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Guillermo Díaz Bermejo

A las pruebas me remito

INCAPACIDAD PARA GESTIONAR LAS MIGRACIONES

Probablemente, Europa se está enfrentando en estos tiempos, a la peor crisis migratoria desde la segunda guerra mundial. Las continuas oleadas de refugiados que huyen de las guerras del Oriente próximo o de los Balcanes, en busca de asilo y refugio en el viejo continente, o la de subsaharianos que tratan de llegar a Europa por Ceuta, Melilla, Italia o Grecia, para huir de la pobreza y encontrar un mundo mejor, están generando una presión demográfica sin  precedentes. De modo paralelo, este fenómeno ha creado una floreciente industria de traficantes de personas que, según parece, los gobiernos occidentales son incapaces de eliminar.

Tras lo que se está viendo, parece que la Unión Europea está siendo incapaz de mantener una política común para atajar el problema de la gestión de las fronteras y del acogimiento de esos tantos refugiados que quieren llegar a los diferentes países. Los Estados europeos en primera medida y principalmente Alemania, empezaron a tomar decisiones llenas de voluntarismo, pero al final resultan desbordados y empiezan a aplicar políticas contradictorias, se generan tensiones, discrepancias, resistencia y sobre todo miedo a lo que se avecina.

Por su parte, los ciudadanos estábamos dispuestos a acoger sin reserva a esas gentes y nos mostrábamos dispuestos a ayudarlos e integrarlos pero, pasados esos primeros momentos de voluntarismo, todo está quedando en un espejismo. Nuevamente aparece el miedo a los desconocidos  y aparecen esos mitos y estereotipos que provocan racismo y xenofobia.

Los ciudadanos europeos estamos acostumbrados a interrelacionanos de modo cotidiano con las gentes de la misma cultura y nos sentimos cómodos, pero, cuando a nuestras ciudades llegan personas procedentes de otras culturas, empezamos a sentir miedo. Conocemos poco o muy poco de esas gentes que no entendemos su lengua, que no conocemos sus tradiciones, que no sabemos nada de su comportamiento que para muchos resulta extraño e inmediatamente nos ponemos a la defensiva. Miedo a que nos alteren nuestros modos de vida y en definitiva a que puedan llegar a destruir nuestras culturas.

La gente dice que los inmigrantes y refugiados van a quitarnos el trabajo,  van a abaratar la baja de los salarios y el abaratamiento del ciclo productivo. Decimos que cuando español emigra es que va a buscar oportunidades, pero, en cambio, cuando un extranjero nos llega decimos que nos viene a quitar el trabajo. Decimos también que abusan de nuestra sanidad y que colapsan nuestros servicios sanitarios. Decimos que son vagos, que tienen muchos hijos y que viven de subvenciones. Decimos que traen delincuencia. Decimos que bajan el nivel educativo. Decimos que no se adaptan a nuestras costumbres. Decimos que traen prostitución. Decimos que aquí no cabemos todos.

En nuestro mundo globalizado al borde de la desregulación, solemos ver a los refugiados e inmigrantes como portadores de malas noticias. Estas víctimas que primero, voluntaristamente estábamos dispuestos a acoger, las vemos como algo que nos recuerda a algo que queríamos olvidar. Las vemos como la avanzadilla de un sospechoso ejército que va a querer robarnos nuestro estado del bienestar. Se está incrementando la retórica populista  contra los refugiados, en muchos lugares. En países como Alemania ha habido ataques incendiarios contra albergues en construcción para evitar que se muden los extranjeros.

En la actual realidad que ha generado la masiva migración, se está produciendo el caldo de cultivo de unas políticas contradictorias. Por un lado aparecen partidos políticos oportunistas dispuestos a conseguir votos enarbolando la bandera del acogimiento a todos los que nos lleguen y por otro aparecen  otras corrientes políticas que no están dispuestas a compartir nuestro bienestar con la gente menos afortunada que llega de otros continentes y que se mueven en la indiferencia y en la falta de humanidad.

En este difícil escenario  se necesita que los gobernantes europeos decidan unir y no dividir, pensando que a medio/largo plazo la solidaridad va a ser el único camino para no empeorar esta catástrofe humana. Es imperativo que la UE se ponga manos a la obra para que de modo urgente empiece a gestionar la gran cantidad de refugiados que están llegando a nosotros y a la vez es necesario que también se regule la inmigración económica para poder dar soporte y protección a quienes más lo necesitan.

Es necesario que Europa busque una solución política al conflicto sirio y afgano, que también mejore la situación de países vecinos y entre ellos particularmente Turquía que se ha convertido en la puerta para llegar a Europa.  Es también necesario establecer reglas y dejar claro en los países de donde proceden los inmigrantes económicos, que no van a poder conseguir asilo político. Habría de incidirse en estos estados de donde llegan los inmigrantes económicos para que se creen programas concretos, controlados y controlables, para que los trabajadores pueden realizar los trabajos que puntualmente nuestra sociedad necesite.

Europa y particularmente España, deberían de ser más consecuentes con las expulsiones en caliente o con las expulsiones de las personas que no corren peligro. Para terminar, los políticos europeos tienen que decidir si quieren un sistema organizado o si desean el caos que ahora existe. En sus manos está.

 

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Sobre el autor

El blog de un jubilado activo dedicado al voluntariado social, permanentemente aprendiendo en materia del derecho de las nuevas tecnologías y crítico con la política y la injusticia social.


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