La red social Facebook agrupa, según sus propias cifras, a 2.603 millones de usuarios activos al mes en todo el mundo, que se han incrementado en 105 millones (más del doble de la población de España) únicamente en el último trimestre. Si se le suman los que emplean Instagram, Messenger o WhatsApp, servicios de la misma empresa, la cifra llegaría a los 2.990 millones de personas. Si consideramos que se calcula que son 4.570 los habitantes del plan
eta que usan Internet, tendríamos que el 65% de todos ellos han utilizado uno de los productos digitales de Facebook durante el último mes.
La magnitud de lo que significa Facebook en Internet es enorme, y por eso también lo es la repercusión que tiene lo que ocurra en relación con sus contenidos. Esta red, y todos sus servicios asociados, viven de la publicidad, que a su vez depende de la actividad de los perfiles de los usuarios y de los consecuentes sistemas de segmentación que pueden ofrecer a los anunciantes, basados en los datos de carácter personal que se recopilan constantemente.
Para hacernos una idea de la magnitud de este negocio, podemos decir que según la propia Facebook, se generan 6,95 dólares por mes y usuario. Eso es más o menos lo que mucha gente paga por un acceso básico a Netflix. Es decir: sin necesidad de gastar dinero en grandes producciones audiovisuales, la red de Mark Zuckerberg ingresa lo mismo por cada usuario que el servicio de streaming televisual.
Dentro de este modelo de exitoso negocio, lo que resulta crucial es que haya actividad dentro de la red, usuarios que interactúen de manera constante. Y uno de los principales contenidos que estos comparten son noticias e informaciones acompañadas de opiniones personales. Por eso, Facebook es también un medio de comunicación, o al menos una fuente que recopila y distribuye una gran cantidad de información.
En los últimos meses, incluso años, se ha puesto en cuestión si la plataforma debe ser tomada como un mero soporte pasivo -una especie de estructura informática que se pone a disposición de los usuarios, y que sólo distribuye lo que ellos deciden-, o se trata más bien de un ente con responsabilidad indelegable en relación con lo que mediante él se distribuye.
Sin entrar en disquisiciones legales -que pueden cambiar en diferentes países-, lo que ya ha sucedido es que Facebook ha asumido cierto grado de responsabilidad desde el momento en que dispone de equipos de moderadores que filtran contenidos, sobre todo aquellos que se considerar “perturbadores”. También, los que contravienen intereses generales obvios, como sería el caso de quienes usaran esta red para hacer publicidad de supuestas terapias que resultaran dañinas.
Más recientemente, Facebook ha sido puesta en cuestión por la difusión de mensajes que se consideran desinformativos, o que propagan actitudes esencialmente beligerantes o de expresión violenta. La controversia ha llegado incluso al ámbito de la ciencia. Un grupo numeroso de científicos que reciben fondos de la organización filantrópica de Mark Zuckerberg, -la Iniciativa Chan Zuckerberg (CZI)-, han instado al propietario de Facebook a hacer más cosas para detener la propagación de la desinformación y el discurso incendiario en la red social.
De estos científicos, muchos de ellos pertenecen al Chan Zuckerberg Biohub, una parte de la CZI, que constituye un ambicioso proyecto de investigación regional con sede en el área de la bahía de San Francisco, apoyado por las universidades de Stanford, UC Berkeley y UCSF, pero que tiene alcance internacional. Estos investigadores se dedican a intentar comprender mejor los mecanismos fundamentales subyacentes en numerosas enfermedades y a desarrollar nuevas tecnologías para obtener mejores recursos diagnósticos y terapias más efectivas.
Ellos, junto a otros investigadores, han remitido una carta a su propio filántropo, el mismo Zuckerberg que paga una parte relevante de sus investigaciones, para mostrarle que aunque Facebook reconoce en sus propias políticas de usuario que la difusión de noticias no verificadas puede dar lugar a “confusión y desconfianza de los expertos”, estaban “desconcertados” porque Facebook no hiciera nada tras la aparición de determinados mensajes a raíz del asesinato de George Floyd, un hombre negro desarmado que murió por asfixia tras una detención policial.
Concretamente, afirman que:
“Como científicos, estamos dedicados a investigar formas de mejorar nuestro mundo. Nos enorgullece ser financiados por la CZI y ayudar a realizar la misión de CZI, que es utilizar la tecnología para ayudar a resolver algunos de nuestros desafíos más difíciles: desde la prevención y erradicación de enfermedades, hasta la mejora de las experiencias de aprendizaje para los niños, hasta la reforma del sistema de justicia penal, y para construir un futuro más inclusivo, justo y saludable para todos. La difusión de desinformación deliberada y lenguaje divisivo es directamente antitético a este objetivo y, por lo tanto, estamos profundamente preocupados por la postura que ha tomado Facebook”.
La carta está firmada por más de 140 científicos, que se dirigen a Zuckerberg instándolo a “considerar políticas más estrictas sobre información errónea y lenguaje incendiario que dañe a las personas o grupos de personas, especialmente en nuestro clima actual de injusticia racial”.
A diferencia de Facebook, Twitter sí ha sido capaz de colocar etiquetas de advertencia en determinados mensajes publicados en medio de las reacciones al asesinato de Floyd, que han causado no sólo graves disturbios en las calles de Estados Unidos, sino decenas de millones de mensajes en las redes, y no pocos de caracter beligerante.
El problema comercial.
De hecho, la reacción de los científicos que han firmado la carta no ha sido la única respuesta a esta situación. Una conocida empresa dedicada a las teleconsultas para problemas de salud mental, Talkspace, decidió dejar de anunciarse en Facebook, y su CEO Oren Frank acusó a la plataforma de “incitar la violencia, el racismo y las mentiras”.
El verdadero problema es, en efecto, hasta qué punto los anunciantes estén dispuestos a mantener sus inversiones en Facebook una vez que se ha hecho la acusación a la que se refería el grupo de científicos. Por ejemplo, la cadena de ropa Eddie Bauer, el distribuidor de películas Magnolia Pictures o la marca de helados Ben & Jerry’s han anunciado que dejarán de de anunciarse temporalmente en la plataforma.
A esas compañías se unieron a otras como Patagonia, The North Face o REI, que reclaman la existencia de mejores prácticas de moderación de contenido de Facebook. La mayoría de ellas no se han alejado definitivamente de Facebook, y esperan volver a contratar anuncios en la plataforma después de julio.
La carta de los científicos, precisamente por ser beneficiarios de los fondos del propio Zuckerberg, ha adquirido una significación especial dentro de todo este problema, y para muchos es una referencia de autoridad para pedir una mayor proactividad de la plataforma en la selección de los contenidos que se difunden. Queda por ver lo principal, que es saber si Facebook se mantiene en la posición de ser un supuesto agente neutro respecto a lo que se publica, o cambia hacia un papel más controlador y responsable de sus contenidos.