el pueblo.
En Urbiés podremos perdernos en recovecos como este, en los que la tranquilidad se adueña del entorno y es imposible no detener nuestros relojes.
Donde quiera que vayamos en nuestro recorrido, siempre va con nosotros.
Aún nos queda acceder a la parte más alta y será de esa manera de la que llegaremos hasta el Albergue Juvenil, cuyas puertas permanecen cerradas en la actualidad.
Muy próxima, la iglesia de Santa María de Urbiés, una construcción relativamente nueva construida a finales de los años sesenta del siglo pasado.
De regreso sobre mis pasos vuelvo a escuchar el griterío de las gentes. Guardo mi cámara en las maletas y me subo a mi moto en búsqueda de nuevos rincones asturianos. Fue así como conocí Urbiés y es así como lo relato. No es un adiós, sino un “¡Hasta luego!” porque estoy convencida de que en breve podré volver a disfrutar de los pueblos que conforman el impresionante Valle de Turón.