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Guillermo Díaz Bermejo

A las pruebas me remito

LOS INVISIBLES

Durante los difíciles días del confinamiento, en los que, sistemáticamente, además del largo encierro doméstico, sufríamos largas y soporíferas ruedas de prensa de Salvador e Illa, oíamos a distintos dirigentes gubernamentales, explicar toda una serie de medidas para ayudar a la población. Todo sonaba muy bien, pero, lamentablemente, la realidad en la calle era otra muy distinta.

 

En la calle, varias organizaciones y muchos voluntarios, nos encontrábamos con otra cruda realidad, muy diferente a la que explicaban los gobernantes. Por mucho que ese voluntariado se esforzaba en actuar a toda prisa para dar respuesta a las carencias alimentarias que sufrían muchas familias, que, confinadas en sus casas y sin ningún tipo de recurso, resultaban totalmente invisibles para las diferentes administraciones públicas, con los funcionarios teletrabajando desde sus casas, o sencillamente confinados sin hacer nada, las ayudas humanitarias llegaban tarde y mal, por los altos niveles de burocratización existentes y sin ningún tipo de agilidad para dar las respuestas precisas.

 

Resultaba durísimo localizar “pisos patera” habitados por seis u ocho personas, en los que se hacía una sola comida al día, a base de arroz cocido. Una vez localizados, pese a todos los esfuerzos, se tardaban tres o cuatro días en proporcionarles algunos lotes de alimentos de primera necesidad. Estas pobres gentes, totalmente invisibles para los burócratas, no sólo tenían hambre, sino que, además sufrían hacinamiento, soledad, sedentarismo, y sobre todo, miedo, mucho miedo.

 

Ese eslogan de “quédate en casa”, quedaba muy bonito para aquellos de nosotros que, por suerte, no sufríamos esas necesidades básicas. Teníamos espacio suficiente, nos hacíamos videos practicando actividad física en nuestros hogares y a las ocho de la tarde salíamos a los balcones a aplaudir e incluso a oír algún concierto musical transmitido con altavoces a todo volumen. Pero, entre tanto ocurría esto, nuestro sistema social ignoraba a esos invisibles fuertemente castigados y vapuleados por las medidas antivirus.

 

Algunos que, por suerte, teníamos recursos para estar confortablemente confinados, decidimos dedicar algo de nuestro tiempo a “acompañar” a esas personas necesitadas. Lamentablemente, descubrimos a cientos de habitantes de nuestra ciudad que quedaban aislados de esas clasificaciones que los expertos realizaban para sus llamadas “intervenciones sociales” que pregonaban a bombo y platillo en todos los noticieros. Lisa y llanamente, estos ciudadanos invisibles, quedaban olvidados y habían de ser algunas organizaciones y sus redes de voluntarios, las que llegaran a ellos para entregarles esa alimentación básica que precisaban, además de darles, aunque de moto totalmente insuficiente, un poco de calor humano, aunque fuese tras una mascarilla.

 

Lo que hemos podido ver en esa dura situación que estoy describiendo, es la inoperancia de las distintas administraciones, a las que sólo les interesaba salir retratados y cuidar su imagen en los distintos medios de comunicación, ya que esa necesidad básica de muchos ciudadanos, estuvo siendo paliada en gran medida, por esas redes de voluntariado social, que, por suerte, se han ido especializando, adquiriendo formación y consiguiendo los medios precisos. Personas voluntarias que estos meses de atrás, han trabajado incansablemente, para tejer una red protectora de los necesitados, ante la inacción de los gobernantes que, más que ayudar, lo que hacían era poner toda clase de obstáculos y trabas administrativas para realizar estas altruistas labores.

 

Hablo de voluntarios sin poner nombre, que han trabajado incansablemente, a los que debemos de agradecer mucho por sus esfuerzos para ayudar a esa pobre gente invisible. Personas muchas veces jóvenes y con fuerza, pero también a otros voluntarios que, por su edad, estaban catalogados como personas de riesgo y aun así, salían de sus casas, violando a veces el obligado confinamiento, para arrimar el hombro y colaborar en el tejido de esa red de ayuda que poco a poco se fue creando.

 

Esas personas marginadas no forman parte de las estadísticas oficiales y no pertenecen a ningún colectivo social que pueda ser catalogable. Simplemente aspiran a ganarse la vida trabajando para mantener su frágil dignidad. Pese a lo que muchos puedan pensar, no se trataba sólo de inmigrantes sin papeles, ya que también se encontraban familias autóctonas, que, ya antes de la pandemia, permanecían en una clara exclusión social. Este colectivo excluido, no entiende de derechos ni de ayudas oficiales ya que, simplemente, permanece escondido y marginado, esperando la oportunidad de encontrar un trabajo que los dignifique.

 

Hablo de cientos de historias personales que se han podido conocer cuando esa red de voluntarios empezó a patear las calles para llegar a esos pisos donde malvivían hacinadas muchas personas, pasando hambre y sobre todo miedo. La calle como concepto y no como espacio, es donde estaban escondidas estas personas a las que podíamos poner caras y nombres y que estaban totalmente alejadas de salarios mínimos, ertes, teletrabajos u horas remuneradas, a los que eran acreedores esos miles de funcionarios que habrían de haber sido los que, ganándose su sueldo sin hacer nada, tendrían que haber sido los responsables de tejer esa red de ayudas que tuvieron que terminar creando ongs y voluntarios.

 

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Sobre el autor

El blog de un jubilado activo dedicado al voluntariado social, permanentemente aprendiendo en materia del derecho de las nuevas tecnologías y crítico con la política y la injusticia social.


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