Probablemente, muchos abuelos jubilados como yo, se sentirán identificados conmigo y por eso me animo a escribir algo a última hora del día, que es cuando me queda un poco de tiempo libre para darle a la tecla, aun cuando estoy en periodo de vacaciones y es cuando dicen que la gente tiene tiempo libre para dedicarse a descansar y relajarse.
En mi larga vida profesional como directivo de una empresa multinacional, viví muchos procesos de cambio, ocupé difererentes puestos de trabajo , realice diferentes funciones, participé en seminarios y sesiones de formación para facilitar todos los cambios que era necesario realizar, trabajé muchas horas, pero nunca senti estres, excepto esos primeros días de trabajo tras las vacaciones, a los que ahora los psicólogos dicen se llama estrés postvacacional.
Como en esta nueva situación de jubilado, teóricamente tienes vacaciones todo el año, tus hijos, que ahora ejercen de gerentes en esta empresa familiar, y por tanto tu ya no mandas nada, te dicen: Papá como los niños en Julio ya no tienen colegio y en Madrid hace un calor horrible, os los vamos a llevar para que en Tapia disfrutéis en la playa con ellos. Y súbitamente, un día te encuentras en casa con cinco niños. Y ala, te pillan sin papel higiénico, sin entrenamiento previo y sin tiempo para adaptarte. Caramba, esto sí que es adaptación al cambio, pero a toda velocidad y sin tiempo para la preparación previa. Nunca me imaginé una adaptación tan radical al cambio y en tan poco tiempo.
Hoy, un mes después de iniciar ese proceso de adaptación al nuevo “entorno de abuelo en vacaciones”, ya estoy en condiciones de relatar los logros que he alcanzado.
Me he hecho corredor de bolsa y analista de mercados. Sí, sí, como lo cuento. Corro todas las mañanas con las bolsas del supermercado, de la panadería, de la farmacia, de la pescadería y de la frutería. Y si se trata de análisis de mercados, que me cuenten a mi cuanto cuestan los dodotis, los calabacines para el puré, los quesitos, las gelatinas o las chanclas del mercadillo para ir a la playa, que no sé por qué, mis nietos o yo, las perdemos todos los días.
Me he hecho un experto corredor de fondo, corriendo como un loco detrás del trotacaminos, que ni tan siquiera ha cumplido tres años, pero que atraviesa la playa de un lado a otro sin parar. Bueno y qué decir cuando pretendes tomarte una cerveza tranquilamente, y de pronto tienes que salir corriendo para pararlo antes de que se caiga por el muelle del puerto. Derivado de mi experiencia paseando a mi coker, me he planteado buscar un arnés y una correa extensible para ponérsela al trotacaminos, reconvertido a veces en escalador de rocas. Con ello lo tendría controlado y evitaría que se me escapara de modo inopinado. Pero caramba, se me ocurrió compartir esta solución con un amigo y me dijo: pero tu estás loco. No ves que la gente te va a criticar y decir que eres un maltratador de niños al atarlo como un perro. Uffs, visto así, no tengo mas remedio que renunciar a esta solución que para mi es práctica y sobre todo segura. Si tengo que ponerle todo tipo de arneses de especial seguridad cuando lo meto en el sillón del coche, por qué no voy a utilizar un arnés cuando lo llevo por la calle. Yo a esto también le llamo seguridad.
Me he hecho un experto corredor de bici con paquete. El paquete es una silla enorme que pesa un montón, en la que va sentado ese paquete que aun pesa mas y que va cantando como un poseso cuando pedaleas, pero que berra como un loco cuando te detienes para coger resuello o para bajarlo de la bicicleta. Me he hecho un recogedor de residuos orgánicos casi tan bueno como los de Cogersa. Y caramba cómo cagan estos guajes. Además, caramba, parece que se ponen de acuerdo para cagar y mear todos a la vez.
Me he hecho un experto porteador, montador y desmontador de toda clase de sillas, aparatajes y artilugios de playa. Bueno, excepto una de esas minitiendas de campaña para bebés de Ikea que se despliegan sólo con una mano, pero que, pese a las instrucciones tan fáciles, fui incapaz de volver a plegar. Tanto es así que como solución decidí dejarla tirada al lado de una papelera para ver si alguien lo conseguía.
Pese a mis achaques de artrosis, ando todo el día a cuatro patas, haciendo de caballo con jinetes encima, haciendo obras de ingeniería hidraulica en la orilla del agua, haciendo todo tipo de gansadas para que los nenes se entretengan y coman bien. Y no sigo para no cansar a ningún abuelo que seguro que lo sabe tan bién como yo.
Eso si, he de decir algo: No es cierto que los abuelos tengamos la facultad de maleducar a los nietos dejando que sean los padres los que los eduquen. Eso no vale. Ahora tus hijos te dan un amplio manual de instrucciones, donde se te explica que has de cumplir unos horarios de comidas, cenas y de acostarse, que has de cumplir unos procedimientos y que han de respetarse las normas porque los actuales pediatras y los educadores de la guarde, de esto saben un montón y a los niños no se les pueden romper las pautas habituales, porque esto perjudica su desarrollo.
Uf, estoy confundido. Caramba si antes que abuelo yo también fui padre y en vacaciones las pautas habituales dejaban de cumplirse y no pasaba nada. Que yo sepa estas pequeñas licencias veraniegas no perjudicaron para nada el desarrollo de mis hijos. O diría que, muy al contrario, los curtían para el futuro. Y sin tantos artilugios como los modernos, también subsistieron sin dificultades.
En fin, qué dura es la profesión de abuelo. me voy a la cama que estoy agotado de un día tan intenso, y he de dormir lo mas posible, al margen de alguna interrupción nocturna por algún que otro lloro. Mañana igual toca madrugar otra vez y además
volverá a ser un día probablemente muy duro. ¡¡qué bien se estaba cuando uno no era jubilado!! Cuando trabajaba, en Septiembre se decía que mucha gente sufría estrés postvacacional. Pues yo ahora, en Septiembre, cuando finalicen las vacaciones, empezaré a desestresarme. El mundo al revés.