Son las 8 de la mañana y aunque no tengo despertador, automáticamente se me enciende la luz de la mesilla, se levanta la persiana que está programada para realizar esa función a la hora que tengo determinada y se conecta el aparato de radio. Todo esto está programado por una central domótica que se conecta con los sensores instalados en la casa de modo inalámbrico. Tras la ducha y un buen desayuno, voy al despacho a leer prensa por internet, a contestar algunos correos y a conectarme a Facebook para colgar alguna cosa en mi muro. Hacia las 10 de la mañana meto el móvil en el bolsillo salgo de casa para ir a Secot, Este móvil lleva dentro un GPS que registra mis movimientos y controla todos los desplazamientos que hago. Igualmente llevo una pulsera electrónica que controla las horas que he dormido, los pasos que voy dando día a día, las calorías que voy consumiendo, o los pisos que subo y bajo. Me registra también sobre un Google maps el recorrido que he hecho en la ciudad. Después cojo el coche y conecto el navegador para que me lleve a una calle que no conozco. Vuelvo a casa y al acercame a ella, mi móvil emite una señal que automáticamente desconecta la alarma de intrusión que tengo conectada. Al entrar en mi despacho, de modo automático empieza a sonar la música que tengo programada y que oigo por cuatro altavoces inalámbricos.
Esto no es una escena de ciencia ficción. Ni tampoco vivo en una casa del futuro. Mi vida es una vida inteligente que ya existe. Mi vida ya está dentro de un mundo interconectado donde de modo voluntario, estoy consintiendo que me espíen de muchas formas y maneras. Es decir, la tecnología me permite más calidad de vida y mejores servicios, pero, desde el momento en que tengo tantas cosas al alcance de mi teléfono o al alcance de una central domótica conectada a internet, he accedido a que de modo consentido sea espiado por muchas empresas y organizaciones.
A modo de ejemplo, al abrir sesión en Facebook, la página me dice qué amigos tengo cerca de donde estoy ubicado, me dice en qué restaurante han estado otros amigos y sobre todo me va añadiendo publicidad de páginas que he visitado para comprar algo y que, sin leer nada de sus normas, he aceptado que me instalen cookies o he autorizado que me envíen publicidad. En el móvil que he metido el en bolsillo, llevo instaladas algunas aplicaciones y como ya se ha descubierto, muchas de esas aplicaciones que tengo instaladas, llevan rastreadores que permiten recoger datos sobre mí, sin que yo me entere. Y de este modo, por ejemplo, el rastreador escucha los altavoces de una tienda en la que he entrado a comprar y por ello puede saber en qué establecimiento estoy comprando. De ese modo esa aplicación informa al competidor para que contraataque y me ofrezca precios mucho más competitivos que esa tienda física.
Una vez que estoy fuera de casa, desde el mismo móvil, pulsando un botón, puedo subir o bajar persianas, apagar luces, ver las cámaras que tengo dentro de la casa para detectar intrusos, o para controlar quien está dentro o lo que hace. Incluso, si quiero mediante un mensaje el teléfono móvil me avisa de la salida o a llegada a casa de mi mujer, hijos o asistenta, o si por el contrario la casa está vacía.
Siguiendo con el móvil, como ese artilugio lleva instalado un GPS de ubicación, los operadores de telefonía pueden conocer todos mis movimientos. De hecho, el propio gobierno utiliza el sistema Sitel para detectar no sólo mis movimientos, sino todas las llamadas telefónicas que he hecho o todos los mensajes que he enviado o lo que he chateado con alguien.
En definitiva, tengo que reconocer que el uso de mi teléfono móvil, el uso de la domótica, el uso de redes sociales, el uso de servicios de Google y otros, me ha colocado en una situación en la que estoy aceptando voluntariamente que me espíen. Es un manifiesto espionaje consentido ya que, en algún modo estoy aceptando el uso de muchas cosas que me facilitan la vida, o que me proporciona divertimento, a cambio de ponerme en manos de ese Gran Hermano que todo lo ve y todo lo espía, y además lo hago con no mucho cargo de conciencia.
De hecho, ya he leído la noticia de que en Estados Unidos se ha estado espiando a los ciudadanos a través de sus teléfonos móviles, cámaras web y otros muchos dispositivos conectados a internet. De modo concreto, en España, como decía antes, nuestro gobierno está utilizando el sistema Sitel que, aun cuando se dice que sólo se utiliza bajo mandamiento judicial, tiene insuficientes garantías jurídicas y eso hace que policía, guardia civil o miembros del CNI, puedan recoger datos asociados de las comunicaciones, sin que para ello sea necesaria la autorización judicial.
Por tanto, si en este nuevo mundo llamado “internet de las cosas” donde todo está interconectado en la red, donde hay geolocalización, donde además de móviles, hay pulseras y relojes inteligentes, donde ya se están experimentando coches autónomos sin conductor, es más que evidente que la privacidad desaparece ante nuestra necesidad o conveniencia de tener servicios mejores o más cómodos. Por ejemplo, yo sé perfectamente que Facebook compró WhatsApp porque de ese modo obtenía millones de números de teléfono que sin duda iba a utilizar para fines altruistas, sino para fines comerciales. Pero, pese a eso yo no me he dado de baja en esos servicios y, muy al contrario, soy muy activo en los mismos.
También sé que en el móvil tengo un micro y que cuando quiero buscar algo en Google, en vez de escribir, uso el comando de voz y sé que todo lo que diga o escriba en la búsqueda de Google, todo va a terminar grabado y registrado en sus servidores.
En resumen, estamos viviendo en una gran paradoja. Por un lado, tenemos una gran preocupación por nuestra privacidad, cerramos puertas y ventanas para que nuestros vecinos no nos vean y no sepan lo que hacemos, pero después, nos ponemos en manos de ese gran hermano de los datos, desnudamos nuestra intimidad y (muchas veces sin enterarnos porque ni tan siquiera hemos leído las condiciones de uso de los servicios), cedemos nuestros datos a empresas tecnológicas como Facebook. Google, Telefónica, Vodafone, etc. y con ello estamos facilitando que puedan producirse filtraciones y cesiones de esos datos de modo abusivo, además de estar abriendo la puerta a toda clase de ciberdelitos.
La pregunta que en este estado de cosas yo haría a cualquier ciudadano es: querido amigo ¿qué prefieres? ¿Más libertad y comodidades o más protección de tu intimidad personal? Aunque, casi me anticipo a decir que ya sé la respuesta, porque si como ocurre en mi caso, yo sí me preocupo de leer las condiciones de uso cuando utilizo uno de esos servicios tecnológicos y aun sabiéndolo, tomo la decisión de utilizar los medios que me proporcionan servicio, comodidad o incluso placer. Lo que sí tengo muy claro es que ninguna empresa me va a ofrecer servicios gratuitos si no es a cambio de algo. Y evidentemente, lo que ofrecemos a cambio son nuestros datos personales y con ello aceptamos abiertamente que nos espíen.