En poco tiempo voy a cumplir 73 años. He nacido y vivido en una dictadura, donde lo habitual era que lo ciudadanos sacáramos el carnet de conducir, recién cumplidos los 18 años, que ya compráramos nuestro primer coche usado (en mi caso un Renault Gordini) y que nos casáramos en torno a los 23 años de edad.

Tras el matrimonio, tocaba comprar una vivienda que adquiríamos mediante un crédito hipotecario, que debíamos de amortizar en diez años y que normalmente lo hacíamos con el sueldo de uno solo de los cónyuges. Por el contrario, en los tiempos actuales, los matrimonios suelen pagar la hipoteca en el largo plazo de 30 o 40 años, algo que, aun así, con frecuencia, muchos matrimonios no pueden pagar ni con la suma del sueldo de los dos.

En esa dictadura tan mala para muchos, viví una infancia que recuerdo muy buena y una juventud estupenda y muy divertida, incluso cuando teníamos que correr delante de los grises en las manifestaciones que hacíamos en la universidad. Íbamos a romerías, hacíamos guateques, oíamos una música estupenda, éramos asiduos de las boîtes donde, en la penumbra, bailábamos con la novia y aprovechábamos el momento para darle algún achuchón con la ayuda de la oscuridad.

Me moví y viajé por toda España y en todos los sitios ondeaba la bandera española. En todos los lados, incluso Cataluña o País Vasco, donde viví, hablaba nuestro idioma español y todos nos entendíamos. Nadie me obligaba a estudiar en catalán o en euskera y si quería aprender esos idiomas, lo hacía de forma voluntaria, sin imposiciones.

Fui usuario de una extraordinaria sanidad pública donde el médico de cabecera me recibía sin esperas, donde no tenía listas de espera para operarme y donde había unos extraordinarios profesionales de la medicina. Por el contrario, ahora, como de hecho me ha ocurrido días atrás, sólo para solicitar la renovación de una receta electrónica, tras innumerables llamadas para pedir cita, y tras solicitarla también de modo telemático, tuve que esperar doce días a que la médico de familia me llamara por teléfono para preguntarme lo que quería.

Respetábamos mucho a los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado y todos teníamos los mismos derechos y obligaciones en cualquier parte del territorio español. Se nos educaba en principios y valores y en cualquier medio de transporte ante la presencia de una persona mayor, una mujer embarazada o una persona con cualquier impedimento, nos levantábamos para cederle nuestro asiento.

Vivíamos en una sociedad donde había respeto y educación. Seguramente que habría drogas, pero nosotros sólo las conocíamos en las películas. A nuestros mayores los acogíamos en nuestras casas y los cuidábamos. Nuestros vecinos eran la familia mas próxima y entre todos nos ayudábamos altruistamente.

En ese periodo de mi juventud, España estaba posicionada como la octava potencia del mundo y además éramos el cuarto país en la construcción de grandes buques. Se construyeron cientos de pantanos e igualmente mas de cinco millones de viviendas de protección oficial. para los ciudadanos que, por supuesto, no eran usadas por ningún okupa. Y con todos esos servicios públicos que teníamos, pagábamos muy pocos impuestos.

Aquellos tiempos pasaron y ahora vivimos en una democracia que los políticos llaman plena y que, de modo reiterado, nos están diciendo que es el no mas allá. Pero será para ellos, porque lo que los ciudadanos estamos viviendo todos los días, es confrontación, revanchismo, envidia y división.

Tenemos un mastodóntico gobierno con 23 Ministerios, 18 gobiernos autonómicos y chiringuitos varios por todos lados. Y con estos mimbres, el déficit público es escalofriante y España está en bancarrota.  Pobres españoles. Nuestra política es indecente.