El médico Marcelo Omar Quilpidor (Salta, Argentina, 1969) arranca su conferencia con un mapa de Orán, la región al norte de su país en la que trabaja desde hace 12 años. Llegó recién licenciado en Medicina con la especialidad en enfermedades infecciosas para sustituir a un médico que renunciaba a su puesto. “Al principio me aburría”. Debía arrancar de cero en un hospital que atiende a 140.000 habitantes de una amplia región sitiada por la selva y él, paralizado, no sabía por dónde empezar. “Ahora me falta tiempo para continuar con todas las líneas abiertas en torno a la investigación, docencia y asistencia”. Tanto que, por primera vez, ha sido invitado a participar en un encuentro en Europa, el Congreso Nacional de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (SEIMC), que se celebró en Bilbao la semana pasada.
Arranca a hablar con un mapa para situar la región en la que trabaja porque su ponencia gira en torno a la Leishmaniasis, una enfermedad con el abandono como aliado y la pobreza y falta de recursos como compañeros. Sus pacientes se infectan a través de la picadura de hembras de insectos del género lutzomia y de la especie de los flebótomos. La enfermedad tiene cuatro formas de presentación que dependen de la especie parasitaria y del sistema inmune del paciente. Es endémica en 98 países de tres continentes diferentes, con más de 310 millones de personas en riesgo de contagio y 12 millones de casos en el mundo. En América es endémica en los países Brasil, Bolivia, Nicaragua y Perú. También, en sus zonas fronterizas. A pesar de sus dimensiones, todavía no tiene cura.
Por la consulta de Quilpidor pasan más de 200 contagiados al año y la raíz de su infección está en el contexto de pobreza y olvido en el que viven. “Estas enfermedades son mal llamadas tropicales. Se trata de enfermedades olvidadas y de gente pobre”. En España, el número de casos anuales detectados no supera la centena. Su prevención pasa por controlar las vacunaciones en animales, sobre todo en perros, y el mantenimiento salubre de zonas de vegetación en las que pudiera habitar el mosquito.
El primer caso que se detectó en el mundo fue en 1903 en un soldado del ejército británico con bacterias en el bazo y que falleció tras su paso por India. Hoy por hoy, sigue sin medicamento fiable. “Contamos con la misma lista de 50 fármacos posibles para su tratamiento elaborada hace 70 años”. De ahí el valor de la experiencia de Quilpidor. En cada uno de sus casos varía la combinación de fármacos, el tiempo de tratamiento y la evolución del paciente. “Los libros no sirven del todo. Nadie investiga, nadie publica. Es una enfermedad que no da plata y nos toca a nosotros combatirla cada día”.
Tras el mapa, la conferencia continúa contrarreloj. El doctor se centra en la Leishmaniasis cutánea, la que genera en el enfermo un gran número de úlceras en la piel y de la que se contagian un millón y medio de personas al año. “Mis pacientes superan el centenar de heridas, hasta mutilarles el tabique nasal o dejarles invalidados de manera completa”. Pero la más mortal es la visceral. Más de medio millón de infectados al año.
Los síntomas de la cutánea son lesiones en las zonas del cuerpo expuestas al sol, brazos, piernas y cara. Una vez superadas estas, puede aparecer una versión mucosa, con lesiones en nariz y paladar. Las fotografías de la ponencia son explícitas. Los médicos de la sala atienden sorprendidos. “No aparecen hasta llevar meses infectados. La mayoría son reincidentes, el tratamiento requiere también de un largo proceso lo que complica dar seguimiento a los que regresan a sus zonas rurales y dejamos de tener contacto con ellos”.
Muchos de los casos que expone terminan con mutilaciones, como si de una lepra se tratara. Y portan además otras dolencias propias del contexto como el dengue hantavirus, leptosporosis, zika y otras endémicas de la zona, como la tuberculosis, todas ellas también enfermedades olvidadas. “La escasez de medicamentos también dificulta nuestro trabajo, pero debemos investigar todas las posibilidades”.
Quilpidor comenzó solo en el Hospital San Vicente de Paúl de Salta, pero ya cuenta con el apoyo de otros 23 médicos más de la región, reunidos en torno al Instituto de Enfermedades Tropicales de la Universidad Nacional de Salta. “El no estar solo en esta batalla te ayuda a ilusionarte con cada caso porque sabes que va a ayudar a muchos otros a salvar vidas del abandono”.
La atención vuelve a crecer en su ponencia: explica los tratamientos. Todos pasan por el uso de antimoniato de meglumina o la azitromicina. Dejando claro que la combinación con otros fármacos puede fortalecer su eficacia.
La respuesta a esta enfermedad sigue abierta. Más de 30.000 muertes al año con un millón y medio de afectados nuevos, sigue planteando un reto a la comunidad médica internacional. Por eso, Quilpidor concluye rápido: “El remedio a esta enfermedad tropical, como al resto, se llama voluntad política: combatamos la pobreza, mejoremos el nivel de vida de la población y terminaremos con ella”. El público aplaude y algunos salen al encuentro del doctor.