Por definición, el dinero es el bien más escaso, el auténtico símbolo de la escasez. Casi ningún ciudadano está satisfecho con el dinero del que dispone y lo que desea es vivir muchos años y tener mas dinero, pero estos dos deseos tropiezan con las tablas de mortalidad, que nos dan una media en la expectativa de vida y con la realidad económica que tenemos en nuestra casa.
Asumiendo que nuestra longevidad es mayor, lo que ocurre es que llega un momento en que cada uno tiene necesidad de disponer de rentas suficientes para las últimas vueltas del camino. Es cierto que la Seguridad social, según lo que hayamos cotizado en nuestra vida laboral, en un sistema de reparto, nos va a dar un ingreso mensual fijo, pero también es cierto que al ser mas longevos nuestras necesidades se incrementan y por ello necesitaremos mas dinero del que nos aporta esa pensión.
La gestión económica de nuestra vida personal no es una extenuante y hasta incluso puede ser divertida, ya que es evidente que personas mayores, como es mi caso, sentimos un cierto atractivo y hasta una cierta emoción cuando acudimos a la bolsa para comprar o vender acciones. Cuando tengo pérdidas es porque he tenido mala suerte, pero cuando gano es porque he sido un inversor listo.
Cuando se asegura que el dinero da la felicidad es porque contribuye a la sensación de que, con dinero suficiente, hay de por medio mas años de vida. Simplemente damos por supuesto que la vida consiste en gastar y la seguridad consiste en tener recursos económicos suficientes para tener por delante bastantes más años.
Se ha preguntado muchas veces en encuestas, por el valor que los ciudadanos concedemos al dinero y de forma expresa lo que sucede es que los entrevistados dicen de si mismos, que no atribuyen mucha importancia al dinero. Son otros, bajo su percepción, quienes se mueven por el dinero. Evidentemente estamos ante un alto grado de falta de sinceridad, si no de hipocresía.
Contamos los billetes y las monedas son visibles y los dividimos en porciones hasta llegar al céntimo. Al ser algo divisible, llegamos a la impresión que podemos tener de que estamos ganando o perdiendo. Pero resulta que también hay un dinero invisible que no es el que virtualmente tenemos en el saldo de una cuenta corriente o una libreta de ahorro y esta invisibilidad la tenemos en nuestro patrimonio inmobiliario hasta que no lo vendamos.
Por ejemplo, si tenemos un piso en propiedad, normalmente cada año tenemos más dinero por el valor que va adquiriendo en el mercado, aunque también es cierto que ese valor puede decrecer si el piso está viejo y no se arregla o porque los valores de mercado en la zona o en una calle, se pueden degradar. Cuando tenemos suscritos activos financieros, podemos percibir fácilmente si tenemos un crecimiento o un decrecimiento de estos valores. Si nos fijamos en la evolución de las bolsas podemos intuir rápidamente posibles pérdidas o ganancias.
Nuestros ingresos, normalmente van creciendo con la edad desde el primer trabajo, pero llega un momento en que se produce un punto de inflexión a partir del cual, la pendiente se hace cero y mas adelante negativa tras la jubilación. Y en sentido contrario, cuando ya somos pensionistas, tenemos mas gastos, por los incrementos de los productos que compramos.
Por todo ello, lo realmente importante es que, en nuestra vida laboral, antes de llegar a la jubilación, empecemos a ahorrar y a dedicarnos activamente a la gestión de nuestro patrimonio. Dejaremos de ser activos porque hemos dejado de producir laboralmente, pero contribuimos de modo decisivo a la marcha económica tanto nuestra como de la sociedad. Nuestras decisiones sobre consumo, ahorro o inversión revelarán que el centro de la vida económica no va a ser el individuo, sino el hogar.