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Guillermo Díaz Bermejo

A las pruebas me remito

EL GRAN HERMANO DE LOS DATOS

Tras leer un libro que cayó en mis manos titulado “big data: la revolución de los datos masivos”, me quedé bastante inquieto y por ello me animo a compartir aquí algunas reflexiones sobre algo que puede resultar verdaderamente preocupante.

Según parece, por la información que se facilita en esta publicación, hay una cosecha de datos que se ha quintuplicado en los tres últimos años. Ninguna esfera de la sociedad queda intacta. La información digital que existe a día de hoy ocuparía, a ojo de buen cubero, 250 trillones de DVD. Un simple cigoto al que todavía le queda mucho de gestación. Para hacernos una idea, en los últimos 2 años hemos generado más datos que todos los datos que se habían generado antes en toda la historia de la humanidad. Estamos hablando de exabytes, que son miles de millones de gigabytes, una cantidad difícil de visualizar. En 2012, se hablaba ya de 2,8 zettabytes. En 2020, estos podrían llegar a 40.000 exabytes (40 billones de gygabytes). Política, administración pública, comercio, turismo, sanidad, educación, banca y seguros, deportes… Todo lo susceptible de medirse por datos «cambiará en esta nueva era».

Sin lugar a duda, esta retención y conservación masiva de datos, supone una golosina o un tesoro que tentará a particulares, empresas, funcionarios e incluso gobiernos, a usarlos inadecuadamente. Por mucho que el Gobierno intente protegernos o que incluso nosotros tratemos de cubrirnos, tenemos que ser conscientes de que la privacidad en internet no existe al 100% y que la explosión de la red y de los datos que recolecta, crea grandes lagunas e inseguridades en nuestra intimidad. Es indudable que toda la legislación aplicable a la protección de datos (Directivas Comunitarias, Ley de Conservación de Datos, Ley Orgánica de Protección de Datos, Reglamento de medidas de seguridad, etc) tiene el claro objetivo de preservar los derechos de los ciudadanos en lo que se refiere a sus datos personales y a su intimidad/seguridad.  Pero aun así, con todo y con esto, por mucha y por buena legislación que tengamos, los peligros están ahí, al acecho, almacenados en ese gran hermano de los datos.

Si nos paramos a pensar fríamente en lo que puede ocurrir con estos almacenamientos masivos, la situación puede ser verdaderamente preocupante. La Agencia Tributaria mueve enormes ficheros de contribuyentes (piénsese lo que no hace mucho tiempo, ha ocurrido en Inglaterra con archivos fiscales que misteriosamente se han perdido). Estos días también nos enteramos de que Hacienda va a utilizar programas espías para recabar datos de los ciudadanos, en las redes sociales. Los bancos almacenan datos y cuentas de sus clientes y además por exigencia legal comunican al fisco las operaciones que superan cierta cantidad. Las operadoras de telecomunicaciones tienen ingentes cantidades de datos de sus clientes que, además, por precepto legal, han de conservar durante un año. Los Notarios comunican las escrituras que autorizan. Los Abogados interactúan vía cibernética con los Tribunales. Las empresas que realizan comercio electrónico mantienen ficheros de clientes. etc.etc.

Además, para complicar más las cosas, la Unión Europea ha tomado decisiones relativas a la guarda de datos de los pasajeros de las líneas aéreas, datos que han de custodiar durante trece años, aun cuando la mayor parte de los delitos que se pretendan perseguir con esos datos, probablemente hayan prescrito. Y además de recogerlos y guardarlos, habrá de entregarlos a las Autoridades que en muchos casos no son nacionales.

En este momento ya resulta público y notorio que hay filtraciones de datos de todo tipo y que incluso muchas empresas de márketing, de modo poco ético, hacen compra-venta de datos de ciudadanos con fines publicitarios o comerciales. Aun así, estas filtraciones son pecata minuta si las comparamos por ejemplo con lo que hemos visto que ha hecho Edward Snowden, un exempleado de la CIA, que puso en jaque a la Administración Obama al desvelar que el tío Sam había urdido una campaña de espionaje digital, resucitando el fantasma de la Policía Mental que Orwell describió en «1884.

A la habitual desconfianza que internet produce a muchos ciudadanos, se añade ahora la certeza de que todos nuestros pasos en la red, están siendo recolectados y esto puede hacer que mucha gente sea remisa a usar tarjetas de crédito para hacer compras en la red o a dejar datos en páginas web, por mucho que se nos diga que nuestros datos van a ser tratados de modo confidencial, porque, dígalo quien lo diga, nadie puede asegurar que esa confidencialidad se va a preservar, desde el momento en que cualquier hacker puede acceder a ella.

Nos estamos enfrentando a un gran hermano de los datos y si bien es cierto que se ha avanzado muchísimo en la seguridad de la red, esta no puede ser 100% segura ya que los ataques de Hackers, Crackers & Phreakers son más frecuentes de lo que quisiéramos. Y, siendo esto así: ¿No se estará creando un monstruoso gran hermano que se esté transformando en un ente incontrolable e ingobernable? Y mi pregunta es ¿Cuáles son los límites de este monstruo? ¿Quién pone los límites? ¿Toda esta información será útil realmente y protegerá a los ciudadanos? ¿Prevendrá delitos o propiciará otros delitos? A mí esto me inquieta bastante y creo que se impone una profunda reflexión.

 

 

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Sobre el autor

El blog de un jubilado activo dedicado al voluntariado social, permanentemente aprendiendo en materia del derecho de las nuevas tecnologías y crítico con la política y la injusticia social.


marzo 2015
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