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Guillermo Díaz Bermejo

A las pruebas me remito

ARRECOSTINAR EL CORZO

Hoy voy a contar la historia de Pachu, un cazador que vivía en una alejada aldea asturiana.

Pachín, pese a que labraba la tierra y trabajaba sin parar, disponía de escasos recursos económicos y por eso, para alimentar mejor a su familia, cogía la escopeta y subía al monte a cazar. Tras caminar durante varias horas y arriesgarse con los peligros del monte, las garrapatas, víboras, frio o lluvia que calaba hasta los huesos, cuando tenía suerte y acechaba a un corzo o un venado, encaraba la escopeta y con su buena puntería lo abatía. Una vez abatida la pieza, la cargaba a sus espaldas y emprendía en largo camino de regreso a su casa, a donde llegaba exhausto.

Un buen día, Xuan, un vecino de Pachín, lo encontró sentado a la puerta de su casa, cabizbajo, desanimado y abatido. Al ver a Pachin en ese estado, totalmente impropio de alguien que era muy activo y alegre, le pregunta. ¿qué te pasa Pachu que te veo tan desanimado? ¡¡que qué me pasa!! Lo que me pasa es por culpa de la tonta de mi mujer. Tú sabes igual que yo, lo difícil que es cazar un corzo y lo complicado y agotador que es arrecostinarlo para traerlo a casa. Pues nada más llegar con el animal a la espalda y casi sin darme tiempo a descargarlo, aparece mi mujer con el cuchillo en la mano, corta el corzo en trozos y empieza a repartirlo entre todos los vecinos y familiares.  Esta pieza para Chucha, esta otra para Pili, estas costillas tan majas para mi hermana Luz. Los riñones, el hígado y otras vísceras para Maruxa que le gusta mucho la casquería. Total que al día siguiente, ya no hay nada de carne para comer y hala, el tonto de turno otra vez al monte a ver si vuelvo a cazar algo. Lo que pasa es que estoy harto y probablemente mañana ya me separo de mi mujer.

Xuan, el vecino le dijo entonces: Por qué no animas a tu mujer a que vaya contigo al monte a cazar. No le digas lo mal que lo pasas. Hablale sólo de lo bonito que es cazar. Pachu aceptó el consejo y convenció a su mujer para que lo acompañara. Ella, entusiasmada salió con su marido al monte. Al poco tiempo de camino, la falda larga, poco a poco fue desgarrándose con los bardiales del camino, la blusa quedó rota a girones al pasar por los zarzales y los zapatos se fueron rompiendo con las piedras puntiagudas del camino, hasta el extremo de que la hicieron sangrar en los dedos del pie. Empezó a lloviznar y el peinado le quedó tieso como un estropajo. Se le pegaron garrapatas, en las manos le salieron llagas por apoyarse en las piedras y hasta casi le da un infarto cuando casi pisa a una víbora.

Finalmente, tras tanto martirio, se encuentran con un corzo. Pachu se aproxima sigilosamente a la presa, encara la escopeta, dispara y abate al corzo. La mujer, tras ese disparo ya no cabía de júbilo pensando que todo el sufrimiento para llegar allí, había merecido la pena, pero no era así.

Pachu le dice, Hala Charito, carga el corzo en la espalda para que veas qué divertido es cazar.  Charito casi se desmaya. Pero, como ni tan siquiera se atrevía a protestar, tanto porque le faltaba el aliento, como porque no podía contradecir a su marido, arrecostinó el corzo e inició el camino hacia su casa. Llegó casi muerta, jadeante, con las piernas temblando y a punto de desmayarse. Al llegar a la puerta de casa soltó el animal y lo dejó en el suelo.

Inmediatamente, todos los vecinos y familiares salieron a felicitar a la pareja de cazadores, acostumbrados al reparto. Gritaban alegremente. ¡¡qué bien que ya habéis llegado!!. ¡¡vamos a repartir el corzo!!.  La mujer sentada en el banco que había al lado de la entrada de la casa, hizo un esfuerzo sobrehumano para levantar la cabeza y con los ojos inyectados de sangre miró a los vecinos y cogiendo aire gritó ¡¡al que toque este corzo lo mato!!. Fin del cuento.

La moraleja que quiero dejar de este cuanto es que, para valorar los sacrificios y el esfuerzo ajeno, antes tenemos que aprender a “arrecostinar el corzo”.  Siempre nos fijamos en esas personas que se han hecho a sí mismas, que han triunfado con sus empresas, que tienen mucho dinero y que gozan de muchas comodidades. Pero, en lo que no nos paramos es a pensar que antes de llegar a estas metas, tuvieron que arrecostinar muchos corzos a sus espaldas para llegar a ser lo que son hoy.

Por el contrario, hay otros, como ocurre en el cuento, que siempre se limitan a esperar a que llegue el amigo, el familiar o el conocido, con un corzo a cuestas para quedarse con uno de los trozos, sin importarles nada el esfuerzo que ha empleado la persona que lo cazó. Es momento de valorar aquello que se ha conseguido tras un arduo trabajo, con mucho sacrificio, sudor y hasta con lágrimas.  Es necesario que nuestra sociedad recupere la cultura del esfuerzo, ya que este es el único camino para desarrollar talento, para ser competitivo como persona y para conseguir una sociedad mejor. No hay nadie que haya triunfado y que no tenga sobre sus espaldas muchos corzos cargados y muchas horas de dedicación y trabajo.

De otra parte, el valor del esfuerzo debería ser algo que ocupe mucho espacio en la educación de nuestros hijos. Deberíamos de evitar la tendencia a darles caprichos para evitar que lloren y ceder ante sus peticiones y deberíamos de potenciar los valores del esfuerzo, la disciplina y el sacrificio, ya que con ello reduciríamos su capacidad de frustración y con este entrenamiento, los estaremos preparando para alcanzar los objetivos que se propongan en su vida. Por tanto, entrenémoslos para que arrecostinen su corzo en las espaldas.

 

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Sobre el autor

El blog de un jubilado activo dedicado al voluntariado social, permanentemente aprendiendo en materia del derecho de las nuevas tecnologías y crítico con la política y la injusticia social.


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