La mejora de los ratios de productividad, la mejora continuada, la reingeniería de procesos, las fusiones, las absorciones, etc. son los causantes de las corrientes que han llevado a la dirección de las empresas a moverse en la gestión de alta velocidad. En los congresos y seminarios anuales de directivos suelen ser habituales eslogans tales como “equipo de alto rendimiento” “equipo de alta velocidad”, etc. En resumen, se ha impuesto la cultura de la velocidad.
Hacer muchas cosas y muy rápido puede ser muy importante en el entorno actual, pero, esta velocidad influye enormemente en la carrera profesional de los trabajadores e incide muy directamente en su vida privada y en la dificultad de conciliar su trabajo con su tiempo libre.
Otros factores que inciden de lleno en el clima laboral y en la carrera profesional, son los procesos de reingenierías, fusiones, absorciones, deslocalizaciones, etc. Los directivos que hemos estado involucrados en estas crisis laborales y que hemos intervenido en despidos colectivos, hemos tenido que aprender a agudizar el ingenio para lanzar mensajes convincentes dirigidos a que los empleados supervivientes puedan recuperar la tranquilidad y la sensación de seguridad en sus puestos de trabajo. Supervivir a un expediente de regulación de empleo genera sentimientos de culpabilidad entre los que han conservado el empleo y esto exige que si esa tranquilidad no se encuentra en el trabajo, las empresas hayan de buscarlas en el ámbito personal y el tiempo libre.
A causa de las necesidades que han generado estas crisis, las empresas están empezando a implantar programas de conciliación vida familiar y laboral, a través de los que persiguen que sus empleados se sientan emocionalmente bien. Por ejemplo, se está recurriendo a conceder flexibilidad en los horarios.
Recordemos el final de la década de los 90 con la famosa burbuja de internet. Por un lado las empresas perseguían un crecimiento fuerte y unos beneficios rápidos y esto generaba unas jornadas de trabajo extenuantes con unas duraciones desproporcionadas. Por otro, se iba generando el creciente sentimiento de que aun metiendo todas las horas del día, las cosas iban mal, y que el rumbo no se enderezaba. En ese periodo se empezó a hablar del síndrome del “quemado” arrastrado por las funestas consecuencias del agotamiento y la extenuación. Paralelamente, aunque de modo tímido, las empresas empezaron a tratar de paliar estos efectos negativos con la búsqueda de la conciliación laboral y familiar.
Actualmente, en el mercado laboral nos encontramos con dos sensaciones o sentimientos colectivos: Por un lado el miedo a perder el empleo y, si se conserva, la culpa que da paso al cansancio y al aburrimiento. Por otro la lucha por encontrar tiempo libre para ser uno mismo, para disfrutar de los hijos y para crecer por dentro.
Hoy en día el “aburrimiento” se ha convertido en una plaga entre los empleados que han conservado sus puestos de trabajo en las reconversiones laborales y reducciones de plantilla. Las personas afectadas por este “aburrimiento” no tienen energía, dedican buena parte de su jornada laboral a recordar tiempos mejores, se ven sin objetivos, desmotivados y sin ánimo para crear o actuar. Han generado miedo a opinar y proponer soluciones a los niveles superiores. Se sienten avergonzados de su suerte ante sus compañeros despedidos o prejubilados. Así que, han decidido mantener un “perfil bajo” sin querer destacar ni positiva ni negativamente, trabajando solo de modo rutinario.
Además de todo esto, los cambios en las culturas empresariales derivados de la horizontalización, la eliminación de niveles jerárquicos, el ocaso de los mandos intermedios, y la globalización/deslocalización, han generado una clara limitación en las posibilidades de promoción. La carrera profesional se ha ralentizado y en muchos casos se ha truncado, con lo que la angustia de los trabajadores crece y surgen toda serie de recelos respecto a los planes de carrera que tanto preconizan las empresas.
Y para complicar mas las cosas, nos encontramos ante un mercado laboral caracterizado por la existencia de un profundo desfase entre la formación recibida y el trabajo que se realiza. Esto tiene mucho que ver también con la obsesión por la educación univesitaria en detrimento de la formación profesional. Las empresas no se encuentran en condiciones de absorber a tantos licenciados superiores como las universidades generan y de este modo se está produciendo un claro “subempleo” al encontrarnos por ejemplo, con licenciados trabajando como dependientes, en las areas de atención al público o incluso como teleoperadores.
Como conclusión podría decir que la empresa actual (y las autoridades educativas en lo que les concierne), tienen ante si cuatro retos:
1. Motivar adecuadamente a los trabajadores “aburridos” supervivientes de crisis laborales
2. Conciliar vida laboral y familiar de todos los trabajadores
3. Provocar y estimular las carreras profesionales dando relevancia a la formación profesional.
4. Dar tranquilidad y motivar adecuadamente a los trabajadores jóvenes, lo que también redundaría en una mayor estabilidad de las plantillas y en el freno de la actuación rotación que existe.