Cuando yo era joven, pude ver de modo directo, cómo los paisanos de los pueblos se ocupaban de la limpieza de los montes, dejando que sus animales pastaran por todos lados, segaban los helechos para que sirvieran de cama a sus cerdos, podaban algún árbol para tener madera en la chimenea y hacían borrones para quemar los desperdicios al lado de las casas. No tenían ninguna restricción de las autoridades administrativas y no había voces de ecologistas que protestaran por lo que hacían.
Ahora, en los tiempos en que vivimos y de modo concreto este verano, hemos visto como, con todas las políticas ecológicas, medioambientales y restrictivas que tenemos, se calcinaban miles de hectáreas en media España. La conclusión por tanto es muy clara y es que prevenir los incendios no es ciencia ficción, sino que se puede y de debe de hacer. El gran problema que estamos viviendo es que la administración sólo intenta reaccionar cuando ya tenemos el fuego delante y entonces los costos para apagarlo se dispara.
Hay una clara realidad y es que cuesta mucho menos prevenir los incendios que apagarlos. Según datos que he visto, extinguir el fuego de una hectárea de terreno cuesta del orden de 15.000 euros, mientras que, si se tratara de limpiarla, el coste sería de solo 400 euros.
Las conclusiones a las que podemos llegar son que, para evitar estos desastrosos incendios, lo primero que hay que hacer es limpiar los montes para reducir el combustible vegetal. La segunda es que habría que favorecer al pastoreo de vacas, ovejas y cabras que son los mejores cortafuegos con patas que tenemos. La tercera es que en el invierno se hicieran los desbroces necesarios, los cortafuegos y las quemas previamente planificadas, como antes se hacía. Por último, habrían de aplicarse políticas que ayudaran a asentare población en las zonas rurales, ya que un pueblo habitado previene mas incendios que cinco helicópteros, ya que la despoblación se transforma en pura gasolina.
En el momento actual, los incendios habidos, no sólo han quemado montes, sino que han modificado el clima local y provoca una desertificación acelerada de las zonas quemadas, que se multiplica si tenemos olas de calor. Los campos abandonados actualmente son como un polvorín y la cruda realidad es que, en este momento, vivir en esos territorios es misión imposible, porque los costes son enormes, la burocracia administrativa asfixia cualquier iniciativa, los jóvenes emprendedores, en vez de ayuda, sufren restricciones a sus iniciativas y con ello, miles de hectáreas quedan abandonadas y muchos pueblos desaparecen.
El resultado de todo esto son matorrales intransitables, bosques con árboles caídos que son como un polvorín, pastos sin animales y sin pastores, algo que como ahora estamos viviendo, provoca que ese campo vacío y descuidado genere miles de millones perdidos.
Los grandes errores que están cometiendo nuestras administraciones es que están aplicando políticas que en vez de ayudar castigan, subvenciones mal planteadas, cuotas por todos lados. Las políticas agrarias tan mal diseñadas, no sólo perjudican a la economía, sino que, además dejan los territorios totalmente vulnerables a los incendios. Aparte de los grandes costos de extinción de incendios, nos encontramos con el precio de cosechas arruinadas, animales que se quedan sin pasto, casas abandonadas y turismo que se esfuma. Ha de añadirse también el gran coste de vidas humanas y el sufrimiento de miles de familias que lo han perdido todo y esto no es sólo economía, sino dolor que no se puede medir con dinero.
Las políticas actuales, a mi juicio, tienen graves errores, ya que están promoviendo como política sostenible, algo que en realidad no lo es. Las políticas que se precisan son las que impulsen el desarrollo rural, gestión forestal real, incentivos concretos, menos burocracia y mas vida en los pueblos. ¿será mucho pedir?