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Guillermo Díaz Bermejo

A las pruebas me remito

INDUMENTARIA

Refrán popular: “educación, indumentaria y buenos modales abren puertas principales”

 

En una tertulia en la que participé ayer y en la que, por respeto a la persona que invitamos, todos vamos vestidos con corbata, alguien habló de cómo en nuestra sociedad se iban relajando las normas de etiqueta social. Eso me lleva a escribir algo que, probablemente hará que algunas personas me tachen de antiguo o incluso de que lo que digo es una cursilería, pero lo cierto es que la mayoría de las instituciones y de las empresas, siguen estableciendo reglas de vestimenta con el propósito de mantener unos ciertos estándares de imagen, seriedad o respeto a los ciudadanos. Hay además unas reglas universales que imponen a cualquier ciudadano un saber estar y unas reglas de etiqueta comúnmente aceptadas. Por norma general, todas las instituciones democráticas del mundo, consideran las normas de conducta y de vestir, como una manera de fortalecer el procedimiento institucional, el protocolo y las normas de etiqueta pública.

En mi caso, ya desde muy joven empecé a utilizar diariamente traje y corbata porque era la indumentaria usual de las personas que trabajábamos en oficinas o despachos. Ha llegado mi jubilación y si bien es cierto que ya utilizo menos los trajes y que me estoy vistiendo de modo más informal, también es frecuente que me ponga corbata sobre todo en las épocas de frio, sencillamente porque me encuentro cómodo con ella y también porque me gusta acudir a ciertos actos respetando las costumbres y normas sociales.

Es cierto que cada profesión, cada organización o cada persona, son distintas, pero hay unos puntos comunes para ir bien vestido, sin que esto signifique que para ello sea necesario ir de traje. La clave está en que cada uno se muestre tal y como es, con su propio estilo, pero transmitiendo una imagen personal y profesional fiable. Es una cuestión de estilo y de buen gusto que provoca la destreza necesaria para escoger el traje, la camisa, la corbata o los zapatos más adecuados para cada circunstancia. La clave para demostrar el buen gusto está en vestir bien, tanto para ir a trabajar como para disfrutar del tiempo de ocio.

Si algo he aprendido en esos muchos años vistiendo trajes, es que el estilo clásico no tiene por qué ser un símbolo de conservadurismo. También he observado que cuando vas vestido de modo formal con tu estilo propio, la gente te mira de modo diferente, pero es que además, tú mismo te sientes diferente porque tu actitud mental cambia. Lo que llevas puesto conforma tu personalidad y ha quedado demostrado que incluso si tienes un estilo informal o fantasioso, cuando te pones un traje, sin saber por qué, te vuelves más riguroso, más serio e incluso más conservador.

El estilo se acaba convirtiendo en un uniforme y este es especialmente valorado en el mundo de los negocios donde se detesta la imagen descuidada y por ello la ropa formal te sitúa en una posición de ventaja. En esta línea, el Instituto Wagner, ha hecho un estudio que viene a certificar que, en nuestras relaciones humanas, la imagen es de gran trascendencia en una presentación, una entrevista de trabajo o un acto social. Tanto es así que el 55% de atención con quien nos relacionamos, se concentra en la imagen y el vestuario, el 38% en las acciones y sólo el 7% en las palabras.

Con todo y con esto, tengo que reconocer que la indumentaria adecuada y el bien vestir está tendiendo paso a paso hacia la vulgaridad, que se están relajando las normas de etiqueta social en los negocios, pero más aún en el ámbito político donde la degradación ha sido más notoria. Da la impresión que esos políticos emergentes que se han sentado en los escaños parlamentarios y en las instituciones públicas, les trae sin cuidado el decoro, la estética y los usos sociales comúnmente aceptados. Les da igual que para proteger la dignidad parlamentaria e institucional, existan unas reglas protocolarias que incluso inciden en el modo de vestir de diputados, alcaldes o concejales. Les da igual que en todas las instituciones democráticas del mundo, se consideren las normas de conducta y de etiqueta, como una manera de fortalecer la dignidad institucional.

A título de ejemplo, el Parlamento italiano impidió el acceso a un diputado del MVR porque no llevaba corbata. O las normas del parlamento de la India, que no permiten penetrar en el recinto parlamentario con la chaqueta en el brazo, porque resulta contrario a la dignidad de la Cámara.  Abundando en esto, en un parlamento sudamericano se dijo: “llegar a la Asamblea Nacional vestido con tanto desorden, resulta una muestra de improvisación, dejadez e indiferencia para quienes tienen la tarea de crear las leyes que van a regular el comportamiento de nuestra sociedad”. Los parlamentos civilizados tienen, al igual que nuestro Parlamento, un conjunto de normas, usos, costumbres y tradiciones que se aplican en toda la vida parlamentaria. Se trata de una etiqueta y un ceremonial que no debe de improvisarse sobre la marcha. Se trata de respetar los ceremoniales aceptados en los actos públicos, de respetar la vestimenta exigida para un determinado acto o evento. Todas las situaciones formales tienen unas normas de protocolo y por ello me pregunto ¿no es formal la toma de posesión de un Diputado, de un Alcalde o de un Concejal?

Me resulta muy difícil digerir que algunos de esos nuevos políticos emergentes aparezcan en los actos protocolarios, vestidos con un tejano y una camisa arremangada, o que vayan a visitar al Rey con ese mismo estilo. Eso sí, después asisten a la entrega de los premios Goya y van vestidos con smoking. Para mí, esos políticos han perdido mi respeto.

Termino diciendo que la indumentaria es la tarjeta de visita de nuestra personalidad y si quieres que te respeten, vístete respetuosamente.

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Sobre el autor

El blog de un jubilado activo dedicado al voluntariado social, permanentemente aprendiendo en materia del derecho de las nuevas tecnologías y crítico con la política y la injusticia social.


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