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Guillermo Díaz Bermejo

A las pruebas me remito

JAPON FRENTE A LA YIHAD

Es incuestionable que nuestro mundo occidental está viviendo unos serios procesos de transformación cultural, como consecuencia de la inmigración de personas procedentes de países islámicos.  Estos procesos se están agudizando aún más a causa de las fuertes presiones migratorias que han llevado a Europa a afrontar la peor crisis de desplazados del mundo islámico, desde la Segunda Guerra Mundial. Paralelamente a estas transformaciones culturales, se está generando un clima de miedo y hasta terror por la amenaza que representa el radicalismo yihadista que ha masacrado a muchos ciudadanos occidentales mediante terribles atentados. Las respuestas de nuestros gobernantes europeos frente a estas amenazas no son uniformes, llegan incluso a ser erráticas y no hay modo de llegar a ese gran pacto global que se necesita para atajar la amenaza.

Mientras esto ocurre aquí, tenemos en el mundo a un país, Japón, que aplica un enfoque de la cuestión musulmana, desde una óptica diametralmente diferente a la occidental.  ¿Por qué afirmo esto? Sólo basta ver las noticias de prensa o de TV para darnos cuenta de que nunca hay informaciones relativas a que dirigentes políticos, líderes, ministros u otras autoridades musulmanas, visiten o hayan visitado Japón. No hay noticias sencillamente porque estas visitas no se producen, ya que Japón mantiene una política muy definida en cuanto al islam y esta política hace que las figuras políticas musulmanas no visiten Japón, al igual que los dirigentes japoneses  difícilmente visitan países musulmanes.

Por las informaciones que han llegado a mi alcance, las relaciones de Japón con los países islámicos, se limitan prácticamente a las importaciones del petróleo y gas que los japoneses necesitan. La política oficial de Japón está basada en poner todas las trabas del mundo para dar permisos de residencia o trabajo a los musulmanes que los visitan. Japón prohíbe que se haga propaganda o se adopte la religión islámica. El islam para los japoneses es una cultura extraña e indeseable y cualquier musulmán que fomente el islam será considerado como culpable de proselitismo. En las universidades japonesas no hay asignaturas de lengua árabe o de religión islámica.

Los musulmanes que residen en Japón suelen ser empleados de empresas extranjeras y están autorizados a residir en el país con visados, pero restringiendo enormemente la posibilidad de que puedan adquirir no sólo la nacionalidad, sino el permiso de residencia indefinido. Resulta realmente difícil importar libros del Corán y las mezquitas existentes son muy escasas (Las que hay tienen su origen en la segunda guerra mundial). La política oficial de los japoneses pasa por no autorizar la permanencia indefinida de musulmanes, aunque sean ingenieros, médicos o empleados de empresas extranjeras que operen en el país. La sociedad japonesa exige que los ciudadanos musulmanes, si quieren rezar, que lo hagan dentro de sus casas.

Cuando las empresas japonesas necesitan trabajadores extranjeros e inician los correspondientes procesos de selección de personal, en sus ofertas de trabajo dicen claramente que no quieren trabajadores musulmanes. Igualmente cuando un musulmán consigue entrar en Japón y desea quedarse a vivir, lo va a tener muy difícil ya que le va a resultar muy complicado comprar o alquilar un apartamento. Los ciudadanos japoneses están muy sensibilizados y cuando tienen algún vecino musulmán próximo, se sienten inseguros. Japón restringe al máximo cualquier tipo de organización islámica o la creación de escuelas o mezquitas. Se llega hasta el extremo de que en Tokio sólo haya un Iman.

Contrariamente a lo que ocurre en Europa, los japoneses no se sienten atraídos por el Islam y se llega hasta el extremo que si una mujer japonesa se casa con un musulmán, será repudiada por su entorno familiar y social. La Ley Sharía no es aplicable en Japón. Este rechazo social hacia lo musulmán queda también reflejado en las cifras de población, ya que en un país de 127 millones de habitantes, sólo hay censados catorce mil musulmanes, que en la mayor parte de los casos son trabajadores de empresas extranjeras dedicadas a la construcción, principalmente de Pakistan.

La posición japonesa frente al Islam es claramente negativa. Y esta situación puede ser explicada por varias razones: Para el japonés, el islam es una religión extraña y las personas inteligentes deben de evitarla. Los musulmanes que no están dispuestos a renunciar a su religión y a adoptar las formas de pensamiento y comportamiento japonés, serán rechazadas. De otra parte, la mayoría de los japoneses no practican ninguna religión, pero los comportamientos relacionados con el sintoísmo, junto con elementos del budismo, están integrados en las costumbres ciudadanas. En Japón, la religión está conectada con el concepto nacionalista y se han creado claros prejuicios hacia los extranjeros tanto si son chinos, como coreanos, de Malasia o de Indonesia. Y tampoco nos occidentales nos escapamos de este fenómeno.

Hay quien llama a esto un “sentido muy desarrollado del nacionalismo” e incluso hay quien lo puede tildar de “racismo”, pero, el resultado final es que en Japón, contrariamente a lo que nos pasa en Europa, no tiene dentro el problema islámico. ¿sería procedente que Europa empezara a utilizar las políticas japonesas frente al islán o seríamos considerados racistas?. En un claro estado de guerra como el que estamos viviendo, yo no lo descartaría.

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Sobre el autor

El blog de un jubilado activo dedicado al voluntariado social, permanentemente aprendiendo en materia del derecho de las nuevas tecnologías y crítico con la política y la injusticia social.


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